Faltarán datos y detalles para los interesados en Asia Central y Medio Oriente. Este ensayo aspira a acompañar el tiempo que dura un pocillo de café
Por Silverio E. Escudero
Irán, o la tierra de los arios, aun a costa del enojo de los partidarios de la pureza racial y el supremacismo blanco, merece que detengamos un momento nuestra atención, habida cuenta de que es uno de los focos de mayor tensión del mundo.
Recordar en este breve ensayo la historia de esta región del globo que tanta influencia tuvo y tiene en la vida de las naciones, desde la Antigüedad Clásica hasta nuestros días, es saldar en parte una antigua deuda de los medios de comunicación.
Es un enorme país de 1.648.195 km2 y con una población superior a 78 millones de habitantes entre persas (62%), kurdos, baluchis, azeríes, turkmenos, árabes, armenios, judíos y asirios.
Transcurre su existencia bajo un clima de constante tensión por el control, entonces, de la ruta de las caravanas que unían el occidente cristiano con el oriente de las sedas y las especies. Y hoy la guerra es por la posesión de los yacimientos de petróleo y el control las rutas de comercialización en el estrecho de Ormuz, área de injerencia del comando de la V Flota de Estados Unidos con base en Bahrein. Todo enmascarado en una guerra religiosa que no tiene fin.
Por esa razón anotamos que 89% de sus habitantes es musulmán chiita y nueve por ciento, sunita. El atlas de las religiones de la antigua Persia señala la existencia de una porción pequeña hombres y mujeres que cree en el zoroastrismo, que se funda en las enseñanzas de Zoroastro y que reconoce como divinidad a Ahura Mazda.
También se halla el mazdeísmo (mezcla de convicciones morales tomadas del libro El Avesta, escrito por Zarathustra), el sufismo (corriente mística del Islam chiíta fundada en el siglo XIII por Yalal ad-Din Muhammad Baljí y dedicada a la relación de Dios con el Cosmos –con santuarios en las sierras de Córdoba-), el bahaísmo (fe de la comunidad babí fundada en 1845 por Mirza Hussein-Alí), el cristianismo y el judaísmo.
Todo comenzó cuando en 612 a.C. se fundó el Imperio Iranio. Ciro el Grande unificó a los persas, sometió a los medos y conquistó Babilonia, Siria, Palestina y Asia Menor.
Su hijo, Cambises, anexó Egipto y formó en el Medio Oriente el mayor imperio conocido hasta entonces y que alcanzó su mayor esplendor con Darío, que lo organizó mediante satrapías, elaboró una red de caminos y levantó palacios y monumentos en las capitales Susa y Persépolis.
Pero sería también Darío el responsable del declive de su poderoso imperio, cuando emprendió las Guerras Médicas, que continuaron Jerjes, Artajerjes, Darío II, Artajerjes II y Darío III, con suerte diversa.
Será Ciro, el Joven quien conquistaría Grecia tras la Guerra del Peloponeso y la victoria de Esparta sobre Atenas.
Jenofonte, autor de Las Helénicas, abordó los últimos años y las consecuencias de la guerra. Aseguró sobre Ciro, el Joven: “Es el hombre más apto para reinar y el más digno de gobernar entre los persas que sucedieron a Ciro, el Viejo. Juzgo que nadie ha sido amado por más personas ni entre los griegos ni entre los bárbaros”.
Alejandro Magno conquistó Persia y vengó el incendio de la Acrópolis de Atenas por parte de Jerjes. Dicen que, borracho, ordenó arrasar Persépolis.
Un mundo de leyendas oscurece la comprensión de los hechos. La historia condena la devastación de los centros culturales y religiosos de Persia, que Alejandro intentó reconstruir antes de ser sorprendido por la muerte.
Persia será su trofeo más valioso, su mayor logro, Su imperio se extiende desde Asia Central hasta Libia. Quizás el más grande de la historia antigua. El ejército asomo a la India plena de misterios y leyendas, según aprendimos, allá lejos y hace tiempo, de Basilio Sarthu, cuya Historia de las Civilizaciones inauguró nuestra primera biblioteca.
