Le ofreció a Dinamarca comprarle Groenlandia y, más allá de lo curioso del asunto, el hecho demuestra cómo el estadounidense ve la política internacional: en términos pura y exclusivamente de dinero
Por Gonzalo Fiore Viani
Especial para Comercio y Justicia
En un nuevo giro discursivo, tan sorprendente como bizarro para los tiempos que corren, Donald Trump declaró que quiere comprar Groenlandia. Más allá de lo curioso y anecdótico del asunto, es interesante para hacer notar como el presidente estadounidense ve la política internacional: en términos pura y exclusivamente de dinero. Como una reminiscencia de su pasado como hombre de la construcción y agente de bienes raíces, Trump está convencido de que absolutamente cualquier cosa se puede comprar si se tiene el dinero suficiente. El costado positivo de esto es que por ahora es el único presidente estadounidense desde, por lo menos, Jimmy Carter, en no iniciar ningún conflicto armado. Su slogan “América First”, cada vez más repetido a medida que se acerca la nueva campaña electoral del próximo año, también parece indicar que su actuación en materia de política exterior se mantendrá de esta manera. Ya en 2018, haciendo gala de su visión comercial, el presidente ya se había referido al gran potencial que veía en Corea del Norte para construir hoteles y complejos turísticos en sus playas. La idea de comprar Groenlandia ha sido recibida con sorpresa y rechazo por sus habitantes, quienes a partir de 2009 son considerados un pueblo autónomo por el gobierno danés.
La primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, declaró que es “una discusión absurda”, y agregó que el territorio no se encuentra en venta. La isla de Groenlandia se encuentra ubicada en la zona nororiental de América del Norte. Si bien es una región autónoma, pertenece al Reino de Dinamarca desde que se promulgó la Constitución danesa de 1953. La isla está cubierta de hielo en 77% de su superficie. Lo curioso es que durante el siglo XIX, el gobierno de Estados Unidos estuvo cerca de comprar Groenlandia, con el objetivo de rodear a Canadá para luego incorporarlo al país. EEUU terminó comprando, además de gran parte del sudoeste a México, los territorios de Florida a España, Alaska a Rusia y Louisiana a Francia. Intentó hacerlo nuevamente en 1946, ante la negativa danesa. A pesar de las ideas de algunos financistas y dirigentes políticos respecto de que se podría llegar a “institucionalizar” una especie de mercado global de compra y venta de territorios para solucionar las disputas entre países en casos como Malvinas o Gibraltar, la cuestión es absurda porque se ignora la importancia geopolítica, simbólica y estratégica de dichas zonas.
El presidente estadounidense tenía previsto un viaje oficial a Dinamarca que finalmente canceló debido a la negativa del gobierno a venderle Groenlandia. En una crisis diplomática que bordea lo insólito, Trump publicó un tuit explicando que no visitará ese país porque la respuesta de la premier danesa fue “desagradable e inapropiada, y a Estados Unidos no se le habla de esa manera”. En lo que podría calificarse prácticamente como un berrinche infantil, el mandatario se quejó ante la prensa de que “todo lo que tenía que hacer es decir que no, que no estaban interesados”, calificando de irrespetuosa a la primera ministra de Dinamarca. A su vez, dijo que este país gasta apenas 1,35% de su Producto Bruto Interno en cuestiones referidas a la defensa, por debajo del 2% al que se comprometieron los países miembros de la OTAN. Lo único que atinó a responder Frederiksen a los dichos de Trump es que sentía “sorpresa”, y mantuvo la invitación para que el estadounidense visite el país en cualquier momento. La misma expresión utilizaron los miembros de la familia real danesa.
Fuentes anónimas de la administración Trump revelaron a medios estadounidenses que el presidente había estado hablándoles a sus asesores de la adquisición de la isla durante semanas, convirtiéndose en prácticamente una obsesión puertas adentro. Trump estaba dispuesto a ofrecerle al Estado danés hacerse cargo del subsidio anual de 600 millones de dólares para Groenlandia, además de desembolsar “un gran pago de manera inmediata para incentivar la transacción”.
La época en que se vendían y compraban territorios ha terminado hace mucho tiempo. Sin embargo Trump, quien desarrolló toda su carrera profesional como un empresario exitoso de bienes raíces, no lo ve de esta manera. En este caso, querer extrapolar sus experiencias de negocios privados a la diplomacia y a como se desempeña un Estado en materia de política exterior, puede desencadenar una crisis diplomática tan increíble como bizarra. A pesar de las críticas que el presidente recibe por estos días, es poco probable que decida prestarles atención y cambiar su manera de actuar. Al fin y al cabo, desde el comienzo de su presidencia o incluso antes, ha sido un experto en la diplomacia del tuit, concertando cumbres históricas en Corea del Norte en esa red social. Su diplomacia inmobiliaria, por ahora, no ha funcionado de igual manera.