Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)
Hay una vieja frase popular que dice que la plata no hace la felicidad. Este dicho parece complementar la afirmación de muchas concepciones filosóficas, espirituales y/o religiosas (no sólo la religión católica lo hace), según las cuales la pobreza es una virtud. Más allá de lo arraigada que está esta idea en gran parte de la sociedad, claramente choca o se contradice con la orientación que están adoptando las políticas globales para eliminar o al menos reducir la pobreza, dadas las calamitosas consecuencias que ella genera.
Pero no pretendemos en la columna de esta semana profundizar en el análisis de la pobreza sino que haremos referencia a un estudio, publicado hace unos días, según el cual el dinero, en cierta proporción, colabora, al permitir aumentar el bienestar de las personas, en el desarrollo de su felicidad.
Efectivamente, según un estudio realizado por el Premio Nobel de Economía 2002, Daniel Kahneman, tener dinero sí aumenta la felicidad. Este trabajo viene a contradecir no solo el dicho popular y las creencias religioso/personales mencionadas, las cuales descartaban tal posibilidad, sino también a actualizar los estudios existentes sobre la materia que ponían en discusión este tópico.
Precisamente, este nuevo análisis se basó en encontrar respuestas a la pregunta de si había relación entre el aumento de la felicidad con el incremento de los ingresos económicos de los individuos y, en caso de ser afirmativa la respuesta, si había algún límite o tope en la relación ingresos-generación de felicidad.
Además del ya mencionado Kahneman, participaron junto a él los investigadores Matthew Killingsworth y la psicóloga Barbara Mellers, quienes analizaron el comportamiento de 33.391 personas de ingresos medios-altos, con un promedio de edad de 33 años.
El estudio dio como resultado que, a un nivel básico de felicidad, ésta aumentaba en la medida que sus ingresos aumentaban. “Para la mayoría de la gente, mayores ingresos están asociados a una mayor felicidad”, afirmó Killingsworth en una entrevista que le hizo la revista Penn Today, de la Universidad de Pennsylvania.
Sin embargo, existe un límite a esta afirmación porque, como dijo el mencionado investigador: “La excepción son las personas económicamente acomodadas pero infelices. Por ejemplo, si eres rico y miserable, más dinero no te ayudará”.
Pero ¡ojo!: según el trabajo, si bien mayores ingresos promueven una vida más feliz, ello no es condición suficiente, ya que como señaló la misma Barbara Mellers, “el dinero es solo uno de los determinantes de la felicidad”, es decir que ayuda pero no la concreta por sí solo.
Esto queda claro porque se ha comprobado que los países con mayores ingresos no son todos los que denotan una mayor felicidad en su población. Por el contrario, muchos países en los cuales los ingresos de sus habitantes son inferiores, sí se consideran felices. No obstante, queda claro que mayores ingresos ayudan a que el sentimiento de bienestar de las personas aumente y, por lo tanto, su felicidad.
Corrobora lo que venimos diciendo el informe del ranking anual de los países más felices del mundo que se divulgó días pasados, en el que aparecen entre los primeros puestos países con un alto PBI per cápita. Sin embargo, confirmando el estudio al que nos referimos, ello solo no es determinante ya que, además de buenos ingresos, se informó que hace falta disfrutar de otros beneficios, tales como el apoyo social, la salud, la libertad, la generosidad y la ausencia de corrupción, todos ítemes que han sido evaluados al elaborar el ranking mencionado.
Entendemos que el estudio no hace un elogio de la riqueza ni promueve que la búsqueda desaforada de dinero sea una forma de vida aconsejable, todo lo contrario. Lo que hace es poner en duda que la pobreza sea una virtud, que debe ser distinguida de otra, como la austeridad, que sí lo es en no pocos sistemas de valores. Tampoco, claro, se trata de un defecto sino de una situación desfavorable que debe ser conjurada.
Creemos que, como dicen los investigadores citados, en su justa proporción y complementado por otros bienes espirituales, el dinero ayuda a vivir la vida como cada uno desea y merece vivirla. Se trata, en definitiva, de un instrumento que nos permite, en una economía monetizada, satisfacer necesidades monetizadas. Los bienes espirituales van por otro lado y se logran de forma muy distinta. Pero ambos deben estar presentes en una vida para tener esa felicidad, a juicio del estudio antes citado.
No es, por tanto, tener un buen ingreso o patrimonio, ni bueno ni malo, depende del uso que se le dé. Puede esclavizarnos o darnos una autonomía vital de hacer muchas cosas. Pues, en definitiva, como decía Thoreau: “La riqueza es la habilidad para experimentar totalmente la vida”. Para dónde, es ya un tema de cuántos valores o cabeza tenga la persona del caso.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales