A raíz de la histórica participación de la pesista transexual neozeolandesa Laurel Hubbard en Tokio, se esperan más definiciones en el debate entre los partidarios del “café para todos” y quienes se inclinan por hacer distinciones entre individuos y especialidades. El arrasador desempeño de la nadadora universitaria norteamericana Lia Thomas entre noviembre y diciembre del año pasado avivó la discusión y dio indicios de posibles pautas
“El deporte es un derecho humano, claro está, pero ¿competir en el deporte de elite es un derecho humano?”.
El planteo lo hizo Francisco López Frías, profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania e investigador en el Centro de Ética Aplicada Rock Ethics, y se inscribe en el debate en torno a si es razonable que las mujeres transexuales participen en las categorías femeninas en deportes de alto rendimiento.
En el ámbito competitivo, la transición de un individuo del género femenino al masculino no presenta mayores problemas.
Cuando ni las características físicas ni los niveles de testosterona dan ventaja, el único requisito para el atleta trans es lograr las marcas necesarias para disputar con sus pares nacidos varones.
Un caso que refleja la total inclusión de los varones trans es el del ciclista norteamericano Chris Mosier, quien en 2009 empezó a participar en triatlones como mujer, pero desde 2010 comenzó a identificarse como hombre.
Hizo la transición, siguió entrenado y en 2015, gracias al tiempo que logró en el duatlón sprint en el grupo de hombres de 35 a 39 años, se convirtió en el primer atleta transexual en obtener un lugar en el equipo nacional de Estados Unidos.
Sus actuaciones desafiaron la política de competencia internacional, lo que derivó en el diseño y adopción de pautas nuevas, más inclusivas.
Otro escenario
La transición de varón a mujer de deportistas profesionales que pretenden seguir compitiendo en categorías femeninas plantea otro escenario y, con él, muchos dilemas.
Uno de los problemas que se presentan en la discusión es la falta de investigación científica contrastada. A ello se suma el temor de algunos dirigentes a tomar decisiones que sean criticadas desde un punto de vista ideológico.
No obstante, es un hecho que habrá una actualización normativa y que será central definir si cabe o no permitir que atletas de elite con trayectoria como deportistas masculinos pasen a competir con o contra mujeres sólo bajando sus niveles de testosterona.
Los partidarios del denominado “café para todos” estiman que debe poder competir toda aquella atleta trans que tenga un nivel de testosterona “legal”. En tanto, los detractores de esa política se inclinan por dejar abierta la posibilidad de excluir a algunas trans y promueven el análisis de cada individuo.
Desde 2015, el Comité Olímpico Internacional (COI) considera que los cambios anatómicos no son necesarios para preservar la competencia leal.
Bajo la normativa anterior, aprobada en 2003, los deportistas que hicieran la transición entre un sexo y otro no podían competir a menos que se hubieran sometido a terapia hormonal durante dos años y, para el caso de las mujeres trans, a cirugías de reasignación de sexo.
Luego, el COI regló que las atletas que cambien su sexo al masculino podrán competir sin restricciones y que quienes pasen a femenino tendrán que hacer un año de terapia hormonal antes de participar.
Los niveles “legales” de testosterona son y, casi con certeza, siempre serán innegociables.
Tokio
Los JJOO de Tokio fueron inéditos: tras una larga trayectoria como varón en la halterofilia, Laurel Hubbard (Nueva Zelanda), de 43 años, compitió contra mujeres.
La pesista hizo la transición a mujer a los 30 años, ganó la medalla de plata en el Mundial de 2017 y quedó sexta en el campeonato de Oceanía, en 2019, tras lesionarse. Un año antes, en 2018, la federación de halterofilia de Australia intentó que fuera excluida de los Juegos de la Mancomunidad, sin éxito.
En la previa de Japón, la inminencia de la participación de la primera mujer trans dividió opiniones y los críticos apuntaron a que -a pesar de que sus niveles de testosterona eran los requeridos- tenía ventajas innegables, porque entrenó y compitió mucho tiempo como hombre.
