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Alain Touraine invita a enfrentar el racismo y la xenofobia

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Por Silverio E. Escudero

Reencontrarse con Alain Touraine en tiempos de confusión y desconcierto, de gritos y ofensas innecesarios es una tarea compleja. Para muchos -discípulos y seguidores- representa una actitud de coraje porque el maestro y sus discípulos están incluidos en la lista de los réprobos.

Ésa es la razón, entre otras muchas, por la que queremos celebrar el libro. Para así levantar la más sólida barrera en favor de la libertad de pensamiento, en favor de la libertad de prensa y en favor de la libertad de creación. Áreas en las que Touraine dejó una huella imborrable. 

Su campo de trabajo y de investigación fueron los movimientos sociales, los problemas vitales que afligen a los países en desarrollo, con una especial mirada hacia Latinoamérica. Fue -o es- una puerta que facilitó la comprensión de la sociología del trabajo que transita una fase de dificultades causadas por la brusquedad de la ruptura del contrato social que lanza a la pobreza a millones de seres humanos. 

Su Critica de la modernidad – Temas de hoy (Fondo de Cultura Económica, México, 2000) ocupó el centro de nuestra mesa de trabajo. La relectura no consideraría los subrayados y notas marginales producto de la primera visita que realizamos a dicho tratado. El cotejo de ambas versiones está pendiente. Será una aventura apasionante de la que informaremos en tiempo oportuno. 

La aparición de Crítica … fue celebrada por la Academia y los centros de estudios más aquilatados del mundo. En nuestra región despertó la ira de los populismos y de los totalitarismos porque cerraba el paso a su tarea de adoctrinamiento de sus acólitos. Para otros, fervorosos, lo consideraron como el libro del fin del milenio.

Nuestros apuntes y marcas en el orillo son controversiales. Fue y es un libro de esos que dejan huellas en quien emprende la aventura de su lectura. Su visión crítica de la modernidad fastidia. Es que al enfatizar su mirada en la figura del hombre, en la figura del sujeto histórico como fuerza de cambio, lo torna determinante para la configuración del nuevo orden democrático. Ese orden democrático que debemos construir día tras día sin el corsé que plantean el conservadurismo como el nacionalismo cerril.

Las respuestas que se necesitan no se buscarán en interpretaciones de la Academia ni la de usinas de pensamiento. El propósito de este brevísimo ensayo consiste en promover el reencuentro del maestro francés con sus discípulos y admiradores para, de paso, ganar nuevos lectores y promover nuevos debates, antes de que el olvido gane la partida.

“La modernidad inauguró la idea de que en un mismo mundo se encuentra lo sagrado, el terreno de la conciencia, y lo racional o el terreno de la ciencia. Estas dos partes, sin embargo, se han ido separando cada vez más, hasta el punto de que, actualmente, un número creciente de gente no encuentra relación entre lo objetivo y lo subjetivo. Ésta es (…) la condición de lo posmoderno. El mundo de la cultura y el mundo de la acción instrumental -el de la economía y el de la técnica- son mundos que ya no tienen nada que ver entre sí”. 

Es decir, en su Crítica … Touraine propicia una reinterpretación de la idea de modernidad para forjar una relación armoniosa entre razón y sujeto, ciencia y libertad superando desentendimientos históricos. 

El sociólogo francés critica el modernismo como “reducción de la modernidad a la racionalización que, en esencia, apostó por el triunfo de la razón como instrumento que habría de hacer posible el desarrollo de la ciencia y de un nuevo orden social, haciendo avanzar a la humanidad hacia la abundancia, la libertad y la felicidad”.

Para el autor, la idea de modernidad ha perdido su fuerza creativa. Se agota a medida que triunfa. No funciona como utopía positiva. “Introdujo el espíritu científico y crítico, pero creó métodos de organización del trabajo y sistemas sociales que han provocado desencanto y totalitarismos; creó sistemas que propician la normalización y la estandarización sea ésta ejercida de forma liberal o autoritaria”. 

A pesar de lo que hasta aquí se ha expresado permítasenos insistir en algunos conceptos. El maestro francés sugiere algunas cuestiones capitales como atender a las consecuencias políticas y económicas del siglo XX que aún no estaban saldadas, decía en 1993, producto del “enfrentamiento del totalitarismo de la objetividad y el racionalismo absoluto, autorrepresentado por el comunismo, y el totalitarismo de la subjetividad característico del fascismo, los islamismos y movimientos parecidos. En todos ellos, el universo de la libertad ha dejado de existir. Prevalece el lado instrumental, la ciencia, el poder del cálculo, la autoridad del mercado, y de otra impera el yo colectivo, la afirmación de la identidad. Si estos dos mundos viven apartados, se pervierten recíprocamente y la libertad desaparece”.

Al ser interrogado sobre la posible solución a este auténtico enigma dice que no es posible regresar a un mundo unificado, religioso y racional que fue la característica central de la modernidad perdida pero no debemos, por cierto, continúa Alain Touraine, aceptar la disolución absoluta. Es aquí donde introduce una nueva formulación que reivindica la noción del sujeto.

“El sujeto, nos dice enfáticamente nuestro visitante, es la voluntad del individuo o de grupo de hacerlo dueño de su propia experiencia, de su propia vida, lo que exige desgajarse a la vez de la identidad colectiva o de la instrumentalidad étnica. O, de otro modo: el sujeto es un trabajo constate de las ambiciones de subjetividades y de objetividad. Un ejemplo es el inmigrado.

¿Cuál es el problema del inmigrante nordafricano en Europa? Es el problema que planea combinar una identidad -una memoria, una lengua, una alimentación, una religión- con los requerimientos de una fábrica en Milán o en Hamburgo. Para que este marroquí se integre en la comunidad no es necesario que se haga italiano o alemán; bastaría que se construyera como sujeto, con la capacidad de conjugar su identidad cultural con una racionalidad técnica y económica. 

En la clásica predicación racionalista de las Luces se dice, y así lo aprendimos en las escuelas francesas, que es preciso librarse de los particularismos. Lo que significa, en otras palabras, que hay que olvidar el país de origen, olvidar lo que nos dijeron las madres y el cura rural, para pasar a convertirse en matemático, burócrata o cualquier otro ser universal. Hoy nos da miedo esta clase de programas. Porque hoy es necesario conjugar, como hacen los árboles, la raíz y las hojas.

El sujeto es el que combina estas cosas, y ésta es mi reivindicación. Una reivindicación que no se realizará nunca si el sujeto no reconoce al otro como tal y se constituye también en relación al otro, amoroso y conflictivamente.”

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