No se sabe a ciencia cierta cuándo el hombre domesticó los perros. Tampoco cómo y por qué los integró a sus arsenales como arma ofensiva-defensiva. Así, las brigadas de canes permitieron que los guerreros mostraran su cara más atroz a la hora de matar.
El perro, en la historia de la guerra, se desempeñó como el más valiente de los soldados. Algunos fueron utilizados como guardianes; otros como exploradores o rastreadores, con un desempeño superlativo a la hora de rescatar víctimas de tragedias de múltiples orígenes.
Los naturalmente más fuertes, los que demuestran entereza y coraje, son entrenados para entrar en combate. Los adiestramientos están condicionados por sus características físicas y funciones a cumplir en el frente de batalla.
Las razas que tienen una mejor complexión física para desempeñar acciones de ataque y defensa, mientras que las poseedoras de un olfato privilegiado se las reservaba para seguir rastros o desempeñar trabajos de guardia. De este modo, la función del perro en los conflictos bélicos se adaptó a las necesidades estratégicas de cada mando.
Según los historiadores clásicos -que guían el trabajo de los arqueólogos-, es probable que la introducción de los perros en el Antiguo Egipto haya ocurrido en el arribo de los hicsos al delta del Nilo (Historia de Egipto; Etienne Drioton + Jacques Vandier, 1952).
Cuando se armó el rompecabezas del reinado de Tutankamón se confirmó el uso bélico del perro como elemento complementario de los ataques de la infantería. El ejército de Ptolomeo II llegó a utilizar 2.500.
Para los egipcios, el perro era un animal divino (Anubis, el dios de la momificación, tenía forma de cánido), creencia que fue aprovechada por el rey persa Cambises II en la batalla de Pelusio, en 525. Cuando el persa atacó con unas fuerzas compuestas usó esa imagen como defensa contra la infantería egipcia y decoró armaduras con la imagen de la diosa gata Bastet, lo que provocó la reticencia de los soldados egipcios a golpear contra aquella desconcertante defensa (Historia de las Guerras de los Judíos y de la Destrucción del Templo y Ciudad de Jerusalén; Flavio Josefo: Nabu Press, 2011)
La aparición de los perros en los escenarios bélicos de la antigüedad despertó intensos debates. Persas, griegos y macedonios se sirvieron de ellos en sus guerras.
La discusión fue cuál raza era la más adecuada y cómo protegerla de las flechas del ejército enemigo.
El moloso, un can con un hocico corto y un cuello poderoso, al igual que sus mandíbulas, fue el elegido. Procedente de Persia, este tipo de perro aparece en relieves del palacio real en Nínive. A mediados del siglo VII a.C., demostró ser un arma fantástica en la guerra entre las ciudades jonias de Éfeso y Magnesia del Meandro. Cada soldado marchaba con su perro de ataque para romper las líneas enemigas.
Los ejércitos de Jerjes utilizaron este tipo de can para desorganizar las compactas formaciones de los hoplitas griegos.
En Roma, los molosos fueron vigilantes de rebaños en los almacenes y en las villas, y las legiones romanas los incorporaron también como animales de combate. Como protección llevaban cotas de malla y collares de afiladas púas. Eran canes gigantescos, que podían pesar más de 80 kilos.
El prolífico Marco Terencio Varrón así los describe: “Debe tener una cabeza grande, orejas caídas, los hombros y el cuello gruesos, patas anchas, un ladrido profundo y ser de color blanco con el fin de reconocerlo más fácilmente en la oscuridad [….]. Debe llevar un collar de cuero tachonado de clavos para proteger el cuello”.
Plutarco explica: “Cincuenta perros y una exigua guarnición defendían la ciudadela de Corinto. Los soldados, aprovechando la festividad de Afrodita, se emborracharon, cosa que aprovecharon los enemigos para tomar posición y matar todos los perros. Sólo uno consiguió escapar y avisar a los ciudadanos de Corinto, que, alertados por los ladridos del can, enviaron refuerzos al fuerte y lo recuperaron, salvando la guarnición”.
El perro fue clave en la península ibérica durante la Reconquista (772-1492), pues ya existía una raza característica de Castilla: el alano español. Perro fornido de más de medio metro de altura y unos cuarenta kilos de peso y de gran velocidad. Descendiente de una mezcla de varias razas de perros de presa, jugó un papel importante en la conquista de América.
Bartolomé Colón, el hermano del Almirante, se llevó 200 hombres para la campaña contra los caribes y una escolta similar de perros, lo que acredita la importancia que se daba a estos animales como arma de combate.
Su sola presencia sembraba el terror entre los oponentes. Formaba en la primera línea de combate acompañando a los ballesteros, por delante de los arcabuceros y atacaba con la caballería.
Las razas caninas utilizadas en la Primera Guerra Mundial fueron el airedale terrier, el pastor alemán alsaciano, el rottweiler y el schnauzer gigante, que tuvieron que acostumbrarse al ruido de los morteros y los obuses. Francia fue el primer país que pretendió utilizar los perros en las maniobras de infantería, aunque fracasó por falta de financiación. Serían los alemanes y los rusos los primeros en utilizar los perros en primera línea de combate, habiendo empezado por adiestrarlos en tareas de mensajería, aunque estaba prohibido manifestarles cariño y acariciarlos.
La división canina alemana intervino en los frentes de Francia, Rusia, Países Bajos, Italia, Polonia, Noruega y en el norte de África, donde sirvieron a las órdenes del Afrika Korps del mariscal Rommel.
Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos perros tuvieron una destacada actuación en ambos bandos, como un pastor alemán llamado Bob que llegó a localizar a alrededor de 16 soldados heridos quienes, después de un bombardeo, se arrastraban perdidos en el campo de combate. Cuando Bob descubría a un soldado herido, se echaba a su lado para que pudiera tomar algo de lo que llevaba en un botiquín adosado a su lomo.
En el bando aliado sirvió Rob, que como paracaidista saltó más de 20 veces para desempeñar misiones secretas. Otro caso es el de Ricky, que a pesar de estar herido siguió llevando a cabo sus labores como detector de minas. Otros perros, como Belleza, Peter, Irma, Jet o un pequeño fox terrier llamado Beauty, resultaron fundamentales para localizar a supervivientes durante los bombardeos alemanes en Londres.
El pastor alemán llamado Antis recibió una medalla Dickin en reconocimiento por los servicios prestados durante la Segunda Guerra Mundial junto a su propietario, quien luchó en la Royal Air Force británica. El aviador sueco había rescatado al perro cuando era un cachorro entre las ruinas de un castillo francés y cargó con él durante su huida de Francia.
Para premiar tanta valentía y fidelidad se creó en 1943 la medalla Dickins, que al día de hoy sigue vigente y que pretende rendir tributo a aquellos animales que, con su esfuerzo y en muchos casos con su vida, han ayudado al ser humano en épocas de conflicto. En Londres se alza un monumento conmemorativo que recuerda no sólo los perros premiados con esta medalla, sino todos aquellos animales anónimos (caballos, mulas, palomas, etcétera) que, según ha recordado Jilly Cooper, presidente de la PDSA (Dispensario Popular para los Animales Enfermos, por sus siglas en inglés), sin tener idea de por qué habían sido arrastrados a los conflictos de los hombres, actuaron solamente movidos por “la lealtad y el afecto”.