Un aporte a un tema controversial: el avance de la ciencia tomando como objeto el organismo de las personas, situación que pone en pugna la dimensión de progreso de la técnica y los límites éticos que debe tener.
Por Armando S. Andruet (h)
Twitter: @armandosandruet
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¿Quién podría estar en desacuerdo con que la ciencia avance y que en dicho progreso resuelva mejor las insatisfacciones que tienen las personas en torno al tema de la salud, el dolor y la muerte? A la vez, ¿quién no querría que el avance que proporcionan dichos resultado laudatorios lo sean conformes a una práctica o técnica que respete en modo acabado la dignidad humana y, por ello, se pueda predicar su eticidad?
La historia reciente en esta materia nos hace una devolución contundente: la ciencia en su avance no se autogobierna éticamente y, por ello, los instrumentos internacionales fruto de los consensos de la convivencia mundial -y no de los laterales intereses peculiares- son por lo general los únicos elementos que pueden cooperar en una tarea inacabada como permanente de “etizar” la tecnociencia, aplicada a la investigación en seres humanos.
La historia del cuerpo humano
A los fines de dar sustento, proponemos la hipótesis que indica que el tema de la investigación en seres humanos es también la historia del cuerpo humano. Del cuerpo en tanto objeto y también como emplazamientos para otros proyectos sanitarios que desde la res extensa se habrán de cumplir.
A modo de historiar sobre el cuerpo para luego poder comprender la investigación en seres humanos, se puede decir entonces que el cuerpo en un primer momento fue descubierto y luego fue conocido. Y ambos momentos son espacios previos a toda investigación propiamente dicha, que recién existirá cuando el cuerpo sea implosionado. Entonces: descubrir, conocer y luego implosionar el cuerpo.
Por ejemplo, las primeras disecciones que fueron sostenidas en el tiempo, durante casi 300 años, se cumplieron en la Escuela Alejandrina de medicina, sobre el siglo III. a.C., particularmente por Herófilo, fundador de la anatomía. Lo que hizo dicho médico fue descubrir el cuerpo humano.
Sólo después de ese descubrimiento de la corporeidad (que luego tuvo fuertes retracciones, que generaron una pausa de varios siglos) se emprendieron los estudios sobre el cadáver, en coincidencia con hombres de talla académica de insuperable formación, que harían del cuerpo humano una superficie posible de ser entonces explorada sin limitaciones. Será Andrea Vesalio (1514-1564) quien se convertirá en el anatomista más importante de todos los tiempos, y detrás de él se pondrá proa al futuro de toda investigación que sobre el cuerpo humano se cumpla.
En los tiempos que siguen y hasta entrado nuestro siglo XXI, los médicos e investigadores agotarán el estudio de la fisiología de los diferentes sistemas corporales, como de la misma anatomía y de la histología. De tal manera que a las prácticas investigativas de baja escala que se cumplían, le seguirá el proceso de lo que luego se denominará ‘medicina experimental’ en la figura de Claude Bernard (1813-1878). Y así se habrán de producir los grandes avances para la salud de las personas y la mejor calidad de vida de todas ellas.
En poco tiempo emergerán vacunas, antibióticos, compuestos químicos e instrumentos de observación del cuerpo, en su mayoría todo ello generado entre el último cuarto de siglo XIX y la primera media centuria del siguiente. Fueron dichos acontecimientos en continuidad los artífices de que la ciencia médica comenzara a curar las enfermedades, controlar las epidemias y enfermedades endémicas y, por último, mejorar la calidad de vida de las personas.
Los límites
La exploración del cuerpo humano encuentra su límite cuando es el científico quien hace un giro copernicano en su relación con dicho objeto, y advierte que su exploración debe abandonar la perspectiva macroorgánica y fisiológica, para adentrarse en los componentes profundos de la histología, lo cual lo llevará a la estructura molecular de la célula, primero, y de allí a la del gen. Por ello, es que desde los años 90 de siglo pasado la medicina se convertirá en biomedicina.
Con ello, el cuerpo humano dejó de ser el lugar desde donde se conoce al hombre, para convertirse en la res extensa objetivada y eventualmente también cosificada, no ya para profundizar en las exploraciones realizadas sino para convertirse en una suerte de estructura de aplicaciones y/o intervenciones directas, que luego de ser calificadas como positivas, habrán de redundar en beneficios sanitarios masivos y no como antes, cuando los éxitos quedaban acotados a círculos inmediatos y próximos.
Dicha maximización en el estudio de la biología humana llevará al descubrimiento de la doble hélice del ADN por los premios Nobel en Medicina, Maurice Wilkins, James Watson y Francis Crick, en 1958, y desde ese momento es que el cuerpo será implosionado, y para que ello sea posible la investigación como método científico será un aliado imprescindible.
Y si bien hemos dicho que antes del siglo pasado existieron implosiones ultrajantes muy severas sobre el cuerpo humano, que la bibliografía recoge, es en el siglo XX cuando se advierten los momentos de mayor oscurecimiento en cuanto a la dignidad humana en función de la investigación.
Como consecuencia directa de los mayores abusos que sobre el cuerpo humano con fines investigación se cometieron en el siglo XX, se generó un conjunto de instrumentos internacionales que, sin duda, será el que, con el tiempo, habrá de prevenir que ello no se vuelva a repetir. Ellos son: 1) El Código de Nüremberg. 2) La Declaración de Helsinki. 3) Pautas CIOMS/OMS. 4) Declaración de Bioética y Derechos Humanos de la Unesco.