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El más imaginativo de los letrados

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Abandonó la carrera de las leyes por seguir su prodigiosa creatividad

Por Luis R. Carranza Torres

Jules Gabriel Verne Allote nació en la ciudad francesa de Nantes el viernes 8 de febrero de 1828. Fue el primer hijo del abogado católico y conservador Pierre Verne y de Sophie Allotte de la Fuÿe.
Hijo y nieto de letrados (su abuelo fue consejero notario de Luis XV y presidente del Colegio de Abogados de Nantes), luego de egresar del Liceo Real de Nantes con un alto promedio, comenzó en 1847 sus estudios de derecho en París. De tal época datan sus primeros escritos. En esa época, su tío Francisque de Chatêaubourg lo introdujo en los círculos literarios, en los que trató a la elite de la intelectualidad del momento: Víctor Hugo, Eugenio Sué o los Dumas.
Se graduó como abogado en un París conmocionado por la revolución de 1848. Ya por entonces decidió dedicarse a las letras en lugar de los tribunales, algo que nada le gustó a su padre, quien le retiró todo apoyo financiero.

Jules pasó a vivir en una humilde buhardilla parisina, alimentándose muchas veces tan sólo de pan y leche. Tenía la rutina de escribir a las 5 de la mañana y, además de las letras, pasaba largas horas en las bibliotecas públicas de París estudiando una multiplicidad de ciencias que lo deslumbraron: química, botánica, geología, mineralogía, geografía, oceanografía, astronomía, matemáticas, física, mecánica y balística. Es que la sucesión de logros técnicos y científicos de la época lo marcaron a fuego en su sentido del mundo y de los fines de la existencia humana.
Sobrevivía como podía, de escribir por dinero piezas de teatro, operetas y colaboraciones para revistas, mientras terminaba sus novelas. Entre ellas, a mediados de 1862, presentó a la editorial parisina de Pierre Jules Hetzel una sobre un viaje desde el aire por África titulada Cinco semanas en globo. Antes, había sido rechazado por más de una decena de editores, pero en esa oportunidad Hetzel se interesó en su obra y la publicó en enero del año siguiente. Fue un suceso editorial fulminante, que le trajo a Jules un contrato de dos décadas de duración por la suma anual de 20.000 francos para escribir dos novelas por año.

Fue el comienzo de una colaboración fructífera entre ambos, que se desarrollaría a lo largo de las cuatro décadas siguientes. Hetzel no se limitaba a editar los libros sino que realizó muchas sugerencias y correcciones a los manuscritos.
Fruto de tal colaboración surgieron 62 novelas de Viajes extraordinarios, publicados en la propia revista del editor: el “Magasin d’Éducation et de Récréation”. Obras como Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Los hijos del capitán Grant (1867), Veinte mil leguas de viaje submarino (1870), La isla misteriosa (1874), Miguel Strogoff (1876) o La esfinge de los hielos (1897) se dieron a conocer desde allí al público por primera vez.
Las repercusiones de su pluma desbordaron a la literatura, sirviendo de inspiración, en su tiempo y hasta el presente, a ese inquieto espíritu del ser humano por ir hacia lo desconocido.
El almirante Richard Byrd afirmó que fue su inspiración para llevar adelante sus expediciones al Polo Sur por aire. El químico ruso Dimitri Mendeleiev calificaba a Verne como “genio científico” y leía constantemente sus obras. Yuri Gagarin, el primer astronauta en viajar al espacio exterior, reconoció que Verne fue quien lo hizo decidirse por la astronáutica. En honor a la ficticia embarcación del capitán Nemo, el submarino Nautilus, en el siglo XX tanto la marina estadounidense como la británica nombraron de esa forma al primer sumergible a propulsión nuclear de cada una.

Respecto de los avances técnicos que adelantó en el papel a su materialización en la vida real, dijo una vez durante una entrevista al diario estadounidense The Pittsburgh Gazette: “…no me enorgullece particularmente haber escrito sobre el automóvil, el submarino, el dirigible antes de que entraran en el dominio de las realidades científicas. Cuando he hablado de ellos en mis libros como de cosas reales ya estaban inventados a medias. Yo me limité simplemente a realizar una ficción de lo que debía convertirse después en un hecho (…). Cada hecho geográfico y científico contenido en cualquiera de mis libros ha sido examinado con mucho cuidado y es escrupulosamente exacto”.

Verne no tuvo, en lo personal, una vida fácil: un matrimonio infeliz, diversas enfermedades crónicas (como diabetes) y una mala relación con su hijo. Es por ello el paulatino viraje en sus obras, desde su visión primigenia de la ciencia como impulsora del progreso de la humanidad a otra, cada vez más acentuada, en la que los seres humanos son esclavizados y consumidos por esa misma ciencia. El eterno Adán o El volcán de oro son libros propios de esa etapa, ya iniciado el siglo XX.
Bien puede decirse, contemplando su obra y la enorme y atemporal repercusión de ésta, que, sin ejercer en tribunales, el abogado Julio Verne a lo largo de su vida de escritor sostuvo con éxito la defensa del más esquivo y esencial de los derechos humanos: el derecho a volver realidad los sueños.

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