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Tengo dos jóvenes niños en mi mesa de mediación

Por Marta Gelfi * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Juan es un joven de 19 años, está sentado en un extremo de la mesa junto a Mónica, su mamá, quien  presenta  certificado de discapacidad con retardo mental, condición que tiene su origen en un accidente automovilístico que sufrió Juan cuando tenía 8 años. Estaba cursando tercer grado de su primaria, escolaridad que nunca pudo retomar. Frente a él se ubica María, de 17 años, junto a su mamá Dora.

Juan y María son los papás de Pedro, de 9 meses de edad. No hubo convivencia. María se relaciona con Juan porque éste es compañero de su hermana Ivana en una institución especial para jóvenes con discapacidad. María solicita la mediación ya que surgen algunos problemas cuando Juan busca al bebé y además no cubre sus necesidades económicas. Su objetivo es que Juan se ocupe del bebé y pague lo que le corresponde.

Debimos solicitarle a Mónica inicie la curatela de Juan, requisito indispensable requerido por este Centro de Mediación para la firma de un acuerdo. María estaba muy enojada, agredió verbalmente a Juan, incluso a Dora, su propia mamá. Cuando pudo tranquilizarse se trabajó mucho el tiempo y la forma como Pedro compartiría con su papá, llegando acordar verbalmente y dejando la cuota para la siguiente audiencia.

En esta segunda reunión se trabajó en un clima totalmente distinto al de la primera; tanto María como Juan se mostraban más tranquilos. Pedro había estado con su papá, habían podido concretar lo pautado en la audiencia anterior y se encontraban dispuestos a dialogar. Se trabajaron las necesidades del niño juntamente con los ingresos de la pensión por discapacidad que cobra Juan y los ingresos de las horas que trabaja en un taller cuando lo necesitan. Se manejó una cifra, con la consigna de pensarla hasta que nos volviéramos a juntar, ya que Juan y su mamá barajaban cifras similares pero con distinta modalidad para su efectivización.

La nueva audiencia nunca se llevó a cabo porque ambas partes no concurrieron a ella, impronta que se presenta en muchas mediaciones prejurisdiccionales, pero que en ésta tenía una particularidad especial. Pude comunicarme telefónicamente sólo con María y me contó que había hablado con Juan días después de la mediación y decidieron llevarse bien por Pedro; que iban a tratar de ser buenos padres y criarlo de la mejor manera. Las “perlitas” de esta mediación fueron las abuelas, vecinas desde hacía tiempo, humildes, con la sabiduría de la vida, quienes estaban dispuestas a luchar por el bienestar y la felicidad de su nieto, ayudando desde su lugar de abuelas a estos dos jóvenes niños, sus hijos. Indudablemente ellas debieron contribuir en todo y respetar lo pautado.

Estos jóvenes decidieron no volver a mediación; resolvieron que su palabra y la buena relación sería lo mejor para criar a su bebé, lejos de los escritos y requisitos legales solicitados. Lamentablemente no pude contactarme con Juan y su mamá pero sí debí volver a procesar en mi interior una de las premisas clave de la mediación productiva a las que alude John Haynes, fundador de la Academy of Family  Mediators, en la cual asevera: “No ser responsable del resultado asusta a la mayoría de los profesionales que tienen un alto sentido de responsabilidad hacia su profesión y el público por el resultado de su trabajo.

Los mediadores deben dejar de lado este concepto, hacerse responsables del procedimiento, dejando a las partes la total responsabilidad por el resultado. Éstos se basan en las normas de las partes, sus familias y sus comunidades y no solamente en precedentes legales. La gente tiene derecho a tomar sus propias decisiones y la mediación garantiza este derecho y ayuda a reconectar a las personas con su propia sabiduría innata”.

Premisas que, como tantas otras, los mediadores que trabajamos en familia debemos procesar día a día, teniendo en cuenta que cada mediación es única y, en este caso, muy especial. Seguramente Juan debió reprocesar su situación de papá, con la ayuda de su mamá, porque si bien hay un certificado de discapacidad con retraso mental (“funcionamiento intelectual general significativamente inferior al promedio…que se acompaña por limitaciones importantes en el funcionamiento adaptativo, pudiendo presentarse en distintos niveles, leve, moderado, severo y profundo”), Juan tenía claro que cuanto más trabajara en el taller que lo llamaban cuando lo necesitaban, obtendría mayores ingresos con los que, sumados a la pensión por discapacidad que percibía, podría brindarle mayor cuota alimentaria a su hijo; tenía claro que de la mano de su mamá y de su familia, estaba aprendiendo a cuidar a Pedro y tenía la posibilidad de retirarlo solo del domicilio materno.

Todos estos aprendizajes Mónica los refirió con mucha humildad y gran orgullo, en ocho palabras “estoy enseñándole a ser papá a mi hijo”.

Seguramente Juan será acompañado siempre por su familia. El amor de este joven niño por su hijo quedará siempre en mi memoria de mediadora.

* Lic. en Psicología – Mediadora – Especialización en Mediación Familiar

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