Por Luis Esterlizi (*)
Especial para Comercio y Justicia
Aunque nos duela reconocerlo, debemos aseverar que Argentina está padeciendo las tribulaciones de una tormenta perfecta con posibilidades de destruir los fundamentos de nuestra existencia como nación y sociedad, si no logramos sortear con éxito las tremendas secuelas de una crisis generada por graves defecciones internas, como por el avance inescrupuloso de un materialismo deshumanizado por sobre el bienestar de los pueblos y la preservación de su hábitat.
Más allá de nuestros propios problemas, vemos como el tema del coronavirus ha sacudido la estructura económica y financiera del mundo en general, haciendo caer las cotizaciones de bonos y acciones en el principal distrito financiero que es Wall Street. Produjo el derrumbe más rápido e intenso desde el crack del ’29. Tampoco ha cesado la disputa comercial entre EEUU y China que, sumada a la pandemia, enrarece aún más las relaciones comerciales no solo de estas potencias sino también la de los países que intentan comercializar con el mundo.
Este panorama muestra los prolegómenos de una catástrofe que puede asemejarse a las que produce una guerra convencional, en la cual todas las actividades, roles y funciones quedarán afectadas, presumiendo que en aquellos países como Argentina, que arrastran su propia crisis, puede ser mucho más profunda y severa. Ese hecho nos llevará a tomar medidas extremas para preservar las cuestiones básicas y esenciales en un primer momento, sin abandonar la idea de iniciar un proceso que establezca nuevos perfiles institucionales en lo político, económico y social.
En dichas circunstancias es cuando más perseverantes debemos ser si nuestro propósito es recuperar la autoestima, el sentido de pertenencia a una misma sociedad y estar convencido de la importancia que significa dejar de lado todo tipo de discriminaciones, valorando la integración sectorial y social como también la organización de nuestra comunidad. Es lo que nos ayudará a consensuar lo que queremos ser como argentinos y el rumbo que le fijemos a nuestro futuro.
Muchas veces las adversidades más espantosas o los acontecimientos menos previsibles, como inundaciones, incendios, guerras e incluso el coronavirus que hoy nos invade suelen obrar como catalizadores que nos conminan a dejar de lado las aversiones o prejuicios y nos impulsan al trabajo común solidario e insoslayable, porque sus afecciones arremeten sin distinción de ideologías, de clases sociales o de grietas que identifican posiciones tóxicas y extremas
Qué nos deparan estas circunstancias
¿Puede entonces una sociedad que busca evolucionar aceptar la alternativa de llegar por el miedo o la turbación a semejantes sacrificios e incluso a la muerte de conciudadanos porque es lo que nos permitiría reconstruir la unidad y terminar con los desencuentros y sectarismos que destruyen la integración y convivencia social? A esta pregunta le corresponde la respuesta que debe nacer de nuestras conciencias, ya que de ello depende que (como sociedad que busca trascender) demostremos ser capaces de revertir esta cíclica tesis que algunos nos la adjudican exclusivamente a nosotros, recobrando la integración social no solo para combatir la pandemia sino esencialmente para reconstruir política, económica y socialmente el país que desde hace mucho hemos dejado de ser.
Estas dramáticas circunstancias nos obligan a reencontrarnos con las razones que empujaron a nuestros antepasados a luchar por construir un proyecto de comunidad y de nación libre e independiente, tratando de definir una identidad propia; con errores y fracasos pero con la convicción y el esfuerzo y hasta la propia vida de ser necesario, conservando valores y principios esenciales de nuestra nacionalidad.
Actualmente existen apreciaciones de sectores y corporaciones que creen que en el mundo actual existe la libertad e independencia entre los estados para poder asociarse, relacionarse o integrarse donde a cada uno le convenga. Y si eso era así – aunque tengo mis reparos – después de semejante crisis, debemos presumir que no todo será igual.
