Por Juan Pablo Martínez Ghirardi (*)
El 18 de septiembre de 2001, el Congreso de Estados Unidos votó, con un abrumador apoyo, ir a la guerra en Afganistán. Esto fue apenas unos cuantos días después del terrible atentado a las Torres Gemelas, que dejó al planeta entero perplejo y al pueblo estadounidense con un gran sentimiento de inseguridad. Era claro que había que actuar.
Casi 20 años después, con un Estados Unidos empantanado en una guerra ya sin apoyo de sus ciudadanos y sin logros categóricos -si se piensa en una transformación política en Afganistán-, el presidente Joe Biden concretó el retiro definitivo de las tropas de ese país, una salida negociada con los distintos ejes de poder afgano, que fue iniciada durante la presidencia de Donald Trump.
Lo tumultuoso de esta retirada abre paso a las suspicacias y entreveros que no saldrán a la luz fácilmente, tanto es así que habrá una investigación respecto a cómo se llevó a cabo la retirada militar. Durante ese período de guerra, los estadounidenses alternaron gobiernos republicanos y demócratas.
El país, comandado por George Bush hijo, fue además a la guerra con Irak en el año 2003, con argumentos que de haber sido convincentes hubieran sido poderosos. Saddam Husein fue condenado a muerte en 2006 y Osama Bin Laden, el terrorista buscado por el atentado a las Torres Gemelas, fue encontrado eficazmente en 2011, ya con Barak Obama como presidente.
Obama es un líder con características menos intervencionistas a gran escala pero muy “quirúrgico” en sus acciones. Luego llegó el retiro de las tropas desplegadas en Irak y pocos años después, en 2015, se firmó un acuerdo nuclear con Irán, con negociaciones que hacían presagiar un futuro esperanzador e impensable.
El planeta político y la estrategia global siguieron mutando. Rusia, finalmente y luego de la debacle económica que sufrió a fines de los 90, tomó impulso y se volvió a plantar como potencia.
La alianza militar Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) acentuó su política de expansión y sumó países en sus adhesiones, hasta llegar a las puertas mismas de Rusia. Vladimir Putin, un líder bañado en el manto de una democracia temerosa, se adueñó definitivamente del poder y sintió ante aquel escenario que no tendría opciones. Su Rusia debería renunciar a sus aspiraciones soviéticas para siempre o debía dar un paso definitivo: invadir Ucrania.
En el imaginario intelectual esto significaba apoderarse, en parte, de las regiones del este de Ucrania -que eran territorios con disputas separatistas alentadas por Moscú- y así contentar políticamente a una parte nacionalista y nostálgica rusa.
Pero no. Putin no es un líder político. En sus inicios cumplió funciones en San Petersburgo y ya transmitía su visión para Rusia colocando un cuadro de Pedro El Grande, zar de la dinastía Romanov, en la pared de su oficina.
El mandatario no piensa políticamente, al menos en los términos electorales y de gestión política a los cuales estamos acostumbrados en occidente. Putin piensa en términos de imposición y de sueños de grandeza territorial.
Razonó que debía invadir Ucrania lo antes posible, de lo contrario se resignaba para siempre a tener a la OTAN a las puertas de su país, o lo que es peor en su imaginario: tener a la OTAN dentro. Eso no iba a suceder en su mandato.
Es un error creer que Moscú desea eliminar o sacar del juego al gobierno del presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, y poner uno amistoso o prorruso. Ya lo hubiera hecho o hubiera utilizado otros métodos.
Ucrania ya tuvo gobiernos favorables a Moscú, como lo fue el del mandatario Viktor Yanukóvich, cuyo gobierno finalizó drásticamente tras su abandono del país luego de las trágicas protestas del año 2013. Ello dio lugar a un ciclo político con una marcada inclinación hacia occidente.
Como consecuencia, la Rusia de Vladimir Putin se desplegó militarmente en Crimea en el año 2014 y no toleraría que la OTAN avance sobre países considerados parte indivisible de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Georgia, tierra de Iósif Stalin, tuvo su guerra ya en 2008 por territorios separatistas y prorrusos, y desanda el camino para su ingreso a la OTAN desde hace varios años.
