Con Alberto Ciria, uno de los más potentes pensadores latinoamericanos, cultivamos una intensa relación a pesar de la fugacidad de los encuentros, en los que hubo encontronazos y gestos amicales producto de nuestras intransigencias y asperezas de carácter.
Sus libros y conferencias tienen un valor extraordinario. Son una puerta fundamental para entender el pasado americano y atrevernos a imaginar un futuro diferente.
Lo conocimos en la década de 70, cuando aceptó una invitación del querido Albino Serafín, presidente del Partido Intransigente de Córdoba, para que ofreciera un par de conferencias.
Se lo aguardaba con ansiedad. En la espera estaban -entre otros- el eterno Ataulfo Pérez Aznar, la siempre entrañablemente Susana Pérez Lagar, Alfredo Fertita, la valerosa Tania Fita y la mesa directiva de la UEPC, tres secretarios destacados del Sindicato de Luz y Fuerza -cuyos nombres olvidé-, Juan Malvar, secretario General de los Gráficos, el Gallego Bernabé Reyes Martínez y Oscar Vaca Martínez por los gremios independientes; una delegación de Acción Democrática de Venezuela, la representación permanente del APRA en Córdoba, tres ilustres febreristas paraguayos y, por cierto, la dirección del partido y un puñado de amigos socialistas, siempre solidarios.
La ocasión era propicia para discutir uno de los sueños más preciados “del Albino”. La formación de un espacio plural latinoamericano que contuviera la mayor parte de las expresiones educativas, artísticas y culturales de esta América majestuosa en la que florece la libertad y que, a veces, pare bastardos que “al no poder mandar a quien quisieran/ Descargan su poder sobre las fieras./ Muchos humanos, son importantes/ Silla mediante, látigo en mano” (1).
La flaca adhesión del resto de los partidos políticos cordobeses no extrañó en demasía. Fue para muchos una advertencia. Los buchones de la policía les habían advertido -dirían después, a modo de disculpas- que sería una noche caliente.
Raúl Lacabanne en persona encabeza un ataque artero a la sede del partido. Tanta fue la violencia que ni los pacíficos jugadores de cartas del Audax Córdoba se salvaron de la feroz apaleadura que les aguardaba en las mazmorras del Cabildo.
Pero es menester retornar a Ciria. Nuestra relación, insistimos, fue de maestro brillante a discípulo ignoto. Estuvo enmarcada en pasiones y amores compartidos. La Reforma Universitaria fue una de ellas. Creo, que, mil veces, estuvimos a punto de batirnos a duelo, por la mano de la bellísima Borinquen, nuestra novia más amada.
Hoy quiero, desde esta tribuna ácrata, celebrar la memoria del amigo ausente. Ese amigo que abrió la cabeza a generaciones enteras para mostrar con un caleidoscopio distinto nuestra América Latina y El Caribe.
Esa combinación de prismas y espejos que le servían para explicar el destino colonial de Puerto Rico y la casi nula solidaridad del resto de las naciones de América Latina y el Caribe con su tragedia.
Las mismas que negaron asilo político, cuando fue necesario, a los luchadores puertorriqueños que se batían a diario por alcanzar su independencia. Lamebotas vocacionales.
Las descripciones de Ciria del San Juan Viejo emocionan. El tránsito por sus calles es distinto, cuidadoso. Tan distinto al de las hordas de turistas que destruyen todo a su paso para, luego, colmar, sedientos, shopping y anticuarios especializados “en nuevas antigüedades”, donde son cuidadosamente estafados.
Trampa en la que también cayó cierto presidente argentino quien, por arte de magia, se transformó en conde vaticano, recibiendo, en ceremonia privada, el collar y medalla correspondiente a ese rango nobiliario y un pergamino con su nombre firmado por mismísimo papa Pio IX, el último papa-rey.
