Por Elba Fernández Grillo / Licenciada en Comunicación Social – Mediadora
Cuando con Mary –mi comediadora- abrí la puerta de la sala de mediación nos encontramos con una mujer de unos 60 años, baja, morocha, que decía llamarse Julia. Al pasar a la sala y observar la carátula del expediente que la involucraba con otra persona, advertimos que era un familiar suyo: tenían el mismo apellido. Comenzando nuestro diálogo, ella nos informó que efectivamente era a su hermana Graciela a quien llamaba para intentar un acuerdo en mediación.
A la primera reunión sólo asistió Julia, relatándonos todos los desencuentros que tenía con esta única hermana. Nos contó que el papá –de 87 años- aún vivía y que ahora lo hacía con ella. Ambas mediadoras advertimos la ansiedad y angustia que invadían a Julia en su discurso: describía a su hermana como una persona difícil, invasiva, interesada. Acudir a la justicia y solicitar esta mediación había sido para ella un último y desesperado intento por poner orden y sentido común en el vínculo que ambas tenían entre ellas y con el padre mayor. Julia sólo se refería a aspectos relativos a la convivencia con su padre y a las continuas molestias que les generaba su hermana en las visitas y en sus modos de vida.
También nos aseguró que Graciela no asistiría ni a ésta ni a ninguna otra reunión porque no estaba interesada en lograr algún acuerdo con ella. Le informamos entonces que Graciela no había sido bien notificada; es decir, no sabía que debía asistir a esta reunión; el notificador no había encontrado el número de la propiedad. Le pedimos un número telefónico donde poder notificarla. Mientras mi comediadora continuó la reunión con Julia, yo me comuniqué con Graciela, quien inmediatamente de escuchar el motivo de mi llamada se alegró por este intento de acercamiento de Julia, pues según me dijo por teléfono “ya no sabía qué hacer para tratar de entenderme con mi hermana”. Entre las cuatro fijamos nueva fecha y hora para una segunda audiencia de mediación.
En esta nueva reunión nos encontramos con Graciela, que también era baja como su hermana, sólo que muy rubia y de ojos celestes muy claros. Llegó antes que Julia y cuando ambas se encontraron, Graciela la saludó con un beso, gesto que no fue contestado por su hermana. Fue difícil explicarle a Graciela las características del procedimiento pues Julia permanentemente le reclamaba cosas o situaciones que ella consideraba ofensivas. Además de los problemas de relación, nos fuimos enterando de que ambas hermanas eran poseedoras de un importante condominio situado en el centro de Córdoba, otro en otra provincia, diferentes propiedades en las sierras y otros varios inmuebles que los padres habían escriturado como adelanto de herencia en calidad de “condominio”. También nos informaron que Julia vivía con el papá desde que se divorció y que en cambio Graciela vivía con su esposo y tres hijos mayores, y que además ambas hermanas vivían una al frente de la otra, razón por la cual Graciela visitaba asiduamente a su padre.
Luego de este segundo encuentro, las mediadoras necesitamos trabajar a solas, sin las partes, para poder encuadrar este caso. Por un lado había un problema: establecer ciertas normas de convivencia entre las hermanas y el papá, y éste era, sin lugar a dudas, el tema más fácil. Por otro lado -y esto era lo difícil-, separar estos bienes para que cada una quedara como titular a fin de poder disponer sin el consentimiento de la otra. Este asunto tenía también muchas aristas porque, además de los desacuerdos en los valores económicos asignados, cada uno de estos inmuebles representaba para ellas diferentes cosas.