Por otro lado, países considerados estratégicos duarnte la era soviética como Macedonia del Norte, Albania, Lituania, Estonia o Letonia ya son miembros formales de esa organización. Todo era demasiado para el líder ruso.
Tan sólo unos pocos años después de que la OTAN cumpliese 70 años, Putin reconoció la independencia de las regiones del este ucraniano de Donetsk y Lugansk, y envió tropas, e inició así la guerra inevitable.
Si nos remontamos a las primeras décadas del siglo XX, tanto Ucrania como la misma Bielorrusia formaban parte de la extinta Unión Soviética pero con una identidad nacional propia como repúblicas. Identidad que reconocía y que Stalin prefería no aceptar.
La actual guerra en Ucrania ha cumplido ya un año y muchos países sostienen a Ucrania. También hay países que no tenían en su prioridad política ingresar a la OTAN, como Suecia o Finlandia, pero que ahora muestran un impulso acelerado para concretarlo.
A su vez, Ucrania insiste en ser miembro de la Unión Europea. Otros países claves muestran a su modo sus cartas. Turquía no se enemista con Estados Unidos y China no condena la invasión (y hasta parece apoyar a Rusia pero prefiere continuar priorizando su propia zona de influencia económica antes que respaldar abiertamente a sus ocasionales aliados de contrapeso, como lo son los rusos).
Zelensky, el hoy archiconocido presidente ucraniano, encuentra una veta dialéctica para que su país sea el centro mediático del planeta. Además, Ucrania no se rinde. Rusia continúa con sus embates militares y esta guerra podría continuar varios años más sin un claro vencedor.
Pero, ¿cuáles son los fantasmas rusos, o al menos los de su máximo dirigente? En 1939, la Alemania de Adolf Hitler y la URSS de Stalin firmaron el pacto Ribbentrop-Mólotov, básicamente un acuerdo de no agresión.
Ese pacto sirvió para que ambas naciones se repartieran Polonia a los pocos días de iniciada la II Guerra Mundial. Pero luego, en 1941, tal vez dentro del plan oculto inicial de Hitler, el nazismo ingresó militarmente al territorio soviético, iniciando así su marcha de conquista. Stalin, que había actuado con mano de hierro internamente, incluso con su natal Georgia, resultó ciego a las verdaderas intenciones del nazismo. O tal vez, simplemente, se dejó cegar por las propias ambiciones soviéticas de influencia global.
Putin, en su rol con tintes estalinistas pero con visión zarista, desconoce la identidad de Ucrania, y en su retórica de liberación del nazismo en esa tierra cree ver un espectro del pasado.
No olvidemos que la OTAN firmó un acuerdo de colaboración con Rusia en 1997, con lo cual el rumbo pudo ser muy distinto. Pero Putin, por su historia, no podía quedarse de brazos cruzados.
Los aliados del Atlántico Norte debieron saberlo. El presidente ruso sintió que si no actuaba militarmente podría perderlo todo. Hoy, con este escenario, claramente se presenta ante Putin la posibilidad de no ganar la guerra; y de nuevo esa sensación de perderlo todo. Rusia debió saberlo. Los errores de cálculo fueron propios y ajenos.
La inteligencia en terreno habrá arriesgado mucho las vidas de sus comandos y habrá planteado incontables escenarios. Pero lo que parece que falló aquí, sin lugar a dudas, fue el análisis de lo evidente. De lo visible, de la historia de Afganistán, de las historias inagotables de enfrentamiento entre las distintas visiones del islam radical. Del análisis de los intereses de las naciones de Europa del Este que alguna vez pertenecieron a la Unión Soviética y que, salvo algún caso puntual, desean abrazar el modo de vida europeo. De ignorar que Estados Unidos no abandonaría sus políticas de seguridad global, sin importar el presidente de turno. De los intereses para Rusia de su presidente y la posición geoestratégica visible en la historia soviética.
Errores de unos y otros. ¿Errores de cálculo? Como sea, no se negocia cuando no se cede, y cuando esto ocurre no hay muchos escenarios posibles. La guerra, entonces, se torna inevitable.
(*) Diplomado en periodismo político
Muy bueno!:-
Excelente publicación