Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth **
El caso de la denuncia por violación contra el actor Juan Darthés ha vuelto a poner en escena el debate relacionado con una de las situaciones más repudiables que se pueden dar: el abuso sexual en general y especialmente contra menores.
Decimos que ha vuelto a poner en discusión el tema -bienvenido sea que se pueda lo pueda tratar- porque cada tanto aparece un hecho de esa naturaleza que conmueve a la sociedad y genera reacciones en favor de proteger a las víctimas.
Recordemos lo que sucedió en Córdoba hace unos años con el tristemente famoso violador serial, denunciado por la acción de un grupo de víctimas y allegados a ellas. El caso conmocionó a nuestra provincia y generó importantes avances tanto en el resguardo de las víctimas y como en los métodos de investigación.
Sin embargo, como suele suceder, pasado el impacto las cosas vuelven a su cauce anómico normal y el tema se desvanece hasta que lamentablemente vuelve a tomar impulso con un nuevo hecho que cobra estado público.
Pero esta vez parecería ser distinto, porque la denuncia se hizo en un momento y un contexto en los cuales se promueve con más fuerza la igualdad de derechos entre mujeres y hombres y en el que hay un fuerte impulso de la equidad de género y de las posturas feministas.
No obstante, creemos que la protección de las víctimas y la necesidad de prevenir e impedir que ocurran estas atrocidades es una cuestión objetiva que va más allá de posiciones ideológicas o de algún grupo de presión en particular. Las personas susceptibles de ser abusadas, sobre todo las menores, pueden ser tanto hombres como mujeres.
Decimos esto porque estos temas son cuestiones que nos atañen a todos y deben ser tomadas con la seriedad que su gravedad amerita.
Sería muy triste que fueran usadas en provecho político o cayeran en manos de los oportunistas de siempre que se ocupan del tema cuando les conviene a sus intereses y, cuando no, lo diluyen.
Es conocido el caso de ciertas personalidades públicas que salieron a condenar los hechos pero que exhiben una conducta de mucha benevolencia cuando se discuten las penas para los ofensores sexuales.
Otras figuras públicas y mediáticas que condenan lo ocurrido han tenido conductas pertinaces en tratar a la mujer como simples “objetos de rating”, cortando polleras en cámara o forzando a ser besadas en vivo y directo. Y otras personas, directamente, han tenido denuncias graves en su contra.
Como siempre pasa, más de uno sobreactúa la condena de los hechos y la supuesta solidaridad con las víctimas porque anda muy “flojo de papeles” en la materia.
Rechazamos asimismo la afirmación que tan livianamente se hace de que estas malas prácticas antes eran tácitamente aceptadas porque vivimos en una sociedad patriarcal y machista.
Paradójicamente, tanto en los círculos cercanos a las víctimas como a aquellos señalados como victimarios se esgrime esta idea. La entendemos errada pues no puede decirse que alguna vez los delitos contra la integridad sexual de las personas fueran aceptados en general.
Por ello, mal puede postularse que estuvieran justificados por modelo social alguno.
En tal sentido, fue la defensa pública que esgrimió el renunciante senador denunciado por una compañera militante por acoso y abuso sexual, cuando para justificar lo que hizo dijo: “Soy un varón criado en una sociedad patriarcal.
Además, soy un militante político con responsabilidades. Desde ese lugar, y a la luz del trabajo de visibilización que han hecho mis compañeras de la organización donde milito, puedo ver que en el pasado tuve prácticas machistas que en ese momento parecían naturales”.
Echarle la culpa a la cultura para disimular la falta de conciencia moral propia no nos cierra. En absoluto. Nunca maltratar, abusar o aprovecharse de la situación de vulnerabilidad de otro fue algo “natural”, haya sido de una mujer, niño, anciano o enfermo. Siempre se consideró algo indebido.
Lo que sí era aceptado, por algunos, era que esos hechos quedaran impunes. Por eso el foco de la discusión debe ponerse no tanto en enfatizar lo terrible de la conducta, que es algo claro, sino en establecer rápidamente mecanismos de prevención, o sancionatorios para el supuesto de ocurrir. Debe aprovecharse esta visualización del problema para procurar acercar soluciones superadoras al mismo. No va a durar para siempre el tema en la opinión pública. Y para resultar efectivos, los cambios deben ser pensados desde la ciencia y la técnica por los que saben y no desde el voluntarismo, por más buenas intenciones que se tengan.
Solo eso ayudará a impedir que estos hechos sucedan y permitir que las víctimas tengan el respeto y contención del caso, en lugar de tener que estar exponiéndose mediáticamente en busca de ayuda.
(*) Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas
(**) Abogado. Magíster en Derecho y Argumentación Jurídica