Por Luz Saint Phat / [email protected]
Nomofobia es un término que refiere a esta problemática. Cómo moderar la dependencia hacia los dispositivos móviles desde la mirada de un especialista
¿Cuánto tiempo al día pasa una persona mirando su teléfono inteligente? ¿El uso cotidiano de los dispositivos es laboral o recreativo? ¿Existe hoy un tiempo para la desconexión?
Estas son preguntas que, quizás, se deben hacer a diario, en una era donde la tecnología es, al mismo tiempo, ángel y demonio.
Al respecto, desde hace un tiempo se ha popularizado el término “nomofobia” para referirse a la adicción a las pantallas y a Internet. Aunque no es una conceptualización de la psicología clínica, da cuenta de un fenómeno contemporáneo al que es necesario prestar atención.
Mauro Gross es magister en Teoría Psicoanalítica Lacaniana, licenciado en psicología y presidente de la Fundación Enjambre (MP: 9543) . En diálogo con Comercio y Justicia, realizó algunas observaciones sobre este tipo de comportamiento y los factores que contribuyen a su prevalencia en las sociedades actuales.
– ¿Qué es la nomofobia?
– El término nomofobia no es un concepto clínico, técnicamente. No está en ningún manual de diagnóstico. Sin embargo, no por eso. Eso no significa que no tenga efectos y repercuta en la vida de las personas. Muchos autores mencionan una especie de traducción, sería como una adicción a las pantallas. Nomofobia, etimológicamente, es un acrónimo que significa no-móvil-fobia. Y es esta sensación de angustia, de sentirse descolocado al no tener el teléfono con uno mismo, en la mano, no tener batería, no tener conexión a internet, la posibilidad de estar desconectado.
– ¿Cuáles son los factores que contribuyen a que surja este problema?
– Lo cierto es que el uso que hacemos del teléfono, del smartphone, dista mucho de lo que, históricamente, era el uso que le dábamos al celular. Hoy en día sabemos que el teléfono inteligente en nuestras manos no es solo la cuestión de estar comunicados ante una emergencia, tener la posibilidad de que nos ubiquen o ubicar a alguien, sino que es el acceso a internet, a las redes sociales. Esto se ve muy potenciado por las redes sociales. La sensación de pertenecer a un grupo, en el caso, por ejemplo, de adolescentes, de que si uno no está en el tema, no está al tanto de lo que se está hablando, queda por fuera lo que tiene que ver la sanción y la cuestión confirmatoria que se busca a veces en una publicación, la importancia que se le da a los likes, a ciertos comentarios positivos, como si una experiencia no fuera verdaderamente vivida o disfrutada a pleno si no tenemos el registro y la publicación posterior.
– ¿Esta dolencia es propia de la época? ¿Por qué?
– Sí, es interesante pensar si se trata de una cuestión de época, si se trata de un aspecto más estructural. Sin duda que está potenciado por la época y por estas demandas interpersonales. Hay autores que mencionan, de forma anecdótica que hasta hace unos años, organizábamos la información que podíamos llegar a tener quizás en una agenda, en un cuaderno. Si necesitábamos algún contacto, algún teléfono, lo podíamos tener de esa manera. Sin embargo, alguien por olvidarse de ese cuaderno, no tenía “cuadernofobia”. Me parece que ese chiste ilustra muy bien el sentido casi identitario que nos da la tecnología y nos da ciertos elementos. Pensemos también cuestiones vinculadas a las marcas, cuestiones vinculadas a ciertos productos. Esta confusión por ahí entre el ser y el tener. Lo cierto es que por ahí en jóvenes, en adolescentes, y no tan jóvenes ni tan adolescentes, también los adultos, estamos atravesados por esta cuestión también.
– ¿Qué recomendaciones podemos realizar a las personas que sientan que esto les está sucediendo?
Las recomendaciones más generales que se pueden hacer -y no olvidando que hoy en día, para muchas personas, quizás el teléfono es una herramienta de trabajo y están obligados en algún punto a depender del celular- es intentar de alguna manera, en primera instancia, tomar conciencia, advertirse del uso excesivo, del uso irreflexivo que se le puede dar a estos dispositivos, para tratar de poder dejarlos a un lado, al menos por un tiempo, al menos en algunas actividades. Poco puede servir una restricción, un corte abrupto. Eso es insostenible. Pero quizás en pequeñas actividades, en pequeñas conductas de a poco, se pueda ir aflojando un poco su uso. Es importante, por ejemplo, hacer una lista de prioridades. Hay situaciones en las que quizás no es necesariamente importante contar con el teléfono. Entonces, por ejemplo, recurrir al uso de anotaciones, uno puede salir a hacer una compra con una lista y no necesariamente llevarlo en el celular. Hasta recientemente, en el periodo de vacaciones de julio, uno escuchaba a personas que condicionaban su lugar de estadía en pos de tener o no conexión. La realidad es que podés estar unos días al menos sin conexión a internet. Y esto no significa que no tuvieras la posibilidad de encontrarte con un teléfono de aire, de línea. Entonces, quizás en esas pequeñas actividades, pequeños momentos, tomar conciencia que quizás no es necesario darle un uso. Muchas personas empiezan por dejar de lado el celular al momento de la cena, al momento del almuerzo, en algún momento de compartir con familiares, con parejas, con sus hijos, hijas. En ese sentido, me parece que lo mejor es optar por una gradualidad e ir dando pequeños pasos.