Por Elena J. Saissac de Brito / Abogada, mediadora
El joven plegó la hoja con el acuerdo logrado y, levantándose satisfecho, extendió la mano para saludar, manifestando que se iba muy conforme. Su pareja, entretanto, esbozó una sonrisa mientras recogía en silencio el documento y su cartera, alistándose para salir. Los mediadores agradecimos el reconocimiento por el trabajo, compartimos saludos y despedimos a esos veinteañeros que habían solicitado la mediación.
Una vez cerrada la puerta ambos mediadores coincidimos en la percepción de un cierto desencanto en la mamá de Jero. Haciendo la evaluación de rigor del caso, intercambiando opiniones, coincidimos en que se había trabajado bien en la comunicación de las partes y que ciertamente el pequeño de esos padres -Jero, de cuatro años– iba obtener beneficios del acuerdo, cuyos objetivos eran tenencia, cuota alimentaria y régimen comunicacional. El papá lo vería con regularidad y estaba dispuesto a depositar en una cuenta bancaria una mensualidad adecuada para su hijo. Se habían realizado dos audiencias con un intervalo prudente de tiempo entre ellas para empezar a poner en práctica el funcionamiento de lo convenido, al cabo de las cuales las partes decidieron formalizarlo.
Sabíamos, conforme los datos aportados por las partes, que la relación sentimental de estos jóvenes se había iniciado cuando tenían dieciséis años ella y diecisiete él, y la pareja había durado unos ocho años. Habían compartido un tercio de sus vidas, se habían instalado para convivir bajo un mismo techo, habían crecido juntos generando ilusiones, proyectos y hasta un hijo, aunque nunca se casaron. Y un día, supuestamente, él decidió unilateralmente que ese vínculo amoroso entre los dos ya no existía más.
Pasó a redefinir esa relación de otra manera, a tomar distancias, mientras ella sólo atinaba a decirse que lo que intuía como definitivo tal vez fuera sólo una nube pasajera en esa relación.
Aportan los psicólogos que en las rupturas de pareja esa decisión difícilmente sea madurada al mismo tiempo por las partes, por lo que la manifestación de uno de terminar puede significar para el otro cuanto menos una desilusión, cuanto más una tragedia. Alguno podrá sentirse defraudado, otro sorprendido, otro traicionado… las reacciones tendrán correspondencia con la personalidad de cada uno, pero sin dudas serán de dolor para quien estaba dispuesto a seguir con un vínculo que no entiende (no acepta) que se rompió.
Cuando se trata de matrimonio civil el único ritual para darlo por finalizado es el proceso judicial, enseña Nilda S. Gorvein (Divorcio y mediación).
En el caso que comentamos ella no entendía para qué había pedido él esa mediación. Si está todo bien, decía. Para qué pide esto si yo le dejo ver al nene cuando quiere. Él, consciente o no, estaba formalizando con ella de esta manera una relación distinta. Y ella no quería darse por enterada; su reclamo era que la saludara bien, que se bajara del auto, tocara el timbre y entrara para buscar a su niño, que no la ignorara. Pero él estaba notificándole con esta mediación que a partir de ahora él era solamente el padre de su hijo, que de aquí en más sólo se vincularían como padres de Jero. Por eso el desencanto de ella. Por eso la percepción de los mediadores de que las pautas del acuerdo beneficiarán al niño y servirán para neutralizar la relación de los adultos y aún mejorarla un poco, pero que la historia de esta pareja todavía tendrá los capítulos necesarios hasta que ella, con el transcurso del tiempo, pueda madurar esta nueva realidad y logre aceptarla.