Por Por José Emilio Ortega – Santiago Espósito
Docentes (UNC)
La joven historia panameña está marcada por su situación geográfica. Ruta de tránsito entre dos océanos, Panamá no es del Caribe ni de Centroamérica, ni de Sudamérica. El istmo y el canal forjaron su identidad.
El actual país debe su viabilidad al famoso conducto, determinante del pulso de su economía, sociedad y política, que dividió al país en dos: el canalero y el resto.
En Panamá, el norte es el Caribe y el sur es el Pacífico. Descubiertas sus costas en 1501 -luego Colón llegará en su cuarto viaje-, representa un mosaico integrado por una colorida mezcla de razas y costumbres. La desigualdad se percibe a simple vista. Un interior profundo poco desarrollado -salvo en lo que pudiera aportar a la logística del complejo del canal o a ciertos servicios turísticos-, de raigambre colonial, pincelado por la exuberante selva, que contrasta con las deslumbrantes obras de infraestructura del pasaje bioceánico, ampliado en 2016, colindante a la capital del país. Como muestra vale recorrer el barrio de El Chorrillo, uno de los más populares y pobres de la Ciudad de Panamá, donde nació su máximo ídolo deportivo, Roberto “Mano de Piedra” Durán. Levantado durante la construcción del primer canal, de raíces antillanas, fue destruido e incendiado en la invasión estadounidense del 89 y luego detenido en el tiempo. Empobrecido y desolado, lo rodea la impactante Cinta Costera, desde la que se distinguen los rascacielos residenciales, de oficinas u hoteleros que han consolidado a la Ciudad de Panamá como capital comercial. Es el fiel reflejo de uno de los problemas a los que el milagro económico del crecimiento no ha sabido dar solución: Panamá es uno de los cinco países más desiguales del mundo.
Panacea para los males del istmo, la “Zona” del canal, en el corazón de Panamá, fue un enclave constituido en 1904 -poco después de la independencia panameña-, como un territorio de casi 1.500 km2 bajo jurisdicción estadounidense. Dicho estatus -que tanto promovió la segregación racial y social- culminó en 1979 por la firma de los Tratados Torrijos-Carter. Treinta años después, el 31 de diciembre de 1999, Panamá recuperaría la soberanía sobre el canal y se retirarían las bases norteamericanas.
La historia panameña transcurre en la observación de los edificios de su capital: los barrios norteamericanos cercanos al canal, el casco colonial español (muy bien recuperado), los modestos barrios inmigrantes de la periferia, su importante aeropuerto o la moderna urbe de las últimas décadas. Un recorrido que mezcla como pocos la puja por las hegemonías comerciales, políticas y militares de los últimos dos siglos.
Transición democrática
En la década del 80 comenzó un inestable proceso de transición a la democracia, luego de los 13 años en el poder de Omar Torrijos (1968-1981), que bajo su personalismo diluyó el régimen de partidos políticos vigente pero introdujo importantes reformas sociales. Siete mandatarios insustanciales entre 1981 y 1989 dieron prueba de que el poder real se concentraba en los mandos militares, que desde 1983 se agruparían en torno al general Manuel “Cara de Piña” Noriega.
Éste, quien al comienzo contaba con el apoyo norteamericano, acentuaría el autoritarismo, rompería con la burguesía panameña y, desgastada su relación con Estados Unidos, cargaría con acusaciones de corrupción y narcotráfico. Noriega sería derrocado y detenido por la invasión estadounidense del 20 de diciembre de 1989. Las marcas de dichos acontecimientos son profundas. El país quedó devastado, con miles de muertos y heridos.
Así comenzaba la democracia en Panamá: con una invasión; la captura de Noriega; y dando posesión, en una base militar estadounidense, al primer presidente del actual ciclo, Guillermo Endara.
Elecciones
Treinta años de democracia dieron prueba de elecciones transparentes que confirmaron siempre, desde 1989, el recambio y la alternancia pacífica en el poder. Los dos grandes partidos, el Partido Panameñista (PPa) -seguidor del tres veces presidente Arnulfo Arias- y el Partido Revolucionario Democrático (PRD) -que invoca a Omar Torrijos- sólo vieron alterada su histórica alternancia en 2009, cuando el empresario Ricardo Martinelli -del partido Cambio Democrático- ganó las elecciones, aunque aliado al PPa. Desde 2009, el bipartidismo panameño pasó a ser un sistema de tres partidos.
Para quienes nos toca explicar en clase el diseño institucional argentino, en el que los oficialismos corren con ventaja, el caso de Panamá, donde ocurre lo contrario, es difícil de presentar. El reciente triunfo del candidato opositor del PRD, Laurentino Cortizo, por escasos dos puntos sobre el segundo -Rómulo Roux, canciller del ex presidente Martinelli, hoy detenido por hechos de corrupción- y el cuarto lugar del candidato oficialista -actual alcalde de la Ciudad de Panamá- José Blandón, lo confirma.
La oferta electoral panameña no es ideológicamente diversa. La lógica económica no abre espacio a una representación de sectores sociales que podrían plantear alternativas -mucho menos tensiones- al orden constituido. Si el panameño medio es conservador y pragmático, los partidos políticos han caricaturizado ese perfil. La brecha entre una dirigencia sólo distinguible en sus posturas por disputas sobre intereses creados, ajenos a la dinámica ciudadana, muestra agotamiento. Agobiados por denuncias, sin reelección inmediata, los gobiernos llegan invariablemente desgastados y divididos al final de su mandato.
Los panameños eligieron una vez más cambiar de oficialismo, aunque quizá nada cambie mucho. Por eso el localismo, que expresa contrariedad o asombro: ¡Áyala vida Panama! Dueña de una posición estratégica, bendecida con valiosos recursos, todavía sigue en deuda consigo misma.