Por Eduardo Bischoff / Hijo de Efraín Bischoff
La pregunta es de rigor. ¿Qué hizo don Efraín para llegar a los 100 años? “Tan lúcido”, agregan. Realmente no lo sé. Si lo supiera, ya hace muchos años lo habría puesto en práctica. Puedo esbozar algunos argumentos que, seguramente, han incidido en esta no habitual longevidad. Siempre, pero siempre, antepuso la intelectualidad a lo económico.
Cuando era periodista, profesión en la que no abundan los millonarios; cuando escribía sin pausa libros que sólo redituaban a los editores y únicamente le interesaba que las páginas propuestas vieran a la luz; cuando retornaba caminando más de dos kilómetros después de cerrar la edición del diario Los Principios; o cuando desechó más de un ofrecimiento para cambiar su profesión.
Quizás sea su afán de transmitir permanentemente sus conocimientos por medio de una impresionante serie de artículos periodísticos publicados en la mayoría de los medios de nuestro país o de las clases de historia en el Jerónimo Luis de Cabrera, Manuel Belgrano o en el Programa Universitario para Adultos Mayores (PUAM), donde impartió sus enseñanzas hasta hace pocos años. Le parecía egoísta no compartir lo que había revisado en sus cuarenta años de investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Córdoba, tarea aburrida, si las hay, y con pocos historiadores actuales interesados en realizarla. Quizás sea la sinceridad con la que revelaba la fuente de donde se nutrían sus investigaciones, cuya prueba está en la importante bibliografía y citas que coronan cada uno de sus escritos. Quizás sea que miró la historia sin el afán de tomar partido y dejar a las generaciones venideras la crítica o el elogio fácil.
Quizás sea porque hizo siempre lo que le gustaba hacer. Quizás por eso ha llegado a los 100 años con la tranquilidad de los que saben que son más sus amigos que sus enemigos.