ESCUCHARCon cierto tono de dramatismo, un cordobés cuenta sus experiencias de viaje por el Este de Europa. Viaje que está enmarcado en una de las mayores movilizaciones bélicas de que se tenga memoria desde el final de la Guerra Fría.
Pretende llegar a Moscú como una etapa previa para alcanzar Vladivostok. Deberá sortear innumerables controles y anillos de seguridad donde fue -y será- sometido a severos interrogatorios y revisiones exhaustivas como consecuencia de las tensiones intestinas de la Vieja Madre Rusia.
El pasaporte argentino no significó límite alguno al maltrato. Maltrato que se repitió a lo largo de toda Europa del Este y que se acrecienta a medida que se acercaba a la zona de guerra.
En uno de sus primeros reportes denunció que el auxilio consular es inexistente. Cientos de argentinos vagan en la región sin recibir auxilio de nuestra Cancillería. ¿Es el precio a pagar tras proclamarnos porteros de Vladimir Putin? La prepotencia del dólar soluciona todas las dificultades, menos ésa.
Nuestro viajero -cientista político- ingresó al territorio de la antigua Unión Soviética por la frontera polaca a mediados de enero, momento en que comenzaban los trabajos para reforzar la frontera frente al enclave ruso de Kaliningrado.
Alguien le hizo saber que tamaña labor se efectuaba a lo largo de toda la franja fronteriza mientras que se reforzaban los destacamentos de la Guardia de Frontera polaca y se escalonaban puestos de contención ante un posible avance de las tropas rusas.
Es que temían sanciones militares y una eventual invasión por haber permitido el libre tránsito de granos ucranianos hacia mercados europeos lejos del frente.
En noviembre de 2022 el vicecanciller polaco, Paweł Jabłoński, advirtió del riesgo de posibles “acciones agresivas” de Rusia contra Polonia desde Kaliningrado con la creación de una crisis migratoria similar a la ocurre en la frontera con Bielorrusia, por lo cual Polonia “debe estar preparada para todos los escenarios (…) incluido un nuevo ataque a sus fronteras como el que tuvo lugar hace un año desde Bielorrusia”.
Ello recuerda de esa manera lo sucedido a mediados de 2021, cuando Bielorrusia permitió que miles de migrantes procedentes de Asia y África se concentraran en la frontera con Polonia e intentaran cruzar ilegalmente, lo que fue calificado por Varsovia como parte de una “guerra híbrida instigada por Minsk”.
El viceministro polaco denunció que Moscú ha comenzado a operar sobre las rutas aéreas comerciales para concentrar en Kaliningrado a inmigrantes no queridos oriundos de Asia y África con la intención de empujarlos sobre la frontera polaca y causar una nueva catástrofe humanitaria por lo que Varsovia “está tomando medidas para limitar esta amenaza desde hace tiempo” y que “comparte y recibe información de sus aliados” al respecto.
Decíamos temprano que Polonia utiliza su experiencia histórica a la hora de analizar los escenarios de conflicto. Sabe mejor que nadie que Rusia es un vecino peligroso. Para nada confiable. Por ello todas las precauciones son pocas.
Con una idea clara de hasta dónde sería capaz de llegar Putin hizo una compra importante de lanzacohetes Himars, de fabricación estadounidense, que serán desplegados, entre otros destinos, en la región fronteriza con Rusia, según los dichos del ministro polaco de Defensa, Mariusz Blaszczak, quien precisó que serán destinados a una unidad militar radicada en Olsztyn, a unos 80 km de la frontera con el enclave ruso de Kaliningrado. Los Himars “reforzarán al ejército polaco en el flanco este del país y de la Alianza Atlántica”, la OTAN, de la que Polonia forma parte.
El gobierno polaco afirma estar negociando con Estados Unidos la compra de un número mucho mayor de esas armas. “El Congreso estadounidense aprobó la venta de casi 500 lanzacohetes a Polonia. Serán enviados a Polonia lo antes posible”, declaró Blaszczak.
