Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)
Tras la ratificación del triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil siguieron las polémicas. En primer lugar, el probable gabinete del hoy presidente electo generó controversias. Él, su vicepresidente y algunos de sus ministros son o fueron militares, y el famoso juez Moro, quien condenó al ex presidente Lula da Silva, fue anunciado como ministro de Justicia (Interior).
Por otra parte, declaraciones del futuro “superministro” (reunirá Hacienda, Producción y Comercio Exterior) Paulo Guedes, economista liberal formado en Chicago -con firmes vínculos internacionales-, postulando un Brasil abierto y vinculado con todos los países del mundo, generó dudas ante anteriores expresiones nacionalistas de los vencedores del comicio, incluido Bolsonaro.
En lo regional, Guedes indicó que ni Argentina ni el Mercosur son prioridad para Brasil. Señaló anacronismos en la organización del bloque, lo indicó “restrictivo” e “ideologizado” -bolivariano-. Pero luego relativizó lo dicho aunque se informó que el primer viaje oficial del nuevo presidente será a Chile.
¿Por qué La Moneda? Guedes y Bolsonaro parecen ser admiradores del modelo trasandino, tradicionalmente ordenado, que este año alcanzará una inflación de 2%, tasas promedio de 3% anual, con un crecimiento de 3,6% del PBI.
Las diplomacias de ambos países, además, han sido históricas aliadas. Quedará analizar la posibilidad de extrapolar el modelo chileno a un país como Brasil, fuertemente industrializado, cuya producción fabril llegó a alcanzar -en pleno auge desarrollista- alrededor de 22% del PBI; aunque actualmente, remontando una crisis alcanza 12,5%.
Tomamos la cuestión con pinzas. Hoy el Mercosur es el tercer mayor socio comercial de Brasil después de China y Estados Unidos. A su vez, 79% de las importaciones y 78% de las exportaciones se realizan con Argentina. Ello es el fruto de una política de Estado.
Desde el final de sus últimas dictaduras militares, Brasil y Argentina redujeron hipótesis de conflicto, avanzando en importantes aspectos de cooperación (militar, energía nuclear, reordenamiento de fronteras). En la transición democrática, postularon un esquema de integración gradual, mediante acuerdos sectoriales; partiendo de una zona de libre comercio, hasta la implantación de un mercado común, con moneda única. Sobre esa base jurídica (“Acuerdo de Alcance Parcial” en el contexto de la Asociación Latinoamericana de Integración -Tratado de Montevideo de 1980-), se asentó también, desde 1991, el Mercosur. Uruguay se sumó al observar las consecuencias negativas que traería aparejado un acuerdo bilateral Argentina-Brasil, buscando el apoyo de Paraguay y Chile. Este último no se incorporó, entre otras razones por la gran diferencia en el grado de apertura comercial, en especial con Brasil. Como bien lo definió oportunamente el ex presidente de Chile Ricardo Lagos: “Brasil puede darse el lujo de tener una economía cerrada porque es un país-continente”.
El Mercosur es una construcción. Un largo camino cimentado en el derecho. La presunta ideologización del período denominado por Guedes “bolivariano”, ante la vigencia de este entramado, optó por el laxo camino de la Unasur. En el Mercosur no hubo una “patria grande” declamada: hay actividad regular y estable, permanentes negociaciones, existen cronogramas en marcha y está vigente un Arancel Externo Común (AEC). No es sencillo tomar, sin más, la puerta de salida. El experto Félix Peña ha dicho bien que en un rompimiento del Mercosur hay implicancias jurídicas que analizar. Su voz, entre otras, planteó la necesidad de reformas que agilicen ciertos procesos en el bloque, quinta economía del mundo, con casi US$400.000 de exportaciones en 2017.
En el último tiempo, las críticas al Mercosur provienen no sólo de Brasil sino también del resto de los socios, que sostiene la necesidad de “flexibilizar” el bloque. Así como Bolsonaro, otros presidentes -como Tabaré Vázquez, José Alberto Mujica, Horacio Cartes, Dilma Rousseff, Michel Temer y Mauricio Macri- han manifestado la necesidad de adecuar su marco institucional.
Si nos remontamos a principios de siglo, también podemos observar un duro cuestionamiento a la Unión Aduanera luego de la devaluación de la moneda brasileña, en 1999.
El AEC implica coordinar una política arancelaria. Es decir, los productos extrazona deben pagar un tributo cuyo porcentaje se ha negociado previamente por los países miembros del Mercosur, lo que favorece el comercio entre ellos a expensas de las importaciones provenientes por fuera del bloque.
