Un sistema republicano es mucho más que la división de poderes, incluso que la democracia representativa. Se trata de una concepción de lo público como servicio, no al Estado, no a persona predestinada o enaltecida alguna, sino al otro. Alguien igual a uno.
Dicha igualdad fundamental no se afecta por la calidad de tener un puesto público político, electo o designado.
Dicha sencillez gubernativa es también un reaseguro, real, respecto de excesos con el poder. No por nada, los países que peores regímenes totalitarios han atravesado son los que más empeño ponen en que la vida pública no esté divorciada de elementos como la sencillez, cercanía y apertura con los ciudadanos.
En el otro extremo se hallan los países en que desde el Estado se cubren los gastos de vida de personajes públicos hasta en sus cuestiones privadas más cercanas. Por ejemplo, entrenar a la mascota que se ha tenido en forma personal. Había, alguna vez, un equipo de competiciones de carreras automovilísticas cuyos integrantes, en un amplísimo porcentaje, se hallaban a sueldo del Estado en dependencias de automotores del Ejecutivo nacional. Probablemente, una casualidad.
Este recuento informal podría continuar en el rubro viajes: funcionarios que salen a lugares más o menos entendibles, pero que pernoctan en hoteles de lujo, con gastos diarios que parecen ser más propios de un millonario estadounidense derrochador, que de alguien que lo paga con el dinero de todos.
También está, en la cuestión, el tema del número. En tanto en esta parte del mundo la comitiva arriba de la centena no es rara y la arriba de la decena pan de cada día, existen países donde asiste al evento el funcionario del caso a secas y nadie más.
No sólo es un tema de uso debido de dinero público. Se trata de mucho más: habla de las ideas que tienen respecto del Estado quienes obran de tal forma, como si lo público fuera una cosa que puede manejarse a su exclusivo antojo, o se consideraran con derecho a ser reembolsados de todo, en los niveles más altos de precio.
No pocas veces, desde lo público se brindan en tales ocasiones un nivel de confort que no pagan cuando lo realizan por cuenta propia, desnudando así lo que muchos llaman, a más de aprovechamiento, hipocresía.
Una muestra a destacar de esa filosofía de la sencillez resulta la República Federal Alemana. Surgida de los escombros en que dejó el país, guerra mediante, el nazismo, el Estado alemán tiene muy en claro hasta dónde conduce esa aparatosidad estatal. Por ello, por ejemplo, el nuevo canciller electo, Olaf Scholz, asumió su cargo el pasado día 8 en una sencilla ceremonia en la residencia del presidente del país. Recibió allí el certificado de su nombramiento de parte del jefe de Estado y prestó juramento en el Bundestag, la cámara baja alemana, para luego ir a la cancillería a ocupar el despacho, recibido por la canciller saliente, Angela Merkel.
No hubo en lugar alguno desfiles, concentraciones, gente ondeando banderas, actos públicos ni eventos con famosos. Todo ello, a cargo del erario, en una u otra forma.
La sencillez de las formas permite un mejor uso de los recursos públicos y un mayor control de su empleo por quienes contribuyen con tales sumas. En sentido opuesto, cuando todo se vuelve complejo, intrincado, monumental, las razones por detrás tienden a oscurecerse en lugar de quedar evidentes.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales