Por Javier H. Giletta *
Recientemente tomó estado parlamentario un proyecto de ley que propone reemplazar el sistema indemnizatorio previsto en el artículo 245 de la Ley de Contrato de Trabajo (LCT) por un “seguro de garantía de indemnización” (SGI), por el cual el trabajador despedido dejaría de cobrar la reparación completa (esto es, un sueldo por cada año de servicio, como prevé la ley actual) y, en cambio, percibiría una indemnización de manera mensual mediante un fondo de capitalización.
La iniciativa en cuestión fue presentada el 17 de agosto pasado. Cuenta con el apoyo del bloque de Juntos por el Cambio y pretende garantizar “la indemnización de los trabajadores ante eventuales pérdidas de puestos laborales o cese de actividades”; constituirse en un instrumento para “reducir los costos laborales” y, al mismo tiempo, “favorecer la creación de empleo formal”.
El seguro operaría como un “fondo de garantía”, integrado por las contribuciones patronales y los aportes que deberá realizar cada trabajador, los que serán destinados a un fideicomiso administrado por la Administración Nacional de Seguridad Social (Anses) y las autoridades de aplicación designadas por el Poder Ejecutivo Nacional.
Consideramos que sería un error dejar en manos de la Anses la administración del nuevo fideicomiso, puesto que se trata de un organismo estatal completamente ajeno al mundo laboral.
A su vez, el dinero depositado en el fondo se ajustará por inflación y estará disponible para el trabajador sólo en caso de pérdida del puesto laboral o cese de las actividades de la empresa. También se contempla que, ante el fallecimiento del empleado, el SGI se transfiera directamente a sus herederos, lo que asegura efectivamente el cobro de los aportes de la indemnización.
Empero, la experiencia acumulada en nuestro país nos demuestra que ajustar por inflación no siempre es el mecanismo más adecuado y razonable, siendo una variable que termina perjudicando al trabajo; máxime, con índices tan elevados de inflación y con estadísticas oficiales que no siempre los reflejan fielmente.
Según el texto del proyecto, en caso de renuncia, cese de actividad, retiro o despido (con o sin causa), el dependiente percibirá una remuneración mensual del SGI equivalente a su último salario, hasta el reinicio de las actividades u obtención de un nuevo empleo, siempre que no se supere el tiempo que corresponda al período laborado.
Si se trata de un despido, el empleador deberá abonar el primer mes de indemnización, y luego el trabajador comenzará a percibir las remuneraciones pertinentes a su seguro, a partir del segundo mes desde que se efectivizó el despido.
En el supuesto de renuncia, prevé que la primera cuota del seguro no podrá ser percibida por el dependiente sino después de transcurridos 31 días de concretada la dimisión.
Asimismo, el aporte que deberá realizar el trabajador es “acumulable” y “continuo”, aun en caso de cambios de trabajo, empleador, función o actividad laboral. Es decir: los cambios de empleo o empleador no configurarán pérdida de activos en términos de antigüedad con relación a lo computado para el seguro.
Por último, la iniciativa enfatiza que, en caso de ser sancionado, el nuevo régimen indemnizatorio será obligatorio para todos los trabajadores del sector privado y también para los dependientes de la Administración Pública Nacional y de las sociedades del Estado, siendo acumulable ante retiros y jubilaciones, constituyendo “un suplemento sobre los haberes”.
Objeciones
Sin perjuicio de los errores ya señalados y de que creemos que sería muy compleja su reglamentación, entendemos que el proyecto bajo análisis adolece de serias deficiencias. Entre ellas, destacamos:
* En primer término, es claramente inconstitucional porque vulnera lo dispuesto en el artículo 14 bis de la Constitución Nacional, en tanto se garantiza la protección de los trabajadores ante el despido arbitrario. Además, implica una flagrante violación de los principios de progresividad y no regresividad de los derechos.
En efecto, la indemnización por despido injustificado tiene una doble función, resarcitoria y punitiva, ya que intenta reparar el perjuicio sufrido por el trabajador despedido y, a la vez, castigar al empleador que despide en forma arbitraria y sin causa alguna.
No debe perderse de vista que el derecho laboral se construyó desde su propia génesis sobre la base del principio protectorio, debido a la existencia de una relación dispar entre las partes (empleadores y trabajadores).
* En el caso de renuncia, tratándose de un acto jurídico voluntario y lícito, el empleado renunciante tiene derecho a cobrar los días efectivamente laborados, el proporcional del SAC y de las vacaciones no gozadas, pero no tiene derecho a percibir indemnización alguna. Por lo tanto, no es correcto equiparar la renuncia al despido a los efectos indemnizatorios.
* Por lo demás, la norma consagraría una doble imposición para el empleador, puesto que éste actualmente ya contribuye al Fondo de Seguro de Desempleo que administra la Anses por imperio de la ley 24013, de modo que se agravaría aún más la situación que atraviesan las pymes y los pequeños empleadores, que son los principales dadores de trabajo en nuestro país.
No es menester ser especialista en la materia para advertir de que se trata de un proyecto equívoco, que generaría más problemas que soluciones, debido a que la constante pérdida de puestos de trabajo no tiene relación directa con el régimen indemnizatorio vigente sino con la ausencia de políticas activas de empleo.
Por ello, sostenemos que debe declararse con urgencia la emergencia laboral y, cuanto antes, proyectarse y debatirse una reforma integral de las leyes laborales a fin de actualizarlas y adecuarlas a las nuevas necesidades del mercado laboral, para beneficio de los trabajadores y de las pequeñas empresas.
Esto debe hacerse con suma prudencia e inteligencia, eligiendo los instrumentos normativos más idóneos que guarden armonía con nuestro sistema constitucional y resguarden los derechos de los trabajadores. De lo contrario, los efectos podrían no ser los deseados y tender a agravar una situación que ya es sumamente complicada.
Los pésimos resultados obtenidos hasta el presente con la nueva Ley de Alquileres deberían ser aleccionadores para aquellos que se encargan de legislar.
(*) Abogado y comunicador social
Este nuevo análisis que Dr. Giletta pone a consideración pública, con todo el conocimiento técnico a que nos tiene acostumbrados en sus columnas, DEBE llegar a los Legisladores Oficialistas. Sobre todo para considerar la filosa arista que remarca el columnista en relación a las Pymes, sector primordial que el Estado se ha comprometido a apoyar y fomentar.