El nuevo presidente de ese país se acerca a EEUU y ya planteó reparos sobre China. En la relación de Brasilia y Buenos Aires aparecerán asuntos que conducirán pronto a la reorganización del Mercosur
Por José Emilio Ortega – Santiago Espósito (*)
No sin contradicciones entre Cancillería y la “mesa chica” de la Presidencia de la Nación, Mauricio Macri estuvo ausente en el acto de asunción de Jair Bolsonaro en el primer día de 2019. Se espera que el jefe de Estado argentino visite Brasilia el próximo día 16 y eche a rodar una agenda bilateral y regional presumiblemente intensa.
América Latina no es ajena a cambios mundiales. Se consolidan gobiernos de derecha.
El contexto de crecimiento y desarrollo presenta interrogantes. El triunfo de Bolsonaro generó un corrimiento del debate, que se enfocó en el cuestionamiento de valores y estándares caros a las democracias liberales.
El capitán (retirado) que conducirá los destinos del Brasil ha confiado en Ernesto Araújo, cuadro de Itamaraty –director de su Departamento de Asuntos Interamericanos- las relaciones exteriores del gigante sudamericano. Ratificando afinidades históricas y atendiendo a la creciente importancia del Pacífico, el nuevo canciller puso proa a Santiago de Chile como primer objetivo.
Los analistas prevén tres “llaves” para el corto plazo: la relación con Washington, el vínculo con la tormentosa Venezuela -Maduro no fue invitado a la asunción de Bolsonaro- y en tercer término Argentina -anexa al Mercosur-.
Bolsonaro anticipó durante la campaña definiciones importantes. Respaldó el accionar global de Estados Unidos al apoyar el traslado de la embajada de Brasil a Jerusalén, lo que hasta el momento sólo había avalado Guatemala, satisfaciendo expectativas de evangélicos y ultraderechistas judíos de su país.
Además, anunció que éste se retirará del Acuerdo de París, aun cuando en gestiones presidenciales anteriores Brasil impulsó negociaciones sobre cambio climático.
Exhibió prevenciones frente a China, hoy principal socio comercial del Brasil -superávit de 20.000 millones de dólares- y aliada en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) al afirmar que “China está comprando Brasil”, sosteniendo la necesidad de romper vínculos con “regímenes comunistas”.
Sin embargo, la dependencia comercial y financiera de Brasil genera dudas sobre el alcance de su pugna con Pekín. Por otra parte, el mundo está atento a su política migratoria, como también al comportamiento en asuntos de política doméstica con impacto global, por ejemplo la continuidad de los procesos judiciales anticorrupción -Sérgio Moro integra su gabinete- y la actitud gubernamental frente a las minorías.
Volviendo a las tribulaciones bilaterales, en la relación de Brasilia y Buenos Aires aparecerán asuntos que conducirán pronto a la reorganización del Mercosur. Históricamente presentado como una herramienta para contener o superar las tensiones políticas y económicas bilaterales, fue criticado por Bolsonaro y su equipo, apuntando a la revisión de sus acuerdos fundamentales. Hemos analizado en artículos anteriores que la idea de “flexibilizar” el Mercosur -es decir, librarlo de limitaciones normativas que condicionan la interacción- no son novedad en la región; pero la dura postura de Brasil representa una oportunidad real y palpable para un trabajo de estadistas, en el sentido de modernizar la actual unión aduanera imperfecta. La elección de Chile como primer destino internacional de Bolsonaro, en lugar de Argentina, no fue casual. La intención de “flexibilizar” el Mercosur se conjuga con la estable y abierta política internacional trasandina, orientada a los mercados asiáticos y globales, vigorizada por la Alianza del Pacífico. En el litoral atlántico, la prudente actitud de Uruguay -también más abierto y proclive a los acuerdos de libre comercio-, se anticipa, tendrá un correlato con acciones discretas e inmediatas de entendimiento bilateral.
Frente al aislamiento de Venezuela, todo indica que nada cambiará en cuanto a su suspensión dentro del Mercosur; resta considerar la posible ruptura de relaciones diplomáticas, y el rol del Grupo de Lima -integrado por 14 países americanos, entre los que se encuentran Argentina y también Canadá y Guyana, para cooperar en la resolución de la crisis venezolana-, como también un endurecimiento militar con apoyo estadounidense, transitoriamente descartado.
Así como el triunfo de Trump produjo estrépito global, la victoria de Bolsonaro -una de las diez personalidades más buscadas en Google durante 2018 en todo el planeta- generó impacto. Pero existe un reacomodamiento posconfusión inicial. Es muy pronto para determinar, atento a la ratificación de una conducción profesional en política exterior, cuánto innovará en este campo al gobernar Brasil. Tampoco resulta extraña la cautela frente a Buenos Aires, de elecciones durante 2019. Probablemente, la agenda tome definitiva forma luego de que nuestro país sortee el proceso electoral.
El sistema internacional vive una transición compleja: incertidumbre, transformaciones aceleradas, desplazamientos, reconfiguraciones económicas y políticas están a la orden del día. En este marco, la idea de globalización se matiza con la aparición de actores emergentes que redefinen las reglas y las normas del sistema internacional, en función de valores diferentes a los establecidos en el mundo de posguerra.
El siempre ambicioso Brasil, con un disruptivo -en campaña- Bolsonaro, conformó para gobernar un equipo de figuras en principio ortodoxas y previsibles, y apuesta por jugar fuerte en ese contexto.
Está por verse si lo logra; y, en tal caso, mediante cuáles caminos.
(*) Docentes UNC