Hace 28 siglos se comenzó a dar forma a los juicios del presente
Roma, con su gran legado jurídico, hace pasar a segundo e injusto plano al derecho de la antigua Grecia. Un ordenamiento del que tenemos pocos datos pero los necesarios para establecer la deuda que, aún hoy en día, tenemos con él en nuestro sistema judicial.
Alan Boegehold, en su obra Three Court Days; La justicia en el marco del Estado griego, de Iván Andrés Cadavid Guerreo; El Derecho Penal en Sófocles y Esquilo: Edipo Rey y las Euménides, de Eugenia Maldonado de Lizalde, o El Problema de la Ley en la Antígona de Sófocles, de Leandro Pinkler, entre otros, muestran la importante contribución griega en los procesos judiciales actuales, al estructurarlos como parte de la organización política de las ciudades-estado y que, incluso -proceso de helenización mediante-, sus aportes fueron luego recogidos por Roma.
María Mercedes Hernández Henríquez, en su trabajo La justicia en la literatura griega, traza por medio de las obras de Hesíodo, Esquilo y Sófocles una interesante construcción de los elementos de los juicios griegos, que compartimos.
Concordamos asimismo con que el extenso poema Los Trabajos y los Días, de Hesíodo, del siglo VIII a.C., es quizá la fuente literaria más antigua que alude al tema de la justicia y de los abogados de manera sistemática, postulando una justicia igual para todos los hombres, que tienen derechos individuales, como corolario de un orden religioso y mítico que exige la existencia de una realidad jurídica justa, basada en el deber del buen actuar, pues el autor tiene la esperanza de que los hombres practiquen un buen actuar en el ejercicio de la justicia.
En tal texto puede leerse, a propósito de una herencia disputada con su hermano, la exhortación sobre la buena práctica en los procesos judiciales, la buena voluntad que debe caracterizar el ejercicio de una justicia ética, de una justicia real, objetiva e idónea: “Terminemos, pues, el proceso con juicios rectos, que son dones excelentes de Zeus”.
Esquilo, en la obra Las Euménides, trata sobre el juicio que se le realizó a Orestes por el hecho de haber matado a su madre Clitemnestra, quien, con anterioridad, había asesinado a su esposo Agamenón, padre de Orestes y rey de Micenas. Perseguido por las Erinas -personificaciones femeninas de la venganza-, tras escuchar a una y a otra parte la diosa Atenea decidió se hiciera un juicio en el Areópago, con el pueblo por jurado, actuando las Erinas como parte acusatoria, Apolo como la defensa e integrando Atenea como un miembro más del jurado.
Sobre la dinámica del pleito, dice Atenea en la obra: “Vosotros reunid los testimonios y pruebas que habéis de traer a la causa y todos los medios de defensa. Así que haya elegido los mejores de mis ciudadanos, con ellos vendré, y ellos sentenciarán en justicia sin apartarse un punto del juramento que prestaren”.
Como puede verse, se hallan definidos los roles procesales actuales, con la salvedad de la dirección por magistrados del pleito.
Si en Esquilo la justicia abrevaba en una concepción mitológico–teológica, con Sófocles se encuentra la idea antropocentrista, en la que el predominio de la voluntad descansa en la capacidad de actuar autónoma del individuo. Piedra angular del presente de nuestras regulaciones jurídicas, también en el actuar procesal.
Al ir a los datos de la realidad histórica, en el ámbito tribunalicio de Atenas, las partes proponían penas a un órgano público, los delitos eran juzgados ante una asamblea y resueltos por voto secreto (un disco agujereado en un recipiente de cobre, culpable; uno liso, inocente), y estaba ya claramente definido el rol de acusador por fuera del órgano que resolvía, que era de naturaleza privada pues carecían tanto de policía como de fiscales.
La persona acusada debía defenderse por sí misma, aunque con el correr del tiempo se acostumbró a emplear los servicios de un logógrafo, una persona dotada para la oratoria y especializada en realizar discursos jurídicos para redactar los dos discursos en que debía fundamentar su defensa. El antecedente histórico más remoto de lo que hoy somos los abogados.
Mucho debemos, en tal sentido, a Antifonte o Antifón, el orador ático cuyos discursos son los más antiguos del género de los cuales se tenga noticia. Amiano Marcelino, militar e historiador romano del siglo IV pero que se autodefinía como griego, en su obra Rerum gestarum libri XXXI (conocidas también simplemente como Historias), lo sitúa como un gran orador del ágora y en los tribunales, y expresa que, conforme decía la tradición, “fue el primero que recibió una recompensa por defender una causa”. Si ello es de tal forma, estamos frente a la primera práctica legal profesional de la historia.
Pueden entenderse como las más antiguas piezas procesales occidentales de parte sus “Discursos contra su madrastra, por envenenamiento”, “Sobre el asesinato de Herodes” y “Sobre el coreuta”. Se trata de piezas en ático antiguo, con abundantes poetismos y jonismos pero de indudable fuerza narrativa foral que muestran una sutileza en la argumentación que aún hoy llama la atención, fundada en el empleo de evidencias, testimonios y pruebas, a la par que en los llamados “argumentos de verosimilitud”.
Es que, al decir de Hernández Henríquez, los valores expuestos sobre la justicia en los griegos, merced a su noción antropocentrista, siguen siendo atemporales. Coincidimos.
Tal como puede observarse, no es poco lo que debemos procesalmente a los griegos, aun cuando no se tenga mucha conciencia al respecto.