El caso judicial “Mila”: un debate sobre la blasfemia en la antesala del ataque a Salman Rushdie

En Francia, en 2020, una joven que manifestó su rechazo al Islam en su cuenta de Instagram fue agredida y amenazada. El Estado debió tomar cartas en el asunto y se abrió un proceso. Los autores fueron condenados. Ese país seguía traumatizada por la masacre de Charlie Hebdo, pero hay distintas posturas: mientras algunos hacen férreas defensas de la laicidad y de la libertad de expresión y rechazan el dogma, otros optan por discursos equidistantes

Entre 2020 y 2021, a cinco años de la masacre de Charlie Hebdo, Francia debatió la libertad de considerar el dogma religioso como una narrativa más y de criticar tanto una religión como sus símbolos: el derecho a la blasfemia.

Todo comenzó por el intenso acoso virtual que sufrió Mila, una adolescente que manifestó su rechazo al Islam en Instagram.

“El Corán es una religión de odio”, escribió, entre otras frases, Mila, de 16 años, en un vídeo, poco antes de que se desatara la pandemia. Lo hizo mientras hablaba con otro usuario sobre su atracción por las mujeres.

El posteo de la joven, que residía cerca de Lyon, en el oeste de Francia, bastó para que recibiera una catarata de amenazas (de muerte y de agresiones sexuales incluidas) e insultos, a razón de 200 mensajes por minuto.

Mila tuvo que dejar la escuela por razones de seguridad.

El abogado de la menor de edad, Richard Malka, patrocinante de Charlie Hebdo, recordó que la joven no cruzó ningún límite porque no criticó una comunidad sino, según la frase que posteó, al Corán.

Además, denunció la tibieza e, incluso, el silencio de algunos políticos, dirigentes y activistas. Dijo que preferían no defender a una víctima de homofobia y machismo por su temor a que pudiera interpretarse que respaldaban la visión de la joven sobre el Islam.

“Rushdie fue atacado, y antes sentenciado, por ejercer su derecho a la blasfemia; derecho que no existe por un deseo perverso de ofender al creyente. Existe porque sin ese derecho no hay secularización -es decir, no es posible una real separación entre Iglesia y Estado-, piedra basal del constitucionalismo liberal. Dicha separación es para el derecho lo que la separación entre el conocimiento derivado de la fe y los hechos objetivos comprobables son para la epistemología, un quiebre cognitivo específico al racionalismo y la Ilustración”.

(Héctor Schamis, académico y autor argentino, profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Georgetown).

Mila carecía de agenda política. Planteó, como pudo, una opinión, como persona joven que explora su vida romántica y advierte que hay ramas de ciertas creencias que repudian ferozmente la homosexualidad.

Pese a ello, la por entonces ministra de Justicia, Nicole Belloubet, hizo declaraciones que complicaron un debate en el que, entre otras cosas, suele confundirse el derecho a la blasfemia con la incitación al odio.

Sus palabras se interpretaron como una suerte de cuestionamiento del derecho a la blasfemia. Si bien respaldó la posibilidad de reprobar la religión, no dejó de recordar que las injurias por pertenecer a una son infracciones.

“La amenaza de muerte es inaceptable”, dijo, pero añadió que “el insulto a la religión es un ataque a la libertad de conciencia”.

La fiscalía abrió una investigación y en julio del año pasado hubo un veredicto. La Justicia en lo Penal de París condenó a penas de cuatro a seis meses de prisión a 11 jóvenes de entre 18 y 29 años por participar en el linchamiento virtual de Mila y ordenó que algunos la indemnizaran como damnificada por ciberacoso.

Apuñalado

Hace poco más de una semana, Salman Rushdie fue apuñalado en Nueva York, donde vive, por ejercer su derecho a la blasfemia.

El escritor británico de origen indio pasó décadas aislado y con custodia por escribir “Los versos satánicos”.

La condena a muerte que dictó Irán en 1989 por un libro envió un mensaje que tristemente perdura : no cabe consideración ni reflexión sobre la libertad de expresión, el conocimiento ni la cultura porque, según entienden algunos, los razonamientos sobre los dogmas justifican la violencia.

La consigna se mantiene vigente aun entre individuos que no habían nacido cuando el Khomeini pidió la muerte del infiel Rushdie, y aunque el propio Irán pausara la fatwa en su contra.

El semanario satírico Charlie Hebdo ejerció su derecho a burlarse de una religión y en enero de 2015 también sufrió un ataque despiadado: 11 miembros de su redacción y un policía del edificio fueron asesinados por terroristas islamistas.

