En la autopista no se ve más que una decena de vehículos en cada tramo. El asfalto es tan solitario como el remanente del bosque tropical que se expande en sus laterales. En la marcha, se distinguen grandes moles de edificios uniformes. Son las “micro brigadas” de inspiración soviética construidas con materiales prefabricados en los años 70.
La ruta de una sola mano hace que de La Habana a Varadero se cuenten poco más de dos horas de viaje en automóvil. Suficientes para hacer del destino una joya turística para quienes buscan los atributos inconfundibles del Caribe: mar turquesa cálido y transparente y playas extensas, intensamente blancas.
En uno de los casi treinta hoteles que descansan en la bahía, vuelven a sonar timbales, guitarras y maracas. Un cuerpo de baile de vestuario colorido y sonrisa desbordante recibe a los huéspedes, a la vez que despliega una estudiada coreografía.
Como rutina, llega el mojito de bienvenida, al que le sigue una lista interminable de tragos como la Piña Colada y el Cuba Libre; así como una comilona que despierta con desayuno opíparo y roza la gula en las interminables cenas temáticas que ofrece la gran variedad de restaurantes.
Los Cayos
Abrazada por un paisaje más virgen, la misma modalidad del “todo incluido” se repite en la región de Los Cayos de Villa Clara, a poco más de cinco horas de la capital cubana, hacia el noroeste de la isla.
Estos afinados brazos de arena suave que flotan sobre aguas celestes encandilantes también fueron conquistados por grandes complejos hoteleros.
“En 1999 se construyó el primer hotel y hoy suman 13 cinco estrellas con más de nueve mil habitaciones. El crecimiento de huéspedes es tan vertiginoso que para 2017 esperamos aumentar dos mil plazas más”, expresa Alejandro, representante de la agencia receptiva Gaviota, encargada de administrar diversos complejos del lugar. En el pequeño archipiélago de aproximadamente una decena de kilómetros esparcidos entre el Cayo Santa María, Las Brujas y Ensenachos, habitan sólo los resorts. Esta porción de islotes está unida al país por un pedraplén o carretera marítima de casi 50 kilómetros, obra estatal reconocida como construcción relevante por el premio Cántaro de España.
De un lado de esta brecha de tierra angosta y alargada, se extiende la laguna interna salpicada por flamencos y una heterogénea diversidad de aves. Del otro, reina el océano reconocido por su múltiple gama de azules.
Un catamarán desanda estas superficies varias veces por semana. La excursión conocida como “Crucero del Sol” invita a los tripulantes a sumergirse con snorkels para descubrir la colorida fauna marina que navega entre jardines de corales multiformes. El itinerario contempla otra parada en el delfinario y culmina en un banco de arena adornado con estrellas de mar.
Entre las contadas actividades que se ofrecen fuera de los all inclusive, los pueblos La Estrella y Las Dunas despliegan una feria de artesanías, discotecas, bowling y una decena de complejos gastronómicos.
En uno de ellos, Yoel hace malabares con el postre, derrama con prolijidad una línea de ron sobre el panqueque y enciende una llamarada azul transparente deslizándola de una mano a otra ante la mirada atónita de los comensales. Luego se arrodilla frente a una de las damas de la mesa y le entrega una flor. Está más que claro que el camarero, como el resto de los residentes de la región que trabajan en contacto con el turismo, se esmera por conquistar la sonrisa de su clientela.
La hospitalidad y la gracia desinteresada de los cubanos es la esencia que distingue estos resorts de cualquier otro del Caribe.
Tras los rastros del Che
Partiendo de los Cayos, tierra adentro, la identidad revolucionaria adquiere otra dimensión. Más solemne, más íntima.
“Éste es un pueblo de ideas y combate”, reza uno de los carteles callejeros a pocos metros de llegar a Santa Clara, también conocida como la ciudad “de las guerrillas heroicas”.
“Aquí se hizo historia el 29 de diciembre de 1958, cuando la tropa bajo el mando de Ernesto “Che” Guevara logró descarrilar un tren blindado con suministro militar, amputando el avance del ejército de Batista. La batalla duró noventa minutos y decidió el destino de la dictadura, dando paso a la victoria de Fidel Castro”, introduce la docente en un rincón del monumento donde se despliegan los vagones testigos de dichos acontecimientos, ante un puñado de rostros infantiles y atentos.
Alumnos con prolijos uniformes estudiantiles, en blanco y bordó, se ven en casi todos los espacios culturales-educativos, ávidos de absorber la mayor cantidad de detalles de su historia nacional.
El comportamiento respetuoso de estos niños adquiere más énfasis en el Mausoleo del Che, ubicado en la ciudad emblemática del interior insular. Allí, descansan, desde 1997, los restos del dirigente comunista y veintinueve de sus compañeros combatientes que murieron en el intento de impulsar un levantamiento armado en Bolivia.
El Complejo Escultórico que domina el exterior, protagonizado por una gigantesca estatua de bronce del comandante, alberga un museo dedicado a su vida y la llama eterna que anuncia la ubicación de su morada final.
Legado colonial
Desde Santa Clara hacia el Este, el camino se adentra en una zona montañosa tapizada por la selva tropical y espaciada por extensas haciendas de caña de azúcar y plantaciones de café. Atravesando el Valle de los Ingenios, pasando por pequeños mercados de queso, plátano y guayaba, se arriba a Trinidad, la ciudad colonial que parece congelada en la conquista española siendo una de las mejor conservadas de Cuba.
Recubierta por techos de tejas coloradas, su entramado de calles empedradas atestigua el auge económico de mediados del siglo 19. Los tonos pasteles de sus fachadas parecen un decorado de películas de la época. Un sinfín de ventanas en relieve como sobresalidas de sus paredes configuran la insignia arquitectónica de su estilo.
Es el sitio ideal para degustar una langosta acompañada por róbalo, camarones, tostones de plátano y arroz. El plato “Mixto de mar”, es una de las especialidades de “La Guitarrita Mía”, el paladar de Pepe López, cantante cubano que actualmente triunfa en Italia. Su dueño, también, recomienda probar el “Ropa Vieja” de cordero desmenuzado o unos tradicionales “Moros con cristianos”.
El sabor popular, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad está maridado por la Canchánchara, bebida preparada con miel de abejas, limón, aguardiente de caña y agua. El elixir tiene su propio espacio en un bodegón que lleva su nombre y tiene a un dúo de cantantes-humoristas que se ocupan de servirlo. “Que sí, que sí que no”, recita uno de ellos mientras sostiene uno de los pocillos con su cabeza.
No es ficticio ni impostado, los cubanos son así, sonrientes por naturaleza. Alivian los obstáculos cotidianos con fiesta y algarabía. Aguardan, sí, que algo cambie, pero mientras no se detienen en el futuro, transitan el presente que les toca con esa sabiduría que siempre sorprende.