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Sobre la llamada “cultura de la cancelación”

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Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth**, exclusivo para Comercio y Justicia

En mayo de 2020, el conocido escritor Arturo Pérez-Reverte escribió en un posteo de su cuenta en X, el antiguo Twitter: “En España ya no existe la libertad de pensamiento, y toda discrepancia con una tendencia (ni siquiera ataque, sino discrepancia) acarrea un linchamiento mediático sectario. Nos alejamos del estado de derecho intelectual para adentrarnos en un estado de represión intelectual”. 

Eso ocurrió el 6 de mayo y tal postura convocó a todo género de opiniones, a favor y en contra, pensantes e irracionales, frente a las que dicho autor de novelas y antiguo corresponsal de guerra posteó en el mismo hilo conceptual: “Y la historia, los libros y la experiencia demuestran que así es como en política, en sociedad, en convivencia, en tolerancia, empiezan, crecen y triunfan las cosas feas. Y así se imponen los estúpidos que hacen masa y los canallas que los utilizan”.

Al siguiente día, 7 de mayo, y frente al revuelo, aclaró: “No me siento reprimido intelectualmente ni de ningún otro modo. Nunca. Mis artículos y mi Twitter son la prueba. A algunos afortunados, la edad y los lectores nos ponen a salvo. Pero no olvido que otros con menos suerte o más jóvenes sí son vulnerables. Sería indigno olvidarlos”.

No ha sido la única polémica al respecto en las redes, sobre la denominada cultura de la cancelación. Pero sí, la que ha involucrado de modo más frontal a un alto representante de la lengua y cultura en idioma castellano. 

“Cultura de la cancelación”, es un neologismo que importamos del inglés, junto con la práctica respectiva. Ya en junio de 2018, Jonah Engel Bromwich, en su artículo Everyone is canceled -aparecido en The New York Times- visualizaba este fenómeno social de retirar el apoyo, económico o de otro tipo, dejar de seguir en lo digital e incluso rechazar desde lo social, a aquellas personas u organizaciones cuyos comentarios o acciones no eran de su gusto, con independencia de la moralidad, legalidad o veracidad de los mismos.

Dos años antes, Dorothy Musariri, en una publicación menos masiva pero no menos importante como la revista política y cultural británica The New Statesman, bajo el título de How cancel culture attempted to silence Jamelia and Kanye West, la definía como “un llamado a boicotear a alguien -usualmente una celebridad- que ha compartido una opinión cuestionable o impopular en las redes sociales”, encuadrándolo como un fenómeno de la sociedad digital. Gavin Mortimer, por su parte, sitúa sus orígenes en las políticas de marginación a los judíos y quienes no participaban del nacionalsocialismo, en su trabajo How the nazis pioneered “cancel culture”, aparecido en la revista The Spectator. 

La dictadura soviética hizo también su triste aporte al tema, en lo que entendemos una suerte de antecedente gráfico de lo que pasa hoy en la esfera digital. Tras la caída del todopoderoso Lavrenti Beria a la muerte de Stalin por “actividades ilegales contra el Partido y el Estado”, luego de ser ejecutado, se prohibió nombrarlo, se quitó su nombre de los lugares públicos y su extensa biografía en la Gran Enciclopedia Soviética fue reemplazado por un largo artículo sobre el estrecho de Bering.

Como podemos ver, la cancelación ha sido una herramienta usada por las dos dictaduras más terribles que hemos tenido en el siglo XX, de lo que podemos concluir que recurrir a esa práctica nos acerca a ideologías totalitarias. Como lo hemos dicho en otras oportunidades, pareciera que estamos frente a una nueva inquisición, en este caso laica, en donde tras el argumento de la corrección política, se busca callar e incluso obligar pensar distinto, a quien dice (o piensa) algo que no es compartido por los grupos de poder. 

Nos quedamos, por ahora y en este punto del estado de la cuestión, con las palabras de los profesores universitarios colombianos Karen Isabel Cabrera Peña y Carlos Alberto Jiménez Cabarcas que en su trabajo “La cultura de la cancelación en redes sociales: Un reproche peligroso e injusto a la luz de los principios del derecho penal”, expresan: “Como conclusión, la cultura de la cancelación es un movimiento que ha visibilizado agresiones y actos impropios a través de redes sociales como una forma de reprender y reprochar a quien los cometen. Por otro lado, a pesar de sus ventajas, también puede llegar a ser un espacio que margina y castiga, sin opción de ser escuchado, de manera muy severa a quien ha cometido actos que, en muchos casos, aun sin ser ilegales, son considerados inmorales”, entendiendo desde la perspectiva de los principios del derecho penal que, a la par de dicha visualización, “también es una forma no institucionalizada de regular de manera desproporcionada la justicia, ya que, entre otras cosas, transgrede los mínimos derechos de quien es cancelado”.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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