“Queremos asegurarnos de que, en el marco de este nuevo contrato en curso de negociación, la coproducción de los Himars se pueda llevar a cabo en Polonia. Ése es el objetivo que nos hemos puesto”, agregó.
En tanto, con suerte diversa, nuestro hombre continúa su avance por territorio ruso recopilando visiones aterradas del hombre llano que transmite a las cuatro universidades que financian tamaña aventura.
En algunos de esos partes denuncia el clima de opresión y discriminación racial, de restricción de los espacios de libertad y calidad alimentaria, que viven los trabajadores y el pueblo llano. “Se asemeja demasiado a la Sudáfrica del apartheid”, grafica.
En cada ciudad, en cada pueblo, en cada esquina -apunta- hay personas que se sienten superiores a otras simplemente porque el color de su piel es más claro. Esta macabra percepción de sí mismos les da derecho a agredir al otro, a hacerle la vida imposible, y a asesinarlos. Son profundamente racistas. Tan o más segregacionistas y discriminatorios que los habitantes del sur y del medio oeste estadounidense.
En ambos usan la religión como estandarte y bandera. Las iglesias ortodoxas que pertenecen a los patriarcados de Kiev y de Moscú, así como los fieles de la iglesia Católica no se incomodan ante la existencia de organizaciones confesionales armadas.
Es curioso, apunta críticamente, la proliferación se simbología nazi a un lado y otro de la frontera.
Las relaciones entre Polonia y Rusia se remontan a mediados del siglo X, cuando nace el Estado polaco. Su parición es dificultosa. Enfrenta las pretensiones hegemónicas del Rus de Kiev.
Desde entonces ambos Estados han vivido en un clima de tensión. Los zares procuraron dominar las costas del mar Báltico y reunir, con la prepotencia de las armas, a las naciones eslavas bajo su liderazgo.
De este modo, entre ambos países protagonizaron guerras interminables en los siglos XVI y XVII, que acabaron con la partición de Polonia, siendo dividido su territorio entre los imperios prusiano, ruso y austrohúngaro.
Polonia restaura sus fronteras en 1918. Enfrenta a la nueva República Socialista Federativa Soviética de Rusia. La Rusia soviética fue derrotada por Polonia.
Tras la Segunda Guerra Mundial y su consecuente división de áreas de influencia Polonia logró conservar su independencia de manera formal. Supuso (entre 1945 y 1989) para Varsovia una etapa de dura dependencia de la Unión Soviética.
Las relaciones bilaterales polaco-rusas fueron nominales. Las decisiones se tomaban en el seno del PCUS y, eventualmente, en el Kremlin.
Tras la caída del Muro de Berlín, la restauración democrática en Polonia y la desintegración de la Unión Soviética, la situación polaca cambia radicalmente, aunque no significa el fin de los problemas.
La Rusia postsoviética busca recuperar su antiguo estatus de superpotencia. A principios de los años 90 Moscú busca integrarse a Occidente, aunque supeditada a sus condiciones, teniendo en cuenta su herencia de superpotencia.
Es decir, Rusia eligió crecimiento pero sin desarrollo, capitalismo sin completa democracia y el mantenimiento de su importancia en el orden internacional, aunque no necesariamente respetando las reglas del nuevo sistema mundial.
Esa elección dejó a Rusia al margen de organizaciones como la OTAN o la Unión Europea, que juegan el papel más importante en cuanto a la seguridad a nivel europeo.
Polonia eligió un camino distinto. Decidió integrarse al mundo occidental o, mejor sea dicho, en el mundo occidental a todo precio, para mejorar sus condiciones de seguridad bajo el paraguas de la OTAN.
Un buen modo de mostrar su apoyo a las iniciativas occidentales y la desconfianza respecto a Moscú fue el apoyo y la participación polaca en el proyecto militar estadounidense del Escudo Antimisiles, que asume la instalación en territorio polaco de las bases de misiles interceptores con el fin de proteger a Estados Unidos y países de la OTAN ante el hipotético ataque por parte de otros países, como Irán y la propia Rusia. (Análisis en desarrollo).
