María Esther Cafure de Battistelli, vocal del Tribunal Superior de Justicia -antes de dejar el Alto Cuerpo tras 52 años en la Justicia- hizo un recorrido de su vida con Comercio y Justicia.
Después de 52 años, María Esther Cafure de Battistelli dejó su larga carrera judicial que la tuvo 18 años como vocal del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba.
Cafure, una mujer de carácter fuerte y vehemente, dejó paso a la emoción cuando le dio a Comercio y Justicia la última nota antes de abandonar el Palacio de Tribunales I, el mismo edificio que cuando tenía apenas 21 años le abrió sus puertas.
“Siento una mezcla de alegría y de tristeza, es mucho tiempo”, dijo la vocal decana del TSJ, quien -con tono jocoso- se autodefinió como “uno de los últimos muebles que quedaban en el Poder Judicial”.
Entre lágrimas y con la voz entrecortada, la magistrada confesó que no será ella quien desocupe el escritorio ni la oficina que usó en los últimos años como vocal de TSJ. “Es la otra parte dura que me queda”, dijo. Y pensó: “Se lo pediré a mi secretaria”.
A pesar de su larga edad (de la que no le gusta hablar), Cafure tiene una salud privilegiada, nunca abandonó el gimnasio al que va todos los días antes de comenzar su larga jornada en Tribunales. Dedicó gran parte de sus horas al Poder Judicial y será por eso que nadie le creyó que iba a renunciar.
-¿Por qué tomó la decisión de irse?
– Me motivó el tiempo, es un momento muy importante para mí porque cuando uno va cumpliendo muchos años éstos pesan y siempre decía “me voy a ir” y nunca me iba. Nadie me creyó cuando traje mi renuncia -ni siquiera mis hijos- y la pregunta que me respondí fue ésta: o me voy ahora o no me voy más. No quería esperar que mi salud no me dé y me obligue a retirar y decidí que antes que la vida me pusiera el fin, el fin se lo iba a poner yo y escribí “fin”.
Dice que no tiene proyectos pero hay algo que tiene claro: el tiempo que le queda se lo dedicará a ella. “Me voy contenta y con el cariño de mucha gente, espero que Dios me dé salud para gozar un poco más, por lo menos un pedacito”, señaló.
Cafure es madre de tres hijos y abuela de siete nietos pero dice que ya están grandes y que nada hace presumir que la harán bisabuela. “Voy a salir al jardín y voy a ver qué flores hay, seguramente habrá alguna flor esperándome”, dijo, otra vez emocionada, sentada en la Sala de Acuerdos del Alto Cuerpo.
Aunque hizo gran parte de su carrera judicial como civilista, su amor ha sido el derecho penal. Fue asesora penal cuando en el Poder Judicial no había mujeres que hicieran esa especialidad ni abogadas particulares que se ocuparan de esa temática.
Hizo la carrera de abogacía en cuatro años, uno lo hizo libre. Aunque fue una alumna ejemplar, lejos de lo que podría creerse, empezó a cursar derecho porque se enamoró de su profesor de Instrucción Cívica; después vino el amor por la abogacía: “Era buen mozo, hablaba bien”, dijo entre risas recordando a su maestro, “por suerte después no me arrepentí de haber elegido esta carrera”.
– ¿Qué recuerda de sus comienzos en Tribunales?
– Empecé en el Juzgado de 2ª Civil a los 21 años, estaba cursando el último año de la carrera. Tuve jueces muy buenos, lo que uno aprende estando aquí no lo aprende en ninguna parte, no lo aprende en la facultad ni en un estudio de abogados. Aquí se tiene una visión total, es como el que trabaja en un hospital. Además, como era la única mujer en el juzgado, el juez me tenía mucha estima, me daba muchos consejos. Un comentario que escucho mucho ahora de los empleados es que le hacen la resolución a los jueces; en ese momento que un juez pidiera que le proyectáramos una resolución era el premio más grande que podíamos tener porque era un reconocimiento a que se había adquirido cierta capacidad para hacerlo y el día que él devolvía el proyecto sin corregir, era un premio, una distinción, no una carga.
– ¿Y cuándo empezó su amor por el derecho penal?
– Primero fui secretaria de juzgado, después me fui a la asesoría letrada y fue allí cuando empezó mi amor por lo penal. Me incorporé a la universidad, al Instituto de Derecho Penal y empecé mi carrera docente. Después volví al área Civil, fui jueza civil 12 años, tenía 28. Luego, cuando se produce una vacante en la Cámara de Acusación, me preguntan si quería ir. Yo estaba en la cátedra de penal, era auxiliar docente y entonces aterricé de nuevo en el área penal. Después renuncié, era la época de los militares, una época muy fea (no quiso seguir hablando).
– Y después volvió.
– Sí, a la Cámara 1ª del Crimen, allí estuve siete años, hasta que en 1992 me jubile. En 1995 se produce la propuesta de Mestre para venir al TSJ.
– Si tuviera que hacer una autocrítica como magistrada, ¿Ud. se arrepiente de algo?
– Yo me he dedicado muchísimo al Poder Judicial y cuando mis hijos se casaron y se fueron, todo el tiempo se lo dediqué a tribunales. Con aciertos y errores no puedo criticarme porque más no puedo hacer, al contrario, si le pregunta a mi familia quizás se quejen ellos, “tribunales te absorbe toda la vida”, me han dicho. Toda mi vida ha estado limitada y sujeta a las exigencias del Poder Judicial.
– ¿Cómo fue su paso por el Tribunal Superior?
– Muy bueno. He tenido un equipo de trabajo muy placentero, ha sido muy franco y amable el trato y en 18 años han pasado tantas cosas como pasan en una familia, nos hemos enojado, nos hemos reconciliado.
– ¿Qué impronta suya le gustaría que continuara quien la reemplace?
– Ninguna, al contrario que venga otra persona que marque su propia impronta, es la virtud de los cambios y en buena hora que sea así.