La neozelandesa quedó eliminada en la final tras un intento fallido de levantar 120 kilos y dos esfuerzos sin resultado con 125 kilos en el arranque. El oro se lo llevó la china Li Wenwen y, con la plata, Emily Campbell se consagró como la primera británica en ganar una medalla olímpica en pesas.
Pensilvania
El debate sobre el “café para todos” ya estaba instalado cuando sobre el final del año pasado, en el ultra competitivo mundo del deporte universitario de EEUU, la nadadora transexual Lia Thomas arrasó en los torneos de la denominada Ivy League, la “Liga de la Hiedra”, en alusión a la enredadera que cubre las fachadas de ocho prestigiosas universidades del norte del país.
El uso del término data desde 1933. Con excepción de Cornell, las siete restantes -Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth College, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale- fueron fundadas durante el período colonial.
Thomas, de 22 años, compitió como hombre hasta 2019 en el equipo masculino de la Universidad de Pensilvania. Lo hizo durante tres años.
Tras manifestar su deseo de cambiar de género tuvo que cumplir la normativa de tratamientos para supresión de testosterona, entre 2020 y 2021.
Volvió al agua en noviembre pasado, al equipo femenino, y desde entonces batió varios récords de la universidad y de la Ivy League (incluida una victoria por 38 segundos).
El deporte universitario es un asunto muy serio en Estados Unidos: abre posibilidades educativas impresionantes, oportunidades comerciales y tiene estrecha conexión con el profesional, un vínculo que no existe en otros países: aproximadamente 80% de los deportistas olímpicos de EEUU son atletas universitarios, actuales o anteriores.
El increíble desempeño de Thomas generó división en el mundo de la natación estadounidense y avivó la discusión de la “cuestión trans” en todos los deportes, y a escala mundial.
En diciembre, un grupo de padres de nadadoras le envió una dura carta a la Asociación Nacional Deportiva Universitaria (NCAA, por sus siglas en inglés). “El precedente que se está sentando, en el que las mujeres no tienen un espacio protegido y equitativo para competir, es una amenaza directa para las atletas femeninas en todos los deportes”, dispararon los firmantes.
La jueza de la federación de natación (USA Swimming), Cynthia Millen, dimitió en protesta por la participación de Thomas.
“Todo lo que hay de justo en la natación está siendo destruido”, escribió Millen en su carta de renuncia.
“La natación es un deporte en el que los cuerpos compiten contra cuerpos. Las identidades no compiten contra identidades”, abundó. “Lo que se les dice a las mujeres es que no importan, que lo que hacen no es importante”, añadió.
“Los hombres siempre tendrán mayor capacidad pulmonar, corazones más grandes, mejor circulación, un esqueleto más grande y menos grasa”, agregó la dirigente.
Con matices, Nancy Hogshead, ganadora de cuatro medallas olímpicas en natación en los JJOO de Los Ángeles (1984) y abogada, también se posicionó en contra.
Planteó: “Las mujeres trans deben competir con las mujeres biológicas siempre que puedan demostrar que perdieron su ventaja de pubertad masculina ligada al sexo antes de competir. Thomas no puede hacer esa demostración”.
La ex atleta explicó que la diferencia entre los récords de hombres y mujeres es de 11%. “Michael Phelps tenía sólo 0,8% de ventaja sobre su compañero Ian Crocker en Atenas 2004, pero 12,6% sobre Petria Thomas, la campeona femenina. Lia Thomas no es 11% más lenta que antes”, afirmó, y fijó el porcentaje en una media de cerca de cuatro.
Vía editorial, el medio especializado Swimming World dijo que si la NCAA no intervenía los efectos podrían llevar a las deportistas universitarias a reclamar por medallas perdidas por inequidad, tal como hacen varias ex nadadoras estadounidenses, que consideran que no tuvieron igualdad de condiciones con sus rivales de la extinta República Democrática Alemana, cuando ese país practicaba el dopaje sistemático, en los años 70, en plena Guerra Fría.
