La mera introducción de tecnología digital en los espacios de enseñanza y de aprendizaje no mejora per se la calidad educativa. Se trata de recursos valiosos, pero como instrumentos que son, deben ser perfilados a lograr un determinado fin, y no a querer justificarse por sí mismos.
La educación debe apoyarse en la tecnología, pero en modo alguno circunscribir solo a ella su mirada. Valores, habilidades y conocimientos teóricos a la medida de las necesidades de la realización de vida de las personas son en este siglo el objetivo de la educación, como lo han sido desde siempre, a partir que la persona se pusiera en el centro de lo pedagógico.
Aun conociendo y defendiendo la valía del concepto de educación digital, tampoco se nos pasa por alto el abuso y la desnaturalización que ha sufrido el mismo. Tal vez el caso más representativo de esto sea Suecia, un país donde la educación digital está muy arraigada, en el cual por decisión oficial los estudiantes volvieron a utilizar libros de papel.
La última publicación del Estudio Internacional de Progreso en la Capacidad Lectora (PIRLS) mostró una disminución en esta capacidad en los niños de cuarto grado entre los años 2016 y 2021 en la materia, de 555 a 544 puntos.
Entre las causas de dicho descenso se apunta a la incidencia del coronavirus, una mayor afluencia de estudiantes de otras nacionalidades en las aulas, pero también se revela un uso excesivo de las tablets, ordenadores y móviles. Una de las grandes defensoras de la vuelta a los libros de texto para ayudar en el proceso de aprendizaje, sobre todo en la primera infancia, es la ministra de Escuelas del país, Lotta Edholm, quien ha decidido invertir unos 61 millones de euros en la compra de libros de papel para ser distribuidos en las escuelas.
Se trata de la misma funcionaria educativa que ha revocado la estrategia de aprendizaje digital al considerarla un experimento fallido, eliminado el uso de elemento electrónicos en el aula para niños menores de seis años.
Apuntan los especialistas en que el funcionamiento cerebral es diferente cuando los procesos de lectoescritura se realizan en papel o en digital. “El proceso de lectoescritura en papel enriquece el aprendizaje de un contenido nuevo. Tomar notas ayuda a memorizar y a más corrección lingüística. Pasa con las tildes; ya hay muchas personas que no saben colocarlas porque son los ordenadores los que las colocan automáticamente. Por otro lado, los contenidos audiovisuales más consumidos actualmente en dispositivos electrónicos (vídeos cortos, mensajes con un número de caracteres limitado, etc) configuran nuestro cerebro hacia contenidos en constante cambio, con mensajes más simples y tienen más potencial adictivo al combinar gran cantidad de estimulación simultánea a través de sonidos, movimiento, colores… Por tanto, no entrenan los procesos de atención sostenida, repercutiendo ello en una menor capacidad de atención y recuperación libre de los contenidos aprendidos. Además, son los algoritmos que hay detrás de estos contenidos audiovisuales los que deciden dónde se tiene que colocar el foco de atención de la persona; esta deja de ejercer un control tan activo en la búsqueda e integración de la información”, detalla Eduardo Fernández Jiménez. doctor en Psicología, psicólogo clínico y responsable de la Neuropsicología clínica infanto-juvenil en el Hospital Universitario La Paz.
Dicho experto, además, advierte de los riesgos de adicción que la conexión digital entraña. Entiende, en tal sentido que: “No podemos dejar de convivir con la tecnología, pero ésta tiene que usarse para añadir valor, no para hacer cosas que ya hacemos muy bien los humanos y debemos seguir haciendo.; Por ejemplo, ésta no puede sustituir la visión crítica humana. Nos puede ayudar a hacer un rápido resumen de una cantidad ingente de información, que nos permita cribar dónde está lo que nos interesa, aunque luego la persona tendrá que supervisarlo”.
De tal forma, el debate se halla dado en cómo balancear lo digital con las actividades tradicionales abierto, incluso más allá de la educación. Es una discusión abierta en varias partes del mundo, que también debería estarlo entre nosotros.
(*) Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. (**) Abogado. Doctor en Derecho y Ciencias Sociales.