Los impedimentos de tal propósito obedecían a tres causas: Una, debido a gobiernos que quedaron varados ante un mundo que había avanzado tecnológicamente mientras ellos caían ante la especulación personal. Lo segundo, por un panorama internacional totalmente convulsionado debido a la lucha entre las potencias que disputan un nuevo poder mundial, anarquizando las relaciones comerciales y por último el capitalismo financiero que ha desplazado al capitalismo productivo, frenando el trabajo, la producción y la evolución tecnológica.
Debemos institucionalizar el protagonismo social
Por lo tanto, los gobiernos por sí solos no podrán resolver semejante batahola, hecho que posiblemente inicie un cambio de época debido al avance de la sociedad sobre las decisiones fundamentales del país. Ésta, desencantada con los modelos de gobernanza, reclamará y buscará un mayor espacio de participación institucional a la cual los gobernantes deberán ceder. El avance tecnológico comunicacional e informático entre las comunidades y ciudadanos de todo el mundo ha abierto el panorama mundial a sus ojos y oídos, por lo que al instante adquiere el conocimiento de lo que sucede para bien o para mal. Por supuesto que dicho avance también es utilizado por corporaciones, gobiernos o quienes estén interesados en emitir mensajes y desinformaciones en apoyo a sus maniobras.
Ante este contexto de gran confusión y reacomodo de las relaciones internacionales (que constituye una fase del proceso de globalización), es cuando los pueblos que no son conglomerados de ancianos, hombres, mujeres, jóvenes y niños que solo tienen noción de su entorno más cercano y tienen un claro panorama de la situación local, nacional y mundial, ya intuyen que es lo inservible, perjudicial y desechable y cual lo bueno, beneficioso y aprovechable para nuestro bienestar material y espiritual.
Las entidades intermedias y su responsabilidad social
Es entonces cuando, más allá del Estado, las organizaciones privadas cumplen un papel esencial. Las asociaciones civiles, cámaras empresarias, colegios profesionales, centros vecinales, sindicatos, cooperativas, mutuales, foros, parroquias, etc., están en condiciones de desarrollar un mayor protagonismo.
Más allá de sus funciones y roles específicos, existe la responsabilidad social que no es otra cosa que lo que cada ciudadano (como cada entidad) tiene la obligación moral de ejercer frente a las necesidades y problemas que tiene la sociedad de la que forma parte.
De esta manera, se convierten en vehículos para la transmisión de datos y propuestas hacia dentro de sus organizaciones como hacia los organismos del Estado, sean municipales, provinciales o nacionales. Hasta ahora en Argentina esto no se produce porque desde la esfera pública no se les reconoce este importante atributo, y creen que dichas entidades no deben participar en las políticas de Estado. Se delega esta función sólo a los partidos.
Esta crisis mundial preanuncia un cambio de época
El coronavirus ha cumplido el papel de la gota que rebalsa el vaso. La pandemia que hoy se desplaza por todo el planeta simboliza el comienzo del fin de una época en la cual la humanidad y la naturaleza han sido víctimas de un materialismo desenfrenado y de un desarrollo tecnológico mal utilizado, sobre todo por potencias que compiten por la primacía universal sin importar el costo de dicho proceso.
El desarrollo tecnológico en sí mismo no es el causante del desastre ecológico, del severo cambio climático, de la modificación genética de los cereales, ni de la clonación de animales. La culpa la tiene la abusiva utilización de la tecnología por corporaciones que la emplean para fines inconfesables y no para aumentar el bienestar de la sociedad en armonía con la naturaleza y su hábitat.
Pienso que podemos estar al inicio de un cambio de época y vale reiterar frases de eminentes prohombres que preveían lo que lamentablemente hoy nos muestra la realidad:
“Hay sólo dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Pero no estoy seguro de la primera, de la segunda puedo observar cómo nos destruimos tan sólo por demostrar quién puede más”.
Albert Einstein.
“La Tierra no es la herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos. El amor es la fuerza más grande del universo y si en el planeta hay caos medioambiental es también por falta de amor. Hay suficiente en el mundo para cubrir las necesidades del hombre, pero no para satisfacer su codicia”.
Mahatma Gandhi.
(*) Presidente del Foro Productivo Zona Norte.