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Cosas de pueblo

Por Elba Fernández Grillo * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Miguel y Héctor viven en el mismo pueblo y como sucede siempre, para bien o para mal, todos se conocen. Miguel hace años que recorre el lugar vendiendo diarios. Héctor es ingeniero agrónomo y trabaja en una cerealera. Un día que llovía intensamente, alrededor de las 5 de la mañana, Héctor atropella con su camioneta a Miguel que justo se había parado a vender sus diarios en la intersección de dos avenidas importantes para optimizar sus ventas.

En la primera audiencia de mediación ambos se presentaron y contaron la misma historia. Miguel sólo había sufrido unos golpes y fractura de tobillo, del cual ya había sido operado. Héctor conducía un vehículo de la empresa y pensó que la aseguradora asumiría todos los gastos, mas cuando su patrón quiso denunciar el siniestro se encontraron con que la compañía había quebrado. Miguel buscó un abogado pues pretendía cobrar no sólo lo concerniente al tiempo perdido por su lesión sino mucho más por el daño moral sufrido. El abogado, enterado de la falta de cobertura, traba embargo sobre bienes del titular del vehículo, es decir, el dueño de la empresa.

Tanto en la primera como en la segunda audiencia sólo se presentan Miguel, Héctor y los abogados, pero quien tomaba las decisiones en esta negociación -el dueño de la empresa- no concurría. Su abogado daba excusas justificando sus inasistencias, pero las mediadoras advertimos de que sólo él podía encarar una negociación satisfactoria. Le sugerimos al letrado que nos indicara día y hora y viajaríamos al lugar para tener una audiencia privada con él. Así lo hicimos. Finalmente conocimos al Sr. Miroli. Fue una persona amable, clara y contundente cuando nos manifestó que “no pensaba poner un peso más que lo concerniente a los gastos médicos, que todos sabían que era una persona con recursos y querían aprovecharse de su situación”. Le pedimos que asistiera a la próxima audiencia, le explicamos que su presencia era importante porque ni Héctor ni su abogado tomarían decisión alguna sin su consentimiento. Agregó que estaba muy molesto porque había contratado esa aseguradora para ayudar a un productor del lugar y ahora se veía con semejante problema. Y que las cosas allí, en su pueblo, no se arreglan con embargos y juicios sino “cara a cara”, por lo cual estaba muy ofendido por la actitud de Miguel.

A la siguiente audiencia concurrieron todos y el abogado de Miguel manifestó que su cliente aceptaría sólo el monto de la demanda o esperarían la sentencia. El Sr. Miroli volvió a repetir que no pondría un peso más de los gastos médicos porque el dinero que pretendía cobrar por esta lesión era una estafa y sostuvo vehementemente que ese dinero que ganaba con mucho sacrificio y esfuerzo, a Miguel le duraría unos pocos días, pues vivía en una casa con un montón de parientes. Mi compañera mediadora y yo decidimos trabajar por separado, yo a solas con Miguel y ella con el resto de las personas.

Charlamos con Miguel un largo rato; le pedí que me contara cómo era su rutina, qué cosas le gustaba hacer, si tenía hermanos y cuántos, si estaba casado, si tenía hijos, etcétera. Era soltero, 45 años, no tenía hijos, le gustaba jugar al futbol, tenía dos hermanas y varios sobrinos y todos compartían la misma vivienda heredada de sus abuelos. También me contó que soñaba con tener una piecita para él donde pudiera ver tranquilo “su televisión o escuchar los partidos”, sin tener que disputarse estos aparatos con sus sobrinos, cuñados y demás. También me dijo que amaba su pueblo y ni loco se iría a vivir a otra parte, que éste era su lugar en el mundo. Así dimos por concluida la audiencia y nos juntamos con mi compañera a evaluar cómo seguíamos pues la posición del Sr. Miroli era irreductible, plata no ponía. Este intercambio de opiniones entre nosotras fue muy útil pues advertimos que teníamos una posición, la del Sr. Miroli, y una necesidad, la de Miguel, de usar este dinero para vivir mejor. Así, planeamos una estrategia.

En la siguiente audiencia le manifestamos al Sr. Miroli que considerábamos correcto que sostuviera sus convicciones, que entendíamos sus razones por las cuales no pagaría en pesos. Y le preguntamos si consideraría entregar a Miguel una vivienda en el pueblo, para finalizar este asunto. Se produjo entonces un gran silencio, el abogado de Miroli nos miró tal cual se mira a un desquiciado, pero para sorpresa de todos, la respuesta fue que sí, que le pagaría con una vivienda.

En la audiencia siguiente trajo las ubicaciones de varios terrenos para que Miguel eligiera uno, con lo que a continuación redactamos un acuerdo en el que se determinó la ubicación de la propiedad, a ser entregada en un año. En muchas mediaciones sucede que luego de varias audiencias en las que se tiene la sensación de no llegar a ningún puerto, profundizando en las motivaciones y necesidades de las personas se puede concluir con una negociación exitosa. Como dice William Ury “el mejor acuerdo es aquel donde todos ganan”.

* Licenciada en Comunicación Social, mediadora

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