No podía contarse un aspecto central de su dedicación a la causa emancipadora
Su nombre completo era Bernardo Romualdo de Vera-Mujica y López Pintado, pero se lo conoce más como Bernardo de Vera y Pintado. Nació en la ciudad de Santa Fe en 1780.
Sus padres fallecieron cuando era niño y tanto él como sus hermanos quedaron al cuidado de sus tíos, quienes les procuraron una esmerada educación, primero en las escuelas comunales santafesinas de esos tiempos y después en el Convictorio de Monserrat de la ciudad de Córdoba. Pasó luego a la Real Universidad de San Felipe, en Chile. Allí cursó leyes y teología, alcanzó los grados de bachiller, licenciado y doctor en Teología en 1799, y el doctorado en leyes en 1806. Fue también en tal sitio donde inició su carrera académica en 1807, cuando se hizo cargo de la cátedra de Instituta.
Después de la formación de la Primera Junta Nacional de Gobierno de Chile, el Gobierno argentino lo nombró representante diplomático en ese país. Colaboró en la redacción del periódico Aurora de Chile, en 1812. Asimismo, fue secretario del gobierno en Hacienda en julio de 1814, y de Guerra en septiembre de ese mismo año.
A causa de la derrota patriota en Rancagua, emigró a Mendoza y se incorporó al cabildo de esa ciudad. Cuando el diputado Tomás Godoy Cruz informó a éste que el Congreso de Tucumán estaba evaluando la instalación de una monarquía para las Provincias Unidas del Río de la Plata, obtuvo del cabildo que se le prohibiera apoyar esas gestiones.
San Martín lo contó como el principal de sus auditores militares y aún hoy se le recuerda por tal función en el ámbito castrense. Prueba de ello es que en el mensaje del jefe de Estado Mayor del Ejército Argentino, en ocasión de conmemorarse el Día del Servicio de Justicia, en el año 2020, se expresó respecto de su persona en dicho puesto: “Señal de la importancia y necesidad del cargo fue la designación como auditor de guerra, durante la formación del Ejército de Los Andes, del abogado Bernardo de Vera y Pintado, quien, además de desempeñarse como asesor letrado del Padre de la Patria, fue fiel intérprete del código de honor sanmartiniano en el transcurso de la campaña en Chile”.
En su obra Auditor de Guerra, Jorge A. González Ramírez expresa sobre los abogados militares de ese tiempo: “Durante la lucha independentista el auditor no sólo siguió teniendo la importancia y jerarquía que le asignaban las Ordenanzas carlistas sino que las ganaba por su personalidad, desempeño y conocimientos. San Martín, por sí y ante sí, otorga el grado de coronel a sus auditores; ellos fueron Bernardo de Vera y Pintado, José Ignacio de la Roza, Bernardo de Monteagudo y Antonio Álvarez Jonte”. Al igual que Belgrano, quien había hecho lo propio con su auditor en el Ejército del Norte, San Martín requirió para Vera y Pintado “la mayor jerarquía, alegando que este ilustre santafesino había sido en 1811 representante de Buenos Aires ante Santiago y podría encontrar la cooperación chilena para la empresa libertaria”.
Era la mejor forma de decir aquello que no podía decirse. Sus conocimientos legales y del país trasandino lo habían llevado a ocuparse en lo que hoy se denomina inteligencia militar, por entonces en ciernes.
Es que, a más del creador de los Granaderos a Caballo y forjador de un concepto europeo de las fuerzas militares con la organización del Ejército de los Andes, José de San Martín también fue un precursor en cuanto al espionaje y contraespionaje militar.
Mediante la denominada “guerra de zapa” ocultó sus propósitos a los realistas en Chile, los desorientó sobre cuándo y por dónde cruzaría los Andes y los obligó a distribuir sus fuerzas en un amplísimo frente para poder franquear la cordillera sin oposición primero, y batir luego en la batalla de Chacabuco a fuerzas de menor envergadura que las existentes en Chile.
Se valió para ello de un conjunto de espías y de argucias diversas. Enrique Pavón Pereyra en su obra La Guerra de Zapa (El Servicio de Informaciones en las Campañas de Chile y de Perú), nos comenta al respecto: “Es necesario hacer resaltar que todo el servicio era dirigido con unidad de acción desde Mendoza, sin ningún género de delegación, y contando apenas con alguna ayuda manual del Dr. Bernardo de Vera y Pintado, auditor de Guerra del Ejército de los Andes y muy conocedor del país trasandino”.
En tal actividad, “El Dr. Vera asesoró en un comienzo al Libertador en aspectos legales que surgían del nuevo género de lucha; después, cuando el Servicio de Informaciones alcanzó insospechada magnitud, pasó a ocuparse del ‘mosaico de informaciones y datos’ que traían consignadas las gacetas y papeles impresos de Chile; además recibía las declaraciones de los que se evadían o expatriaban voluntariamente; o de los que fingían sentimientos patriotas con el propósito de obtener informaciones que pudiesen servir a Marcó del Pont”.
El asesor letrado y en materias de espías regresó a Chile con el Ejército de los Andes en 1817. Ocuparía diversos puestos, públicos y de docencia, a la par del ejercicio de la profesión. Fue también redactor de la Gaceta del Gobierno de Chile y auditor General del Ejército. Fruto de su vena poética es la letra del primer himno chileno, lo que llevó a que se lo conociera como “el poeta oficial de la República”.
Pero ninguno de tales encargos públicos pudo compararse en importancia a aquel sobre el que pocos conocían y nadie decía palabra. Una labor metódica de atesorar, descartar y enhebrar datos que había salvado la vida de muchos y cambiado el curso de la causa emancipadora americana, al permitir a todo un ejército de 5.000 hombres pasar por una de las cordilleras más altas del globo sin ser sorprendido por el enemigo superior en número.