Los hermanos Chérif y Saïd Kouachi irrumpieron en la sede parisina de Charlie Hebdo y abrieron fuego y en menos de dos minutos diezmaron el plantel de la publicación más irreverente del país. “Fue una ejecución política”, dijo desde el inicio el actual director de Charlie Hebdo, Riss (seudónimo de Laurent Sourisseau) , quien vive con custodia permanente.

“No fue un atentado ciego, fue una ejecución específica para acallar a gente que tenía una palabra particular”, señaló también.

En una escala diferente, en la era de las redes sociales, Mila se sumó a la lista de las víctimas de las arengas de y para los fundamentalistas.

Perseguido

El pasado viernes 12, el perseguido Rushdie -nacido en 1947, en Bombay, en una familia musulmana secular- se preparaba para hablar ante más de dos mil personas en la Chautauqua Institution cuando Hadi Matar, 24 años, le asestó dos puñaladas.

Matar, oriundo de Nueva Jersey, fue detenido. Horas después del hecho, los investigadores revelaron que -según sus posteos en Facebook- era admirador de la Guardia Revolucionaria iraní.

Irán negó tener vínculos con el ataque pero definió al escritor y a sus seguidores como “los únicos merecedores de culpa” por lo sucedido.

El portavoz del Ministerio de Exteriores, Naser Kananí, responsabilizó a Rushdie, la víctima, por “insultar al Islam” y a “1.500 millones de musulmanes”.

Derechos y libertades básicas no están en el radar de un emisario de un gobierno teocrático. La explícita condena a muerte a Rushdie por blasfemo puede haber quedado en suspenso, pero el ideario que la sustenta sigue vigente.

En su momento, el edicto iraní apuntó a toda persona que participara de la divulgación de Los versos satánicos . El traductor italiano, Ettore Capriolo, fue apuñalado en Milán. El auto de William Nygaard, el editor noruego, fue baleado. Ambos sobrevivieron, pero el traductor japonés convertido al Islam Hitoshi Igarashi fue asesinado.

Por lo pronto, en declaraciones al diario New York Post desde la cárcel, el atacante de Rushdie dijo que estaba sorprendido por no haber logrado su cometido.

“No me gusta la persona. No creo que sea una muy buena persona. Es alguien que atacó al Islam. Atacó sus creencias, los sistemas de creencias”, sostuvo sobre el escritor, aunque afirmó que sólo leyó un par de páginas de Los versos satánicos .

Si bien reconoció el liderazgo del fallecido ayatollah Khomeini, no precisó si estaba siguiendo la fatwa que éste emitió.

Sí desmintió haber tenido contacto con la Guardia Revolucionaria de Irán.

Matar es un hijo de libaneses nacidos en Estados Unidos. La prensa reportó que su madre dijo que volvió “cambiado” de una visita a su padre, en Líbano, en 2018.

Matar está detenido sin derecho a fianza porque los fiscales temen que se le otorgue una recompensa por su accionar.

Rushdie, de 75 años, sufrió heridas en el hígado y daños en los nervios de un brazo y de un ojo. Su condición mejora con el paso de los días.

Secularización

El académico y autor argentino Héctor Schamis , profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Georgetown, en su columna “El derecho a la blasfemia”, para Infobae, aportó claridad conceptual sobre qué es y qué implica en conexión con el caso del escritor británico.

“Rushdie fue atacado, y antes sentenciado, por ejercer su derecho a la blasfemia; derecho que no existe por un deseo perverso de ofender al creyente. Existe porque sin ese derecho no hay secularización -es decir, no es posible una real separación entre iglesia y Estado-, piedra basal del constitucionalismo liberal. Dicha separación es para el derecho lo que la separación entre el conocimiento derivado de la fe y los hechos objetivos comprobables son para la epistemología, un quiebre cognitivo específico al racionalismo y la Ilustración”, indicó Schamis.

Hace 33 años, cuando Khomeini reclamó la cabeza de Rushdie, referentes del mundo de las ideas y de las letras sugirieron que el autor ofendió motivado por intereses comerciales.

Como recordó la periodista y escritora Hinde Pomeraniec en su pieza “Rushdie quiso creer que la amenaza había quedado en el pasado, pero el puñal lo estaba esperando”, también para el medio Infobae, el ex presidente estadounidense Jimmy Carter escribió una carta en la cual comenzó hablando de “La última tentación de Cristo”, de Martin Scorsese, y de su ofensa a los valores cristianos, para luego sostener que Los versos satánicos iban “mucho más allá” por “vilipendiar al profeta Mahoma y difamar el Sagrado Corán”.

Según el demócrata, Rushdie, como musulmán y conocedor de las creencias musulmanas, debió “anticipar una reacción de horror”.

En ese clima, John Le Carré, Roald Dahl y John Berger, por citar a algunos, le dieron la espalda a su colega.

