Por Gustavo Alfredo Robles (*)
Cada 3 de diciembre se celebra en el mundo el Día de la Discapacidad, pues en el año 1992 la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó esta fecha como Día Internacional de las Personas con Discapacidad, con el principal objetivo de fomentar una real inclusión en la sociedad de todas esas personas.
En el caso de nuestro país, el 25 de octubre del año 2000 se declaró el 3 de diciembre Día Nacional de las Personas con Discapacidad, por medio de la ley 25346, en concordancia con los principios de las Naciones Unidas y con el fin de promover conductas responsables y comprometidas con los derechos de todas las personas con discapacidad.
La promoción de los derechos y el bienestar de esas personas en todos los ámbitos de la sociedad, así como su sano desarrollo, sigue constituyendo un desafío de todos como integrantes de una sociedad que día a día debe enriquecerse con valores actuales de ética y solidaridad.
Como ciudadanos de un Estado de derecho debemos concientizarnos sobre la situación en todos los aspectos de la vida política, social, jurídica, económica y cultural de las personas con discapacidad, reconociendo que aún siguen existiendo barreras que impiden una inclusión verdadera.
De las principales barreras (de actitud, de comunicación, físicas, sociales, programáticas, etcétera) que ellas enfrentan, me referiré brevemente a las barreras políticas y de actitud, todas las cuales están en intrínseca relación y contienen puntos en contacto con las demás.
Las barreras políticas se imponen como fundantes desde una perspectiva jurídico-social.
Ellas están ligadas a la falta de concientización y a no hacer cumplir la legislación y regulaciones vigentes que exigen que los programas, reglamentaciones y actividades establecidas sean realmente accesibles para las personas con discapacidad.
Cabe mencionar como ejemplos de barreras políticas aquellas que les niegan que reúnan los requisitos, la oportunidad de participar o beneficiarse de programas, servicios u otros beneficios con financiación federal, asi como la negación o dificultades impuestas a las personas con discapacidad para participar de actividades por la existencia de barreras físicas.
Sin embargo, son las barreras de actitud las que, como las más básicas, debemos en primer lugar levantar cada uno de nosotros como ciudadanos e integrantes de una sociedad que lentamente madura y se enriquece indefectiblemente con el reconocimiento a la diversidad y a las diferencias.
Así, constituyen barreras de actitud los estereotipos. Hay quienes a veces estereotipan a las personas con discapacidad al asumir que su calidad de vida es mala o que no están sanas debido a sus deficiencias. Así surgen los estigmas, los prejuicios y la discriminación. Muchas personas perciben la discapacidad como una tragedia personal, como un castigo, como algo que se tiene que prevenir o curar, o como indicación de falta de capacidad para comportarse en la sociedad del modo que se espera.
Si bien en la actualidad ha mejorado la concepción de nuestra sociedad acerca de la “discapacidad”, aceptándola como una condición que ocurre cuando las necesidades funcionales de una persona no son bien abordadas en su entorno físico y social, aún estamos en deuda con ella.
Pues si dejamos de considerar la discapacidad como un déficit o como una limitación personal y, en cambio, la concebimos como una responsabilidad social por la cual todas las personas pueden ser apoyadas para llevar una mejor vida, más autónoma, independiente y plena, será en definitiva más fácil reconocer y abordar las dificultades que todos realmente enfrentamos, incluidas las personas con discapacidad.
¡Llegó el momento en que debemos levantar las barreras!
(*) Abogado