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Coaliciones enfrentadas en la crisis impiden consensuar una agenda común

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“Si se quiere salvaguardar la Nación que hemos recibido y seguir adelante en el proceso de preservarla y depurarla, o se usa la política de la fuerza o bien se elabora la fuerza necesaria para respaldar una política. Una Argentina de felicidad y grandeza admite únicamente la segunda alternativa. Necesitamos, pues, crear la fuerza necesaria para sustentar una política nacional. Es ésta la hora de su realización”

La parte degradante de las crisis

Las crisis que sufren los Estados suelen ser de distintas características y magnitudes -acotadas o coyunturales-, así como perseverantes en el tiempo y con consecuencias impredecibles. Sus causas suelen ser accidentales y exógenas pero otras veces provienen de erradas políticas que afectan la convivencia y promueven separatismos sectoriales, ideológicos o clasistas.

Son fases de modelos de gobernanzas caducos y retrógrados que utilizan la autocracia por incapacidad de generar consensos y realizar concertaciones con la sociedad y sus instituciones; contextos que suelen aprovechar las coaliciones político-partidarias. 

Los conflictos bélicos o guerras fratricidas generan gravísimas secuelas en la vida y existencia de los pueblos aunque hoy en casi todo el planeta -exceptuando algunas regiones- las guerras se disimulan detrás de escarceos comerciales, económicos y financieros o por medio de disputas diplomáticas o avasallamiento tecno-científico. 

En 2020, la pandemia global generó situaciones que se acoplaron a esa guerra por medio de la fabricación y comercialización de vacunas, mostrando el manejo de intereses geopolíticos en las disputas por un nuevo orden mundial.

Pero más allá de esta realidad, Argentina sufre además -por ausencia de una dirigencia actualizada en valores y virtudes y por el accionar de grupos radicalizados- la aciaga existencia de una grieta que ha servido para promover el odio y los enfrentamientos permanentes, sumando concepciones individualistas extremas, egoísmos raciales que disgregan la sociedad e impiden la discusión por las ideas y el armado de los consensos imprescindibles para superar una crisis.

El combate en esta segunda ola pandémica también fue encarado por casi todos los gobiernos apoyados por asesores en cuestiones exclusivamente sanitarias, aun bajo la experiencia dejada por la primera ola, que tuvo implicancias adversas con el trabajo, la educación, el esparcimiento y los aspectos esenciales a la dignidad de los ciudadanos, que en definitiva también se relacionan con su salud. 

Estas dubitaciones instaladas, no resueltas institucionalmente, terminaron por minar el principio de autoridad ante una población cada vez más desguarnecida.

Frente a este contexto, no todo lo resuelven los ATP, por un lado, y las restricciones extremas, por el otro, porque en toda guerra -esta realidad es similar- es fundamental producir políticas que tengan una mirada integral que abarque lo político e institucional, lo económico y lo social, desterrando las especulaciones menores que lo único que generan en el pueblo es mayor desconcierto y desesperación.

Lo político e institucional

Las causas de su disloque son que durante 37 años de democracia el pueblo no fue considerado actor esencial en el diseño de una agenda común que sirva como guía en la que todos los sectores armonicen sus participaciones y consensúen las líneas medulares de un proyecto nacional. En estas situaciones extremas necesitamos, antes que todo, institucionalizar un espacio de coincidencias fundamentales.

Esto es lo que no se hizo en todos estos años de democracia, en los que primó la confrontación político-partidaria y coaliciones que disputan el poder para imponer sus propias políticas de Estado. Los decretos de necesidad y urgencia (DNU) son instrumentos al servicio de la confrontación entre las coaliciones, que todos los gobiernos usaron a discreción.

Para superar esta decadencia, debemos reformular un modelo democrático que permita una mayor participación de la sociedad organizada, mediante la habilitación de los consejos económicos y sociales en los ámbitos nacional, provincial y municipal, en los que sus instituciones intermedias sean claros exponentes de las necesidades estructurales que reclama la sociedad. En aquellos ámbitos de complementación público-privada, las resoluciones deben ser vinculantes, permitiendo de esta manera que la comunidad sea artífice de su propio destino.

En lo económico y financiero

El desequilibrio fiscal, la inflación, la depresión económica y la disminución del PBI, junto con el endeudamiento externo y el interno, son producto de errores por visiones parciales y manipulaciones ideológicas de la coalición ganadora cada cuatro años. Como resultado de esta alternancia y de políticas públicas fallidas, hoy Argentina tiene 50% de pobres y 50% de economía informal. 

