Investigadores argentinos construyen un reactor capaz de transformarlos en productos no tóxicos, como ceras, carbones y líquidos combustibles
Los envases plásticos de químicos agrícolas son un residuo de difícil tratamiento. Según el Ministerio de Agroindustria, se generan alrededor de 17 millones de bidones vacíos anualmente en Argentina, lo que implica 13 mil toneladas de plástico. Sesenta por ciento corresponde a envases de 20 litros.
Los que no quedan dispersos en el campo, formando verdaderos “médanos” con restos tóxicos y sin degradación posible, se suelen quemar y enterrar, o se comercializan ilegalmente. Actualmente, su aprovechamiento más usual es el lavado en centros de tratamiento según la norma IRAM 12.069 para reutilizar.
Un grupo de científicos de la Universidad Nacional del Sur (UNS) y la Planta Piloto de Ingeniería Química (Plapiqui, UNS-Conicet) construye un reactor para convertir estos envases en combustibles líquidos y otros subproductos. Este proceso se aplica en otros países, e incluso en Argentina, en Ingeniero Jacobacci (Río Negro), se genera combustible para “La Trochita”, el tren patagónico.
La iniciativa obtuvo subsidios de la Secretaría de Políticas Universitarias en la línea “Universidades Agregando Valor” en dos oportunidades, con un monto total de 298 mil pesos. “Con base en estudios previos que realizamos en el área de Tecnología Química de Plapiqui (Conicet) planteamos construir un reactor cerca de la planta de reciclado de la ruta 3 km. 535, donde funciona un centro de recolección de residuos”, explicaron las doctoras Mara Volpe y Victoria Gutiérrez, docentes del Departamento de Química e investigadoras de Plapiqui. Esta planta acumula bidones vacíos de fitosanitarios y otros residuos que se acumulan en la zona rural.
“Esto comenzó cuando nos acercamos a la municipalidad de Coronel Dorrego viendo cómo podíamos adaptar ensayos que hacíamos en escala de laboratorio para solucionar una gran problemática: los residuos de plástico que se acumulan por los contenedores vacíos de agroquímicos, que son puntualmente bidones de dos a 20 litros”, detallan. “Son voluminosos, y no hay legislación práctica y factible que permita reciclarlos directamente, no habiendo una solución definitiva para su disposición final. Entonces, empezamos a pensar cómo reconvertirlo en algo que tenga valor”, explicaron Volpe y Gutiérrez. Así, con una tecnología que ensayan desde 2009, comenzaron a probar cómo convertir este residuo en un combustible líquido.
Qué dice la legislación
La ley 27279, promulgada en 2016 y reglamentada en 2018, establece los presupuestos mínimos de protección ambiental para la gestión de los envases vacíos de fitosanitarios, en virtud de la toxicidad del producto que contuvieron, requiriendo una gestión diferenciada y condicionada. La norma prohíbe “toda acción que implique abandono, vertido, quema y/o enterramiento de envases vacíos de fitosanitarios en todo el territorio nacional, del mismo modo que la comercialización y/o entrega de envases a personas físicas o jurídicas por fuera del sistema autorizado”.
“Nosotros planteamos convertirlos en productos no tóxicos: ceras, carbones y líquidos combustibles. Un desarrollo similar se ha llevado a cabo en Ingeniero Jacobacci, donde a partir de plásticos producen combustibles líquidos que emplea el tren turístico La Trochita”, indicaron las doctoras.
Volpe detalló que es un proceso de pirolisis que transforma los plásticos en un reactor que se encuentra a elevada temperatura. “Del reactor salen vapores que se condensan para obtener un líquido, que tiene propiedades para ser empleado como combustible. También se produce un gas y un sólido carbonoso que también tienen valor energético. Actualmente analizamos las propiedades de estos productos para determinar cuáles serían las aplicaciones energéticas concretas”, agregó. Podría tratarse de calderas, formulaciones de blends de combustible para transporte o combustión para generación eléctrica, entre otros.
Los líquidos combustibles serán empleados por varias dependencias de la comuna, o destinados a calderas y equipos similares. “Ellos tienen a su cargo encontrarles un mercado”, dice Gutiérrez. “El proyecto soluciona un problema ambiental convirtiendo un residuo en un combustible con valor económico, genera empleo y desarrollo local en un municipio”, agregó la investigadora.
En la iniciativa participan investigadores consolidados, científicos más jóvenes y alumnos. “Nos interesan todos los aspectos: el social, el económico, el tecnológico, el productivo”, dice Volpe. Por eso también toman parte del grupo expertos en Economía, en cuestiones de ingeniería mecánica para el armado del equipo, entre otros. Así, buscan una aproximación –y una solución- integral a esta problemática.
“La idea no es sólo deshacernos del residuo molesto, sino también encontrar una solución económicamente viable y ambientalmente sustentable”, afirma Gutiérrez. “Desde todo punto de vista estamos convirtiendo un residuo en algo valioso. Este proceso no sólo funciona en otros países, sino que el caso de La Trochita nos muestra que puede ser viable en nuestro medio también”, suma.
“Con la transformación de esos plásticos no sólo obtenemos un líquido combustible sino también un subproducto sólido con diversas propiedades”, agrega Volpe. “Hemos pedido otros subsidios para avanzar en ‘ventanas’ de este proyecto, así como en otros que plantean recuperar cáscaras de girasol. Con esta misma tecnología, aplicando procesos de pirolisis podemos transformar esas cáscaras en carbones con muy buenas características, que ya han interesado a empresas de fabricación de acero como Tenaris”.