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Libertad de expresión: Harry Potter y el prisionero de Escocia

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Por David Inserra * para Washington Examiner (Estados Unidos)

Escocia se enfrenta a una nueva y desafortunada realidad tras la entrada en vigor, el 1 de abril, de su Ley sobre Delitos de Odio y Orden Público.

La nueva ley prometía “hacer frente a los daños causados por el odio y los prejuicios”, pero como ocurre con todas las leyes contra la incitación al odio, aunque sean bienintencionadas, el resultado inevitable es tanto la supresión subjetiva de la incitación al odio como importantes daños colaterales, incluso para aquellos a los que pretende proteger.

Afortunadamente, la autora de Harry Potter, J.K. Rowling, ha jurado solemnemente que no está tramando nada bueno. Cuando la ley entró en vigor, Rowling publicó una serie de mensajes en X, que ahora se han convertido en virales, en los que apuntaba directamente a la imprecisa ley que restringe la libertad de expresión.

La nueva ley tipifica como delito actuar o hablar de forma “amenazadora o abusiva” con la intención de “incitar al odio” por motivos de edad, discapacidad, religión, orientación sexual o identidad de género de una persona o grupo. Otras partes consideran ilegal actuar o hablar de una manera que “probablemente” incite al odio por motivos de raza, color de piel, nacionalidad o etnia.

Como cualquiera que haya estudiado las leyes contra la incitación al odio podría predecir, la penalización de la “incitación al odio” afecta inevitablemente incluso a quienes se supone que debe proteger.

Desde que la ley ha entrado en vigor, con diferencia, la persona más denunciada ha sido el primer ministro Humza Yousaf; sobre todo, por un discurso parlamentario que pronunció en junio de 2020 en el que censuraba el número de blancos en puestos de poder en Escocia. Lo que para algunos es un discurso justo y apasionado sobre la injusticia racial es, para otros, un discurso racista que probablemente avive el odio.

Y este giro no es sorprendente en absoluto. La primera persona procesada en virtud de la Ley británica de Relaciones Raciales de 1965, concebida para proteger a los grupos minoritarios, fue un hombre negro. La ley francesa “Lellouche” se aprobó en 2004 para frenar el creciente antisemitismo y la islamofobia, pero se ha utilizado en repetidas ocasiones para silenciar a quienes critican al gobierno israelí y llaman a boicotear los productos israelíes. Las leyes canadienses contra la incitación al odio han provocado la incautación del libro Black Looks: Race and Representation, de una feminista y académica afroamericana del Oberlin College.

Más allá de los daños colaterales que provoca la vaguedad de este tipo de leyes, otros Estados han utilizado deliberadamente como arma la subjetividad de la “incitación al odio” para prohibir todo tipo de disidencia. Turquía persigue regularmente a quienes critican al gobierno en virtud de sus leyes de incitación al odio. Las leyes ruandesas reprimen las opiniones discrepantes de los opositores políticos y de la sociedad civil, incluidas las críticas a la propia ley contra la incitación al odio. El sistema de apartheid de Sudáfrica utilizó las leyes contra la incitación al odio como arma para reprimir a quienes se manifestaban en contra de los males de su gobierno. La Unión Soviética fue la defensora original de las leyes contra la incitación al odio en el derecho internacional, que utilizó para legitimar su opresión generalizada y condenar a Occidente.

En respuesta a la nueva e imprecisa ley escocesa, Rowling publicó un hijo en X en el que señalaba 10 situaciones en las que los transexuales podrían perjudicar o aprovecharse de las mujeres. El hilo señalaba la importancia del sexo biológico en lugar de la identidad de género a la hora de abordar diversas cuestiones de política pública, como la violencia sexual, las prisiones y los deportes, y retaba a las autoridades a arrestarla (#Arrestarme). Y no es la primera vez que se pronuncia sobre sus creencias, lo que ha dado lugar a varios intentos de cancelar a la autora.

Pero lanzar el guante parece haber funcionado, ya que la policía escocesa ha anunciado que no tomará ninguna medida contra Rowling, para frustración de varias figuras políticas y activistas que la denunciaron por incitar al odio contra las personas transexuales.

Esta rebelión abierta ha puesto de manifiesto lo que la ex presidenta de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, Nadine Strossen, ha descrito como los “intratables problemas de vaguedad y extralimitación” que “plagan las leyes de incitación al odio”.

Se trata de leyes que confieren uniformemente a los funcionarios encargados de hacerlas cumplir un enorme poder discrecional y se han aplicado sistemáticamente para suprimir opiniones y oradores impopulares, incluidos los disidentes políticos y los oradores de minorías.

Mientras el gobierno escocés intenta suprimir la incitación al odio que no debe ser nombrada, cabe esperar la resistencia de escritores valientes como Rowling.

(*) Investigador sobre libertad de expresión y tecnología.

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