Durante estas cuatro décadas, que -salvando honrosas excepciones- podríamos denominar “infames”, nos quedamos sin red ferroviaria y con su industria desmantelada. De igual forma con la naval, la aeronáutica y también con nuestro propio desarrollo nuclear.

Si investigamos adónde se fueron los miles de millones de dólares de endeudamiento externo que hoy comprometen nuestro desarrollo social y crecimiento económico veríamos que la mayoría se fugó del país y nos dejó una realidad de especulación, pobreza y miseria. 

Actualmente, amplios sectores de la población han sido acorralados por la extrema pobreza, mientras otros miran a los integrantes de ese colectivo no como víctimas sino como una pesada carga para el Estado. 

Debemos reivindicar e integrar a todos los ciudadanos en sus valores y virtudes porque forman parte sustancial del poder nacional que necesita Argentina para sortear los imponderables de un mundo en crisis, cambiante, confuso y complejizado por la pospandemia y la lucha entre las potencias.

El crimen social

Esta situación social constituye un verdadero crimen de lesa humanidad, inconcebible en estos tiempos y en este país. Es bien cierto que la pandemia empeoró la situación de variados sectores. Muchos fueron afectados por las restricciones tan extensas realizadas en 2020, aunque sus primeros meses pueden justificarse atendiendo a un sistema sanitario que estaba desmantelado y a la necesidad de ese tiempo para asegurar personal idóneo, habilitar mayor cantidad de camas, proveerse de respiradores e insumos médicos, etcétera.

Pero como en todo el mundo, en Argentina se instaló la dicotomía entre salud y economía y su disputa mucho tuvo que ver con equivocadas posiciones ideológicas. 

La tarea de investigar cómo combatir esta pandemia no fue ejecutada por equipos interdisciplinarios e interinstitucionales, ya que, además de dejarnos miles de contagiados y muertos, el covid-19 destruyó fuentes de trabajo, paralizó los transportes masivos, terminó con el turismo, los teatros, los cines, el deporte, etcétera. Es decir, paralizó totalmente la vida de la población. 

En el sector empresarial hemos trabajado para que, mediante la implementación de los protocolos, pudiéramos asegurar muy pocos contagios en los lugares de trabajo. La confirmación de que fiestas sociales, reuniones clandestinas y circulación de muchas personas eran la causa principal del contagio masivo y extensivo, constituyó una constatación tardía, por lo cual había que centrar la rigurosidad de los controles y procedimientos.

Las causas de una crisis integral 

En los últimos 37 años, más precisamente a partir del derrocamiento del gobierno de facto que se inició en 1976, el país entró en un proceso democrático en el que las fuerzas políticas paulatinamente fueron distanciándose y abandonando el sentido de la lucha que las unió para derrotar a la dictadura.

Hoy el pueblo sabe que diputados y senadores no son sus auténticos representantes, como reza la Constitución Nacional. Son representantes del partido del gobierno y de la oposición. Por consiguiente, el pueblo no participa en la conformación del Estado, y si lo hace con su voto es para justificar el régimen “democrático”. Aunque de nada vale, porque no elige a nadie que no estuviera ya elegido. 

Finalmente, los gobiernos son de los partidos y coaliciones. 

Abroqueladas en sus verdades absolutas y hegemonizantes, esas alianzas dejaron de estar al servicio de la sociedad y anarquizan aún más la lucha de los argentinos por defender y proteger la salud, el trabajo, la producción, la educación, el esparcimiento y esencialmente por comprender que es fundamental recuperar la autoestima como pueblo organizado.

Es hora de convencerse de que la grieta ocupa el rol de barrera infranqueable y generadora de odios y pasiones incontrolables, que nada construyen.

Por eso, es fundamental generar la fuerza que, armonizando todos los aportes, sirva para consensuar una agenda nacional que nos permita enfrentar esta crisis y la pandemia, superar esta grieta y generar un modelo de gobernanza en el cual la comunidad, por medio de sus auténticos representantes, promueva un modelo netamente argentino para el proyecto nacional que el país necesita.


(*) Presidente del Foro Productivo Zona Norte

Comentarios 1

  1. carlos alberto del campo says:

    Muy interesante aporte del arq. Luis Esterlizzi para un tema que debe ser central en el debate nacional

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