Por Alicia Migliore (*)
Con su tonito cansino de serrana cordobesa que no reniega de su origen y su valentía demostrada sin estridencias tantas veces, la imprescindible Norma Morandini atravesó con su voz cada mármol de las columnas pétreas, cada cristal refulgente de las imponentes arañas y todo el boato y solemnidad del Salón Azul del Senado de la Nación.
Se dirigía a un auditorio integrado, mayoritariamente, por mujeres llegadas desde todos los puntos del país a la Casa de los Representantes del Pueblo. Las congregaba la conmemoración del Día Internacional de la Mujer y con su presencia reivindicaban la participación femenina en la cosa pública y la vocación política que las motivaba.
La directora del Observatorio de Derechos Humanos escuchó atentamente las exposiciones que la precedieron; llenó su mirada recorriendo cada rostro desconocido de las mujeres que participaban del acto, tratando de adivinar el pueblo o ciudad en los que transcurrían sus días, las distintas realidades provinciales que les proponían sus desafíos cotidianos; hubiera deseado escuchar sus voces con las variadas tonadas provincianas y estrechar a cada una en un abrazo.
La formalidad del acto lo impedía, pero su clara conciencia de género hizo que desplegara toda su sonoridad cuando finalmente hizo uso de su palabra.
Sin alardes, repasó brevemente las luchas feministas que protagonizaron las precursoras hasta llegar a la actualidad.
Sin levantar la voz, con suave firmeza, fue desarrollando el panorama actual de la participación política de la mujer y allí, decidió interpelarlas: “¡Qué bueno ver a tantas mujeres con vocación política! ¡Las felicito!… ¡Y les pido y recomiendo que no sean candidatas puloil!”, frase que motivó la risa inquieta de las mujeres mayores, el desconcierto de las muy jóvenes y el carraspeo intranquilo de los escasos hombres presentes, en la primera fila.
Morandini, entonces, con vocación docente, profundizó: “Las jóvenes no conocieron el puloil, que ya no existe más (…) pero les cuento: el puloil se usaba para dar brillo y luego se escondía debajo de la pileta de la cocina”. Y fue más allá: “No se dejen usar para dar brillo a las listas y que luego las escondan.”
No hizo falta que dijera “las escondan, las neutralicen, las amordacen (…)” porque todo verbo aplicable conduce a la misma idea: a las mujeres nos invisibilizan en la política, en la historia, en las imágenes, en los espacios de decisión y en la vida cotidiana.
Será bueno que las mujeres ya no aceptemos ser elementos puloil en ningún espacio: que podamos libremente hacer nuestro aporte de brillo y lucidez en todos los campos de desempeño.
Será necesario también que los hombres hagan propio este aserto y dejen de temer el brillo de las mujeres, dejen de utilizarnos y excluirnos hasta que vuelvan a considerarnos útiles.
El profundo respeto, admiración y cariño que siento por esta mujer que hizo fructificar su dolor en creación, que escapó del rencor que paraliza y se puso a construir desde la sabiduría, hacen que recupere estas palabras tan simples y tan gráficas procurando la resonancia pública de la expresión atrapada en el Congreso de la Nación: “¡Mujeres no sean candidatas Puloil!”
¡Gracias Norma Morandini!
(*) Abogada – Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política