Pomeraniec también recordó que Susan Sontag lideró el respaldo a Rushdie.

Como cabeza de PEN America -la organización fundada en 1922 que trabaja para defender y celebrar la libertad de expresión a través del avance de la literatura y los derechos humanos-, Sontag alertó a la clase política de Estados Unidos sobre la gravedad del edicto y pidió que la “libertad de literatura” fuera un interés nacional del país.

Escritores de la talla de Norman Mailer, Julian Barnes, Carlos Fuentes, Kurt Vonnegut, Mario Vargas Llosa, Paul Auster, Allen Ginsberg y Thomas Pynchon, entre muchos otros, alzaron sus voces junto con Sontag en nombre de la libertad de expresión. Además, cien escritores árabes y musulmanes contribuyeron con ensayos a una antología en su defensa titulada Por Rushdie . Todos arriesgaron su seguridad.

Opiniones

En lo que respecta a Charlie Hebdo, la férrea defensa de la laicidad y de la libertad de expresión es puesta bajo la lupa por algunos sectores, por supuesta islamofobia y discriminación.

El caso “Mila” propició nuevos e intensos posicionamientos. Riss declaró sobre la adolescente: “Primero fue insultada por los más tontos. Después amenazada por los más fanáticos. Y finalmente abandonada por los más cobardes”.

Mientras se investigaban las amenazas a Mila, en diciembre de 2020, la Justicia francesa condenó a 14 personas por su apoyo logístico a los atacantes de Charlie Hebdo.

Se trata de los denominados “segundos cuchillos” , que les proporcionaron armas, equipamiento y financiación a los hermanos Kouachi y a Amédy Coulibaly, integrantes de Al Qaeda.

El desafío consistió en determinar el grado de complicidad porque los tres perpetradores -los Kouachi y Coulibaly- fueron abatidos.

Ali Riza Polat, el principal inculpado, fue condenado a 30 años de prisión por complicidad. Otros dos encartados recibieron 20 y 13 años, respectivamente, por “asociación de malhechores terroristas”. Las acusaciones sobre el resto se moderaron y se les impusieron penas de entre cuatro y 10 años por “asociación de malhechores no terroristas”.

En el juicio en contra de los “segundos cuchillos”, que inició en plena pandemia, dos centenares de personas se constituyeron como querellantes y muchas estuvieron presentes durante la jornada inaugural.

“Queremos saber cómo se organizó el ataque y por qué. Lo importante son las respuestas y la investigación”, afirmó Philippe Assor, el letrado de la pareja del economista y colaborador de Charlie Hebdo, Bernard Maris Wolinski, acribillado en su trabajo.

Para Malka, el proceso que se iniciaba se trataba de libertad de expresión. “El móvil del crimen era la voluntad de prohibir criticar a Dios; es decir, la libertad de expresión. Resumiendo, la libertad”, aseveró.

En la misma línea, afirmó que lo sucedido debía hacer reflexionar a quienes, con sus críticas a la publicación, se convirtieron, a su entender, en “cómplices intelectuales”.

La condena a muerte que dictó Irán en contra de Salman Rushdie en 1989 por Los versos satánicos envió un mensaje: no cabe consideración ni reflexión sobre la libertad de expresión, el conocimiento ni la cultura porque, según entienden algunos, los razonamientos sobre los dogmas justifican la violencia y el homicidio. La consigna se mantiene vigente aun entre individuos que no habían nacido cuando el ayatollah Khomeini pidió la cabeza del autor.

En la víspera del comienzo del juicio, Charlie Hebdo volvió a publicar las caricaturas de Mahoma que la convirtieron en objetivo de los extremistas.

“Todo eso (en referencia a los atentados), por esto”, consignó en su portada, que reproduce los dibujos que, en 2006, difundió en solidaridad con el diario danés Jyllands-Posten, amenazado por ser el primero en llevar a imprenta sátiras del profeta, en 2005.

Para la revista era “indispensable” que circularan.

“No nos pondrán de rodillas. No renunciaremos nunca”, justificó el director del semanario, Riss.

“Desde enero de 2015 nos han pedido repetidamente publicar otras caricaturas de Mahoma. Siempre nos hemos negado, no porque esté prohibido, porque la ley nos lo permite, sino porque hacía falta un buen motivo”, comunicó la revista.

Se trató de un número especial dedicado a los tres días de atentados que abrieron un 2015 trágico, que acabó con otra ola de ataques terroristas en París, el 13 de noviembre, que dejó 130 fallecidos más.

Aunque de manera no oficial, desde 2009 se celebra el Día Internacional del Derecho a la Blasfemia (o Día de la Blasfemia), que alienta a individuos y grupos a expresar abiertamente sus críticas a la religión.

