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El Estado y la democracia en tiempo de crisis

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Por Javier Moreira Slepoy*

Como fácilmente se podrá acordar, la pandemia desatada a nivel global fue en una primera instancia un hecho sanitario que luego devino en un hecho “político” de primer orden que ha conmovido lo que podemos llamar “sistema mundo”, en términos del sociólogo estadounidense Immanuel Wallertein. Un momento en que la fragilidad del orden neoliberal -imperante a escala planetaria desde hace 40 años- se hace visible a instancias de su propia gramática, incapaz de garantizar niveles mínimos de inclusión y seguridad social.

La pandemia contribuyó a interrumpir la despolitización inscripta en el corazón del orden neoliberal que descarta de antemano cualquier idea, política pública o rumbo colectivo que no se ciña a su mandamiento central: la lógica de la ganancia llevada al conjunto de las relaciones sociales. 

Por otro lado, no podemos pasar por alto que en diversas ciudades del planeta asistíamos a numerosas movilizaciones de protesta contra un modelo económico excluyente y una democracia cada vez más ficticia y vacía; solo para señalar algunos casos, cabe destacar las protestas contra el gobierno de Piñera en Chile, contra Lenin Moreno en Ecuador y el mouvement des gilets jaunes, los chalecos amarillos contra el gobierno de Emmanuel Macron. El futuro de estas luchas son un interrogante pero, sin lugar a dudas, el marasmo económico y las respuestas estatales en el marco de la pandemia marcan un nuevo horizonte para ellas.

Como señala la teórica política Wendy Brown, lo específico de la gubernamentalidad neoliberal es su interpelación a un sujeto libre y emprendedor al cual, el Estado controla pero sin asumir responsabilidad alguna por él. Esto significa que la defección del Estado en ciertas aéreas debe ser comprendida como una técnica específica de gobierno que apunta a la individualización de los problemas públicos y que termina horadando la idea misma de democracia en tanto igualdad. La pandemia no hizo más que exponer de forma muy clara las tensiones sociales que existían previamente.

Por otro lado, no debemos perder de vista que estos elementos estructurales y de fondo se conjugan con circunstancias de la coyuntura política de cada país y que inciden en la manera en que cada gobierno ha procesado el impacto de esta crisis. En el caso argentino, esas circunstancias estuvieron marcadas en lo político por estar en manos de un gobierno recién asumido y con apoyo electoral importante, pero también con una fuerte polarización política y por el reordenamiento de las lealtades de los gobiernos provinciales. En lo económico, la pandemia se sumó a un dificultoso proceso de negociación de la deuda externa, una economía ralentizada con niveles altos de inflación, la parálisis en el Mercosur. En este sentido, podemos decir que toda coyuntura no puede ser leída sino a instancias de una estructura que le dé sentido en un marco político más amplio y todas tendencias estructurales no se encarna sino en tendencias coyunturales concretas. 

Como decíamos, hay fuertes señales de que la estructura política-económica-institucional global se está transformando aunque el sentido de tales movimientos, su alcance y su intensidad, no puede advertirse con claridad. No es claro el mundo que se avecina en los próximos años por lo que la incertidumbre se adueña de la política y las decisiones gubernamentales son formas de “salir del paso” más que decisiones estratégicas de largo plazo. Es cierto, también, que la dimensión temporal de la política y las ideas de mediano y largo plazo que orientan las estrategias estatales son construcciones distintas en los países occidentales y en China por poner un ejemplo.

Es en este marco de incertidumbre y crisis de un orden que hacía posible ciertas políticas y desestimaba otras a pesar de las intenciones del gobierno de turno, que los Estado han ganado grados de autonomía tanto respecto de los poderes económicos como de la propia sociedad. Estamos viendo cómo algunos gobiernos implementan políticas que en un contexto precovid-19 hubiesen parecido disparatadas. Esto es absolutamente esperable y aquellos gobiernos que han pretendido seguir operando bajo las mismas lógicas, como si nada hubiese pasado, en lugar de ser un refugio se han constituido en un peligro para sus pueblos, un dispositivo de la necropolítica neoliberal en términos de Achille Mbembe.

No obstante, a pesar de la incertidumbre y la ambivalencia, el tembladeral del covid-19 nos deja una primera lección: la centralidad política que todavía ostentan los Estados nacionales que a pesar de haber sido fuertemente golpeados por la globalización económica y las reformas de mercado, siguen de pie. En este sentido, es posible establecer una conjetura sencilla: en aquellos países donde la institucionalidad bienestarista fue desmontada con menor agresividad relativa, la respuesta la crisis sanitaria, social, económica y política fue sensiblemente más efectiva y satisfactoria que en aquellos países en donde los criterios empresariales impregnaron más profusamente la institucionalidad estatal y subjetividades ciudadanas.

A diferencia de las empresas, los Estados están atravesados por tensiones constitutivas y persiguen diversos objetivos que la mayoría de las veces son contradictorios. Tales tensiones no tienen una solución óptima o racional y sólo admiten una “gestión política” que se encuentra sobredeterminada por lo que la ciencia política llama “capacidades estatales” pero también, y en última instancia, por configuraciones ideológicas. 

Un ejemplo claro de esto, es la tensión planteada entre la salud y la economía pero hay muchísimas otras. Debemos aceptar que tales tensiones son el terreno específico de la política y del Estado como su institución central hasta en tanto la imaginación política nos muestran otras formas y lógicas de resolución de los problemas públicos que cumplan con las demandas democráticas mínimas. El mercado como criterio de ordenación social y la idea de Estado mínimo plasmado en el Consenso de Washington, pero también los discursos pospolíticos y el liderazgos de outsiders, que son la otra cara de la moneda, han fallado y han demostrado estar en la raíz de muchos de los problemas del presente.  

Por otro lado, no es altamente improbable un vuelta sin más a un modelo bienestarista/ desarrollista/ asentado en una sociedad relativamente homogénea, trabajo asalariado y estable y una estructura burocrática extendida con diversas capacidades de intervención tal como lo conocimos a partir de la segunda parte del siglo pasado, en tanto las condiciones económicas y la estructura social es muy diferentes a las existentes en ese momento. 

Estamos en un momento de ausencia de paradigmas claros, de ambivalencia, en el que el Estado puede funcionar como institución protectora e integradora de las sociedad y también como instrumento represivo al servicios de interés corporativos. En este sentido el Estado puede seguir acentuando un sendero de desdemocratización y control de los ciudadanos o puede ser un espacio de reinvención del imaginario democrático y de sociedad más igualitarias. Eso dependerá del mundo de la política y de cómo se resuelva la tensión entre los intereses corporativos y luchas populares. Estas son sólo algunos de los interrogantes que se abren de cara a futuro; mucho de ellos estaban planteados antes del Covid-19 y la Pandemia es una superficie que las muestra en toda su dimensión y relevancia. 


(*) Director de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC. Investigador del IIFAP / FCS y docente-investigador de la UNVM

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