El comercio intrarregional alcanza 17% en el Mercosur frente a 80% de la Unión Europea (UE), a pesar de que en el último año se eliminaron diversas restricciones no arancelarias que afectaban el comercio.
Los puntos críticos para Brasil (si la apertura demandada por Guedes no es contradictoria con el nacionalismo de Bolsonaro) son, por una parte, replantear el AEC para recuperar soberanía para abrir o cerrar sin reglas de bloque, y también considerar la irrestricta vigencia de la “cláusula de la nación más favorecida”, que hoy impide a países participantes de bloques establecer esquemas de acuerdos preferenciales con Estados ajenos a esos espacios, sin extender a ellos estas condiciones de privilegio. Esa es una de las razones por las cuales Chile nunca profundizó su vínculo con el Mercosur (prefiriendo mantener el acuerdo “4+1”). También ha sido preocupación de Uruguay, que ha tenido una política muy abierta en los últimos años. Fuera del Mercosur, es la línea de Donald Trump: presionar para generar nuevos acuerdos en Europa (tomando países en particular, por ejemplo Reino Unido si se culmina su salida de la UE), también con México y Canadá, considerándolos por separado aun en el plano del North American Free Trade Agreement (Nafta) y, por supuesto, el tratamiento de vínculos diferenciales en los distintos países líderes de la Asia Occidental y Oriental, entre ellos la temible China, con la que Washington ha tensado al máximo y que en estas semanas estaría recomponiendo.
Las preguntas y dificultades del Mercosur siguen siendo las de siempre. Más allá de las dificultades del conjunto para concretar acuerdos comerciales, siguen existiendo problemas comerciales entre los Estados parte, inconvenientes para establecer posiciones comunes en foros multilaterales –la falta de un representante del Mercosur como tal agrava las dificultades-, así como la inexistencia de una estrategia para una mejor inserción de los países pequeños como Paraguay y Uruguay.
La integración desde lo estrictamente comercial hoy no parece necesitar entramados institucionales que la respalden. A la fecha, la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha registrado 379 acuerdos comerciales entre países, de los cuales sólo 18 constituyen una Unión Aduanera como el Mercosur. Nuevas formas, como la Alianza del Pacífico, parecen desgastar los modelos clásicos de integración, en busca de vínculos comerciales estratégicos.
La integración ha mutado para relacionar países muy distantes tanto en términos geográficos, políticos y culturales. Tal es el caso del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica firmado por países tan diversos como Brunéi, Chile, Singapur, Canadá y Japón, entre otros, lo que implica nuevos desafíos. La “cláusula de la nación más favorecida” oficia como testimonio del mundo sólido, en particular de los criterios que ordenaron el mundo luego de la posguerra, que en el marco de un multilateralismo bipolar prestaba una utilidad que no posee actualmente. Por ello, también desde el sur, donde la cultura política brasileña siempre ha buscado inspiración en los paradigmas dirigenciales norteamericanos, se postula este viraje. Más que a los acuerdos puntuales de carácter bilateral, a la posibilidad de negociar sin sujetarse a los marcos regionales más amplios.
En Córdoba
Los empresarios cordobeses están alertas, como también lo están los funcionarios provinciales y nacionales. Cualquier indicio de rumbo distinto para el Mercosur afecta a la Argentina y a Córdoba en particular, aunque el impacto nacional en las exportaciones a Brasil se redujo de 25% del total en los inicios de este siglo a 16% en 2007. En Córdoba -que exporta 13% del total nacional, que si se mide por rubros alcanza 46% de las manufacturas de origen industrial, siendo importante también en productos primarios o de origen agropecuario.
Con el paso de los años, las relaciones comerciales e industriales de la Provincia han ido mutando, tanto frente a Brasil como a terceros destinos. En ese sentido, la más diversificada Santa Fe es para Córdoba un modelo a seguir en muchos aspectos.
Aunque en términos de Región Centro debemos señalar que el impacto y la lógica preocupación en la vecina provincia también se nota. Brasil es el principal destino de las exportaciones santafesinas, con una participación sobre el total de las ventas externas de 9,2%.
Pero habrá que esperar, pues terminó el tiempo de campaña en Brasil y hay un esfuerzo del núcleo presidencial electo por brindar previsibilidad. Más allá de la política, por supuesto, también los datos duros de la economía -el cambiario entre otros- determinarán el rumbo cierto de este supuesto “braxit” que, por ahora, no es mucho más que retórico.
(*) Profesores, UNC