La fecha es el 30 de septiembre, por el día de 2005 en que Jyllands-Posten lanzó dibujos que mostraban al profeta con una bomba en lugar de un turbante, armado con un cuchillo y flanqueado por dos mujeres con velo negro y representaciones similares.

Lo estableció el Center for Inquiry (CFI), un think-tank apartidario y sin fines de lucro, con sede en EEUU, dedicado a promover, según su propia descripción, “la ciencia, la razón, la libertad de investigación y los valores humanistas” y “un enfoque científico hacía la medicina y la salud”.

Terceros cuchillos

La periodista y ensayista Caroline Fourest , ex colaboradora de Charlie Ebdo y autora de Elogio de la blasfemia y Generación ofendida , coincidió con el abogado Malka en cuanto a que se trataría de un proceso sobre la libertad de expresión.

Manifestó que es la tradición satírica -y, por lo tanto, la expresión crítica- la que permitió “poner la iglesia en su lugar y posibilitar así que emergiera la República”.

“Es la fuente de todas nuestras libertades, incluidas las que disfrutan hoy las minorías o las mujeres, gracias a la laicidad”, resaltó.

En tanto, Fourest manifestó que la sociedad debía interrogarse sobre la responsabilidad de los “terceros cuchillos”, de los que, según la autora, “señalaron a Charlie Hebdo como un posible objetivo a fuerza de estigmatizarlo, de llamarlo racista, con una deshonestidad intelectual muy peligrosa e inflamable”.

En esa línea, dijo que hay sectores que están formando el pensamiento de los jóvenes que confunden la crítica de las ideas, incluso la crítica de la religión, con la crítica de las identidades. “Confunden el derecho a la blasfemia con el racismo y envenenan nuestro debate público en un contexto en el que existen siempre asesinos que pueden ampararse en esa confusión para sentirse legítimos y autorizados para matar”, interpretó.

Papa Francisco

A abordar la agresión a Rushdie, Schamis destacó que todo dogma es proclive a criminalizar la blasfemia y que con frecuencia se argumenta que “la provocación de la fe” la precipita, “como si escribir, disparar y apuñalar fueran sinónimos”.

El académico reseñó que el propio papa Francisco lo puso en esos términos con motivo de la masacre de Charlie Hebdo, al decir “no puede uno burlarse de la fe de los demás”.

Schamis estima que se trata de un razonamiento peligroso porque “condona la justicia por mano propia”, además de absurdo.

Bajo esa premisa, ilustró que en enero de 2015 también fue atacado un mercado, Hypercacher, donde perdieron la vida cuatro personas. “Para que el argumento de que la violencia es en respuesta a una provocación anterior sea válido, ello requiere aceptar que ser cliente de un mercado kosher también es una provocación. El absurdo subraya que el terrorismo no necesita motivos reales para matar, por eso es terrorismo”.

“Rushdie fue apuñalado por ejercer su derecho a la blasfemia, que no es más que el derecho al disenso, a la heterodoxia, a la libertad de expresión, a cuestionar, a la divulgación de las ideas, al debate, a la creatividad, a la duda y al conocimiento derivado de la razón y no de dogma alguno. En un mundo en libertad no puede haber lugar para fundamentalismo alguno”, concluyó.

Michel Houellebecq

Tras la masacre de Charlie Hebdo, Michel Houellebecq quedó bajo protección. La última tapa de la revista estuvo dedicada a su novela Sumisión , que salió a la venta el día del atentado. El escritor, nacido en La Reunión, en 1956, y amigo cercano de una de las víctimas, suspendió la promoción de la obra en Francia. Días después, el libro que plantea el triunfo, en 2012, de un presidente musulmán, estuvo entre los más vendidos. En la trama, el candidato de la Fraternidad Musulmana se impone gracias al respaldo de los partidos tradicionales para impedir la victoria de Marine Le Pen. Charlie Hebdo presentó en su portada un retrato del autor con un sombrero de punta, como un mago, con el título “Houellebecq predice el futuro”. Había otra leyenda, “En 2022 hago el Ramadán”, en alusión al año en el que Mohammed Ben Abbes llega al Eliseo en Sumisión.

Fatima Karim

La semana pasada, la bloguera marroquí Fatima Karim fue condenada a dos años de cárcel por “atentar contra el islam”. La mujer de 39 años publicó mensajes satíricos sobre versículos del Corán en su cuenta en Facebook. El artículo 267-5 del Código Penal marroquí castiga con penas de entre seis meses y dos años a quien “atenta contra la religión islámica”. La pena puede aumentar hasta cinco años si el insulto se hace en público o por medios electrónicos y audiovisuales.