“A pesar de los supresores hormonales que tomó, la ventaja de Thomas en la pubertad masculina no se redujo en una cantidad adecuada”, expuso el artículo.
“Durante casi 20 años desarrolló músculo y se benefició de la testosterona producida naturalmente por su cuerpo. Esa fuerza no desaparece de la noche a la mañana, ni con un año de supresores. En consecuencia, Thomas se sumerge en el agua con una ventaja inherente respecto a las demás”, enfatizó Swimming World.
Los argumentos de Hogshead y del medio periodístico toman algunos de los puntos de partida que promueven respetados expertos, partidarios de una inclusión que no se desentienda del “caso por caso”, que registra la necesidad de considerar que la testosterona no gobierna la totalidad del rendimiento deportivo y que la memoria muscular de los ex atletas varones que entrenaron como tales no se puede ignorar.
Pionero
Javier Gil Quintana, profesor de la Universidad de Valencia y miembro de Actividad Física, Educación y Sociedad (AFES), grupo pionero en el mundo en abordar la inclusión de personas trans en el deporte, considera que uno de los principales obstáculos a la hora de establecer pautas es que se tiende a ejemplificar el debate únicamente con modalidades como la halterofilia. “No está del todo claro cuáles son las capacidades que hacen a una persona despuntar en cada deporte; no es lo mismo ganar en atletismo que en tiro con arco”, ilustra.
La postura de Gil Quintana es que separar a hombres y mujeres en todas las disciplinas no necesariamente es correcto, porque cada una exige habilidades distintas. “Hay natación sincronizada mixta en mundiales desde hace años pero no en los Juegos Olímpicos. Empieza a haber guiños, se están dando cuenta de que no todos los deportes tienen que ser segregados por género”, reflexiona.
Por su parte, el docente e investigador López Frías distingue entre “dos grandes temas”: la protección de la atleta femenina y la justicia competitiva.
El primero se centra, en sus palabras, en “proteger a mujeres que compiten contra atletas con una configuración biológica más fuerte y vigorosa”.
Cabe recordar que en Estados Unidos se rivaliza por becas desde la infancia. El autor alerta sobre el impacto de exponer a niños o niñas trans a altos estándares en edad escolar y entiende a los padres preocupados por la integridad física de sus hijas nacidas mujeres.
El segundo aspecto es el equilibrio, la equidad, que afecta a cualquier deporte, individual o de equipo, con más o menos contacto.
En ese sentido, razona que las categorías segregadas por sexos para que las mujeres accediesen a la elite en fútbol, básquet o atletismo quedan en cuestión con la conquista de espacios por parte de mujeres trans, y pregunta: ¿Siguen valiendo las categorías por sexo?”.
López Frías cree que “medir” el sexo de la persona por sus niveles de testosterona no basta y que es imprescindible ir más allá y observar otros aspectos; por ejemplo, cómo se formó el individuo.
Así, estima que no es lo mismo permitirle competir a quien jugó años al fútbol como hombre que a una transexual que nunca entró a una cancha.
Cuerpo
López Frías señala que el factor temporal de desarrollo del cuerpo y de las habilidades a lo largo de la vida se debe tener en cuenta y requiere ir caso por caso, para asegurar la justicia.
Alienta a mirar más allá de lo puramente biológico y determinar quién tiene ventaja, para asegurar el equilibrio competitivo
Paralelamente, resalta que el debate está muy ideologizado en el mundo, pero en especial en EEUU, con las incendiarias declaraciones de influencers como la mujer trans canadiense y ciclista Verónica Ivy, también profesora de filosofía, criticada por algunos grupos feministas -como la Alianza contra el Borrado de las Mujeres-.
Ivy afirmó que las mujeres que se quejan por la participación de trans en los torneos son “mediocres” y “transfóbicas”.
–¿Si atletas con trayectoria como deportistas de elite masculinos cambian de género y pasan a competir con y/o contra mujeres, las categorías femeninas se pulverizarán?
-¿La ideología y la normativa social y judicial de inclusión deben guiar los cambios normativos en los deportes de elite, o el rol de la ciencia es preponderante?