Apretar la historia de Irán en nuestros límites es una tarea ardua. Faltarán datos y detalles para los interesados en la historia de Asia Central y Medio Oriente. Este ensayo aspira a acompañar el tiempo que dura un pocillo de café.
Los imperios -como las civilizaciones- tienen un principio y fin. Debilitado por las guerras con Roma, las malas administraciones, las feroces luchas entre los nobles y la corrupción se desmorona el imperio persa.
En el año 200, Ardacher I, miembro de la dinastía sasánida, se alza en armas y en poco tiempo arma un poderoso ejército de descontentos y avasallados. Los arsácidas finalmente fueron derrocados por los sasánidas persas, que anteriormente eran un vasallo menor del suroeste de Irán. Ardacher mató en abril de 224 al último rey parto Artabán IV que intentaba consolidar su propio imperio a orillas del Mar Caspio.
Ardacher fue coronado rey y fundó la dinastía de los sasánidas que en 226 a.C. forma el Imperio Sasánida, que lucha sin cuartel contra los romanos, los bizantinos y las tribus del Asia Central; sólo los árabes del califato de Damasco logran conquistar Irán, luego de derrotar en el 636 d.C. al último sha, Yazdgard III.
Los árabes son tolerantes con las antiguas religiones de Persia y su lengua, en la que a partir del siglo X escriben grandes poetas medievales como Omar Khayyam, junto a astrónomos de nota, matemáticos, literatos y enormes copistas a los que debemos el rescate de los clásicos griegos.
Bajo el gobierno sasánida, Partia fue incorporada a la provincia recientemente formada, Jorasán y por lo tanto dejó de existir como una entidad política. Parte de la nobleza parta siguió resistiéndose al dominio sasánida durante algún tiempo, pero la mayor parte cambiaron su alianza con los persas muy pronto.
Varias familias que reclamaban descender de las familias nobles partas se convirtieron en una institución sasánida llamada las “Siete dinastías”, cinco de las cuales son “con toda probabilidad” no partas, pero se inventaron genealogías “para enfatizar la antigüedad de sus familias”, explicará Ana María Madrazo de Rebollo Paz, en su Historia de la Civilización y de las Instituciones. (Cathedra, 1968)
El caos era la divinidad que reinaba aquí, allá y acullá. Roma había caído en manos de los bárbaros y desde entre sus cenizas surgía el Sacro Imperio Romano Germánico bajo la égida de Carlomagno, que es coronado emperador por el Papa León III. En la zona del Caspio la resignación no era posible. A pesar de los esfuerzos de Yazdgard es impotente para rechazar los impetuosos ataques árabes. En el año 637 perdió el sur de Mesopotamia y Ctesifonte para, finalmente, caer derrotado y asesinado en el año 651.
Los historiadores árabes tienen visiones diferentes de la conquista de la antigua Persia. Fue mucho más rápida y eficaz que la protagonizaron griegos y romanos teniendo en cuenta el desarrollo tecnológico de la guerra y el uso de la artillería.
Para los árabes la conquista de los territorios “infieles” no era sólo militar y político. Eran guerreros y misioneros que llevaban La Palabra (Al Corán) de un nuevo dios único y verdadero.
El Islam, para el arabista italiano Francesco Gabrielli, llega a los medos y persas cuando descreían de todo y de todos. La reaparición en sus vidas la idea de un dios único y verdadero golpeó en el centro de su núcleo ideológico.
Sentían, de alguna manera, que se reencontraban, después de muchos siglos, con Zoroastro. Y, aunque no lo comprendieran en un principio, el Islamismo como la Iglesia Católica, fundada por Constantino, son religiones de Estado.
La población urbana entendió con rapidez que eran tiempos de cambios y debía adaptarse con premura. Balanceo las ventajas y desventajas de la conversión. El comportamiento más conservador de las áreas rurales y de las tribus nómadas que mantuvieron sus creencias y su lengua, que significó, a la postre, una nueva revolución cultural.