“Para América Latina, Puerto Rico es un desconocido que no cuadra con precisión en ningún casillero, y al que recuerda vagamente como sujeto -escribe nuestro invitado- a una excesiva influencia del país del Norte, sin tener demasiado en cuenta la rica tradición independentista bajo los dominios español y estadounidense (…) la solidaridad antiimperialista no fue por cierto una característica destacada de los gobiernos de la región.
La encarnaron hombres libres y de buenas costumbres, hombres cultos que, a lo largo y ancho del continente, intentaron -y lo hacen hoy- recontar la historia a la luz de la corriente universal de descolonización del Tercer Mundo, y en demostrar la urgencia de que este tipo de experiencias trascienda los límites comarcanos por un lado, y evada la retórica de la propaganda de las cancillerías y burócratas del panamericanismo”.
Cuando Ciria enfrenta las callejuelas empedradas del inigualable San Juan Viejo, comprende, una vez más, la tragedia que representa la desintegración del hombre y la cultura. La desdicha, la desventura que agobia al hombre americano gobernado por aventureros y mercaderes, ladrones y orates. La consecuencia es obvia. El empobrecimiento general porque los que mandan son esencialmente brutos, incultos y sólo aman hacerse de los dineros públicos. ¿Son necesarios los ejemplos?
Tarea en la que encuentran cómplices necesarios en intelectuales, frailes, curas, pastores, rabinos e imanes, periodistas y medios de comunicación que, obedientes, venden la ilusión del paraíso cuando en realidad millones de hombres, mujeres y niños son sometidos a vivir de la caridad y recibir por todo alimento un mendrugo de pan. ¿Milagros del capitalismo?
Ciria se detiene como pocos en el modo esclavista de producción en Puerto Rico, basado primero en la población indígena, que virtualmente es exterminada, para justificar la introducción de mano de obra esclava proveniente de África.
Acabado el oro en sus ríos y montañas, la caña de azúcar, el algodón, el tabaco y el café fueron las industrias de sustitución. Los esclavos -frente a la labor incansable de los antiesclavistas- fueron liberados en 1870 y suplantados por “jornaleros libres”, eufemismo que enmascara nuevas formas de servidumbre y esclavitud.
La liberalización del comercio en el siglo XVIII genera el aumento demográfico extraordinario en la isla y convierte a San Juan en la segunda plaza fuerte de América, con lo que disminuye su dependencia política y económica de México.
Será para otra ocasión narrar los dimes y diretes que causan los largos y enojosos litigios que se celebran por ante los estrados del Consejo de Indias.
“El proceso de independencia que recorre el resto de la América de habla hispana desde comienzos del siglo XIX se refleja también en Puerto Rico con la formación paulatina de los sectores independentistas (o separatista), reformistas (o autonomista) y asimilista a ultranza.
Salvadas las distancias volverán a reproducirse después de 1898: independentista, “estado-librista”, y anexionistas, deseosos de que Puerto Rico se convierta en otro Estado de Estados Unidos.
Pero cuando las acciones revolucionarias ponen en peligro el sistema colonial español, 1868 y el Grito de Lares, 1896 y la intentona de Yauco, los autonomistas y conservadores domésticos se unen para condenar los esfuerzos emancipadores, como lo harán en pleno siglo XX, durante los años treinta y cuarenta, cuando la agitación nacionalista recrudece y es sofocada.
Ramón Emeterio Betances, revolucionario por convicción según su declaración tomada bajo tortura, es la figura clave del movimiento independentista del siglo XIX; sin embargo, no trasciende como José Martí en Cuba en periodo similar, como tampoco las limitaciones de los intentos frustrados”.
Muy ilustrativas de este primer fracaso son las explicaciones de los patriotas puertorriqueños. La cuestión racial, anotamos brevemente, es la causa primera. Los combatientes blancos libran una soterrada guerra religiosa entre católicos y protestantes, en el seno de las fuerzas independentistas. En ellos anida la semilla de la traición.
(1)Carta de un león a otro (Chico Novarro)