-¿Si se trata de la seguridad física de mujeres que compiten contra atletas trans con una configuración biológica más fuerte y vigorosa, es correcto anteponer ideas?
Otras atletas, quienes desde hace tiempo denuncian que el fenomenal éxito de Ivy se basa en “robar” títulos valiéndose de su experiencia previa -hizo su transición cerca de los 30 años- cuestionaron nuevamente su extremismo; entre ellas, la ex tenista Martina Navratilova, quien sostiene que la participación de mujeres trans en torneos femeninos es, lisa y llanamente, trampa.
Para la ex atleta María José Martínez Patiño, profesora de Ciencias de la Educación y del Deporte de la Universidad de Vigo e integrante del Comité de Bioética del COI, que elabora regulaciones, hasta los 16 años no hay mayores problemas para integrar a las transexuales en categorías femeninas porque en ese estadio, el hombre que “pasó” a ser mujer aún no tuvo tiempo para implicarse en los entrenamientos específicos y exigentes del alto rendimiento.
También precisa que se necesitan años para perfeccionar técnicas y desarrollar la masa y la memoria muscular.
Martínez Patiño sostiene que una forma correcta de abordar el asunto puede ser “lo políticamente correcto, en función de la normativa social de inclusión, que nadie cuestiona”, pero subraya el rol fundamental de la ciencia si se quiere legislar para proteger el deporte de hoy y el del futuro.
La docente gallega -la española especializada en Ciencias del Deporte con más citas en la prestigiosa revista The Lancet- no sólo marca la diferencia entre atletas adolescentes y jóvenes: también recuerda que las normas internacionales están en permanente evolución y que actualmente se promueve el dictado de reglas que no aten las decisiones solamente a valores hormonales.
La ex velocista -referente en materia de verificación de género- insiste con la importancia del concepto de memoria muscular y propicia que, a futuro, los pedidos se analicen individualmente, para establecer cuánto tiempo entrenó la solicitante “beneficiándose” con el valor de testosterona de su sexo de nacimiento, lo que implica, además de más fuerza y potencia, haber hecho más ejercicio con carga y mejor recuperación.
En enero, la Asociación Nacional Deportiva Universitaria de EEUU cambió su política y tomó un modelo similar al de los comités olímpicos estadounidenses e internacional.
Ahora, el organismo rector nacional de cada deporte será responsable de relevar y habilitar la participación de atletas transgénero, y si un deporte no tiene la figura se impondrá la política de la federación internacional.
Las atletas trans deberán documentar los niveles de testosterona cuatro semanas antes de las selecciones del campeonato de su disciplina.
Al hacer el anuncio, John DeGioia, presidente de la Universidad de Georgetown y de la Junta de la NCAA, dijo: “Somos firmes en nuestro apoyo a los estudiantes atletas transgénero y en el fomento de la equidad”.
La Junta de Gobernadores del organismo que regula el deporte universitario norteamericano respaldó la reforma. Manifestó que preserva la oportunidad para los estudiantes-atletas trans y que equilibra la equidad, la inclusión y la seguridad.
Masa muscular y fuerza
Una investigación sobre mujeres deportistas trans llevada a cabo en 2020 por Emma Hilton, de la Universidad de Manchester, y Tommy Lundberg, de la Universidad de Estocolmo, concluyó: “La ventaja biológica, más notablemente en términos de masa muscular y fuerza, conferida por la pubertad masculina y, por lo tanto, disfrutada por la mayoría de las mujeres transgénero, se reduce mínimamente cuando se suprime la testosterona”.
Una idea interesante para sumar al debate sobre individuos transexuales atletas de elite es que no necesariamente es correcto separar a hombres y mujeres en todas las disciplinas, porque cada una exige habilidades distintas.
Analizar la memoria muscular del individuo permite determinar cuánto tiempo se benefició con el valor de testosterona de su sexo de nacimiento (varón), lo que implica, además de más fuerza y potencia, haber hecho más ejercicio con carga y mejor recuperación.