Alumnos que agreden y degradan a su profesora, le queman el cabello o le hacen gestos obscenos a sus espaldas e, incluso, la amenazan y encima lo filman, fueron algunas de las imágenes que se repitieron la semana pasada y que generaron una vez más que nos preguntemos: ¿Dónde estamos parados? y ¿qué hacemos para revertir estos grados de violencia escolar?
Beatriz Valenzuela, asesora en situaciones de violencia escolar en distintos colegios de la provincia y supervisora del Colegio de Psicopedagogos, apuntó a jerarquizar al docente y al alumno, remarcó la importancia de que el profesor ponga límites y también que genere un “llegue” con los alumnos, pero sin desfigurarse. Además, acordó con la aplicación de sanciones severas ante hechos severos, sobre todo, cuando corre peligro la seguridad o el bienestar -físico o psíquico- del otro.
– ¿Qué señales traen implícitas estos hechos de violencia?
– Primero, hay que aclarar que la broma al docente es algo de vieja data. Existió siempre. Lo que impacta ahora es el nivel al que ha llegado. Esto demuestra la distancia que existe entre la cultura que quiere transmitir el docente, como depositario de un mandato que le han cedido, y lo que el alumno espera encontrar en esa escuela en la que pasa tantas horas, en la que está atrapado involuntariamente y, a su vez, donde no le gusta lo que encuentra. El contexto es un desencuentro, no tanto generacional como de misiones. Tanto docentes como alumnos están atravesados por agobios del medio y, de pronto, esos elementos que se tienen que transmitir se rompen y no porque se haya roto el diálogo del vínculo personal: lo que se rompe es el vínculo pedagógico.
– ¿Qué se puede hacer ante esta realidad?
– Al chico hay que ponerle un límite y lo tiene que poner el docente.
– ¿Y la familia?
– La familia es un eje fundamental y le está pasando lo mismo que a la escuela. Padres agobiados igual que un docente, por situaciones económicas, crisis y conflictos, pero tienen que ensamblarse en una experiencia pedagógica que es la escuela. Ahí se genera la gran polémica del triángulo de crecimiento de la persona: escuela, familia y alumno, que es lo que hay que reencontrar.
– ¿De qué manera?
– A través de la autoridad y la comunicación, que son los dos ejes que están rotos; por eso aparece la crisis. En su origen etimológico, autoridad significa “hacer crecer” y no es autoridad el que impone, sino al revés: la autoridad se otorga. Yo voy a cambiar cuando a quien tengo enfrente le otorgo la autoridad, porque siento que me hace crecer y eso los chicos lo manifiestan a gritos; somos los adultos los que no lo sabemos ver.
– ¿Cómo superar esta situación?
– Con presencia docente, que es el alma del aula, quien tiene todas las herramientas y la responsabilidad de que los objetivos se cumplan. Si él tiene el mandato de valores, de misiones, de un bagaje cultural a transmitir, eso es lo que tiene que hacer, ‘aggiornándose’ a la situación. Si los chicos están con otra realidad, tiene que -por lo menos- interesarse, tener un “llegue”, pero sin desfigurarse. Al igual que el padre, que no puede ser un amigo porque rompe el rol de padre.
– Hay una fuerte mirada sobre el docente.
– Sí, pero para revalorizarlo. En este momento, al que hay que mirar -y se tiene que mirar- es al docente,