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PROBLEMÁTICA PROCESAL CIVIL

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Cuando los procesalistas se enojan…
Parafraseando a Aristóteles, podríamos decir que “el hombre es un animal fisgón”. Pocas cosas le atraen tanto como espiar la vida de sus prójimos, y mientras más “próximos” sean, mejor; todo depende de la forma en que se exprese el que describe o expone el mensaje apetecido, pero, en el fondo, todo es lo mismo, desde la deliciosa prosa de Marguerite Yourcenar, que nos desnuda las bajezas y grandezas de la vida en la antigua Roma, en sus “Memorias de Adriano”, hasta el archichabacanísimo “Gran Hermano” con que nos insulta la TV, están al servicio de esa vocación fisgona que domina tanto a las masas como a las élites. Las diferencias son de calidad.
Pero hay un área de la actividad humana que todavía se resiste al husmeo –no sabemos si por precaución, por ignorancia o por miedo–, y es el mundillo del Derecho y el arcano de la Justicia, aunque últimamente hayan aparecido indoctos glosadores que más oscurecen que aclaran.
Por eso, cuando nos topamos con un crítico culto nos sentimos gratamente sorprendidos ya que, por lo general, quienes se dedican a los temas jurídicos o judiciales apelan a la lisonja o a una respetuosa discrepancia y la cosa no tiene sabor.
Esto no ocurre al leer el libro que comentamos, en el cual el prestigioso jurista santafesino Julio Chiappini vuelca con toda la vehemencia, aunque con irreprochables fundamentos, sus puntos de vista sobre el tema y nos convoca a tener, en la intimidad, una “charla de café” con nosotros mismos.
El autor ha acumulado sistémicamente muchos trabajos no sólo relativos al derecho procesal, como lo sugiere el título, sino al proceso real, como lo gozamos o lo padecemos según cómo nos vaya.
El prólogo –como raras veces ocurre– es de lectura obligatoria para quien quiera descubrir el espíritu que anima al autor.
Luego trata temas urticantes relativos a la competencia, las excusaciones, las recusaciones, la legitimación para obrar en representación, los actos y los plazos procesales, las excepciones y las medidas cautelares, la prueba, la ejecución hipotecaria, el proceso concursal, el penal, el constitucional y el previsional; la sentencia, costas y honorarios y los recursos.
De eso salta a la filosofía jurídica y se refiere a la deontología forense; injerta semblanzas de grandes y reconocidos juristas “que en nuestro país han sido” y otros temas varios, como la epistemología jurídica, la objeción de conciencia, la impunidad e inmunidad de los legisladores, etc., con lo que incursiona en aspectos más bien políticos.
Retoma el tema apologético e inserta lo que considera páginas clásicas correspondientes a Llerena, Fontanarrosa, Jofré, Casares y Jellinek, para concluir con una serie de “recensiones”, con cita de autores cordobeses que resultan gratos a nuestro ostracismo intelectual y académico asumido, como Félix Alberto Pertile y Marcelo J. Sayago, que completa con “traducciones” relativas al Consejo Constitucional francés, el Tribunal Constitucional Federal alemán y el caso de “Los dos exploradores de cavernas”, de Plauto Faraco de Azevedo, etc.
Como podemos apreciar, el temario es tentador, pero cuando uno se adentra en su lectura, surge toda la riqueza cultural y valentía nata del autor, que no trepida en señalar, a veces acremente, los errores conceptuales que otros autores disfrazan con el ropaje de “opinión”… no vaya a ser que el afectado les replique.
Sin perjuicio de señalar el valor del estudio de la dogmática jurídica, no repara en denostar a aquellos que se circunscriben, dogmáticamente, al mandato ciego de las normas, con olímpico desprecio de la equidad, al punto que a veces parece enrolado en la Escuela de Geny… pero no es así, quizás esté más cerca del pragmatismo americano de Lewellyn, Arnold o Frank.
En definitiva se trata de una obra más que ponderable, necesaria, porque convoca a la reflexión sobre aspectos que, en no pocas ocasiones, no sabemos explicarnos. He allí su principal mérito. Se trata además de una cuidada edición en la que no se advierten errores de impresión que, a veces, son fatales ■

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