Era uno de esos días en que las reuniones se hacen complicadas, porque las partes están muy posicionadas o muy emotivas y nos lleva más tiempo poder esclarecer intereses, necesidades, y no resulta conveniente interrumpir audiencias para fijar nueva fecha. Así, ese día comenzábamos atrasadas todas las audiencias. Por Estela Hawkes (*)
En estas circunstancias -y por respeto a las partes y abogados de una causa patrimonial que nos esperaban hacía más de 30 minutos- decidimos separarnos. Mi compañera continuaba con la audiencia familiar para fijar nueva fecha de reunión y yo comenzaba sola con la nueva causa, recibiendo a las partes y sus letrados; explicando, a su pedido, por qué se encontraban en mediación y completando los formularios, hasta tanto se incorporara la otra mediadora.
Se trataba de un juicio de “cobro de pesos” por alquileres caídos, remitido por la causal prevista en el artículo 2, inciso a, de la Ley de Mediación 8858/00. Mientras intentábamos aclarar qué se reclamaba, qué contrato había dado origen a esa deuda y cuál era la solución posible para actor y demandados, advertimos una gran confusión en los reclamos y deseos, pero un trato amable y respetuoso. No obstante, decidimos escucharlos en audiencias privadas para esclarecer intereses y necesidades.
A solas con los demandados logramos establecer que ellos habían alquilado una propiedad cuyo titular era el actor y que hacía varios meses la habían desocupado por cuestiones económicas y personales, intentando rescindir el contrato y entregar las llaves y que aquél no las recibía pues consideraba que existían daños en la propiedad y esperaba un resarcimiento, además de los alquileres caídos.
Nos reunimos nuevamente con todas las partes y -luego de algunos reclamos mutuos, siempre en el mismo tenor de trato- se hicieron algunas ofertas y contraofertas que volvimos a trabajar en salas separadas, para que cada una pudiera conversarlo libremente con su abogado. También, para poder utilizar las mediadoras las herramientas que nos permitieran ser agentes de la realidad, ya que habíamos llegado a determinar que había otros juicios conexos: uno ejecutivo, para el desalojo, y otro por una reconversión al juicio de “cobro de pesos”.
Analizando con cada parte y su letrado, en privado, los posibles resultados de esos procesos, el tiempo que llevarían y los elementos que tenían para utilizar en la etapa de las pruebas, así como la conveniencia o no de mantener una propiedad deshabitada en una zona donde podía ser ocupada por terceros ajenos, logramos que se aceptara la oferta realizada por los demandados, con la condición de que ellos se hicieran cargo de nuestros honorarios y se dieran por finalizados todos los juicios conexos, algo que los demandados aceptaron, ya que el arreglo les resultaba muy conveniente: se habían disminuido los montos reclamados, dejado de lado las reparaciones y obtenido tres cuotas para pagar el importe acordado.
Y llegamos a un acuerdo, dando ingreso “virtual” en el CJM a los juicios conexos y adjuntando copias del acuerdo para que fueran remitidos a cada uno de los juzgados actuantes. Así, todos, las partes -que quizá, “embarcadas” en un enojo momentáneo, comenzaron los juicios-, los letrados -muy colaboradores con nosotras y realistas a la hora de explicar a sus clientes los posibles resultados a obtener si seguían litigando- y las mediadoras nos fuimos con la sensación de haber realizado eficientemente la tarea y haber llegado a una solución “amigable” y “aceptable” para todos.
Al comentar los resultados obtenidos en esta mediación surgió la pregunta: ¿Qué hubiese pasado si nos ceñíamos al modelo de Harvard, de “Negociación Pura” y no hubiésemos atendido las otras señales -trato amigable y buena disposición para conversar-?
En este caso se adaptaría parte de la respuesta que Juan Carlos Vezzulla dio a la pregunta que le hicieron en Buenos Aires, en marzo de 2012, sobre los modelos, es decir, que éstos son “propuestas y contribuciones, pero no debemos restringirnos a uno, pues se empobrece la práctica” y que “el objetivo es acoger a las personas que precisan del espacio abierto por la mediación para que analicen su realidad y operen sobre ella de manera satisfactoria y adecuada a sí mismos. Cada mediación debe construirse siguiendo las necesidades de los participantes y las posibilidades de los mediadores”. Vezzulla terminó expresando: “Decía Gandhi que la paz no es el objetivo, la paz es el camino. Yo visualizo ese camino implementando los principios éticos y filosóficos de la mediación”.
* Contadora, mediadora