Por José Emilio Ortega – Santiago Espósito *
En el artículo “Las grietas brasileñas”(Carta Política, 17/5/16), Francisco Delich, al comentar el trámite del impeachment a la presidente Dilma Rousseff, luego de explicar las causas de quiebre en la alianza conformada por el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) -al que pertenecía el vicepresidente y actual mandatario Michel Temer y algunos ministros de Dilma-, que signaba la suerte de Rousseff en el Congreso, resumió la crisis: “La crueldad de la política práctica está decidiendo encontrar un chivo expiatorio para salvar una élite política y partidaria que perdió -a lo largo del recorrido democrático de la posdictadura- representatividad y legitimidad, ofreciendo una oportunidad, un atajo estrictamente escrito, al Brasil potencia emergente y sus audaces minorías consistentes que no reparan en costos institucionales a la hora del compromiso de sus grandes objetivos”.
El desgaste de tres mandatos cumplidos para el PT -Rousseff logró su reelección en ajustado balotaje-, la crisis interna en el oficialismo -con destacados dirigentes partidarios procesados e incluso presos-, una demoledora campaña mediática, así como los arreglos institucionales y las negociaciones que la cultura política brasileña maneja con mayor fluidez que otros países latinoamericanos, fueron suficientes para profundizar las “grietas” (en plural, como lo plantea el doctor Delich) que permitieron a la minoría liberal echar a Dilma por tecnicismos en el registro contable de la ejecución presupuestaria.
El inicio del período que denominamos “Temerato” confirmó un consenso interpartidario en las fuerzas más tradicionales del Brasil, respaldado por la misma clase media que -paradójicamente- permitió a Lula llegar finalmente a la Presidencia en 2002 y mantener al PT en el gobierno hasta 2016. Una carta blanca de la ciudadanía de a pie a las viejas estructuras, para poner en marcha un gobierno moderado. Avanzando en paralelo con una revisión judicial que profundice las investigaciones sobre hechos de corrupción y determine responsables.
¿Cuál sería la suerte del PT tras el impeachment? El desprestigio social, en un partido popular, consumiría pronto los vínculos entre organizaciones de diversa índole y alcance, sólo articuladas por liderazgos fuertes y relaciones intensas con el Estado (sugerimos el libro sobre Lula, el PT y la gobernabilidad en Brasil de Gómez Bruera, FCE, 2015). La baja estima de Lula y Dilma, en una hoguera diestramente atizada por una prensa implacable, sumada al nulo relieve de otras figuras partidarias, lo reduciría a una expresión -si no mínima-, probablemente atomizada y controlable.
Luego de pocos resultados en los campos involucrados en la agenda comprometida -que dejaron de soslayo a la recuperación económica de 2017-, con la renovación electoral a la vuelta de la esquina, y sin un apoyo sostenido por el mundo a este golpe de timón decidido, si no en soledad, al menos sin acuerdos importantes fuera del Brasil, el gobierno liberal comenzó a sufrir el impacto del fracaso. Los sectores sociales más beneficiados con las trascendentes reformas alcanzadas por el PT resignificaron el liderazgo de Lula. Con una intención de voto superior a 30 % en cualquier encuesta, más del doble que los candidatos más visibles, es amplio favorito en los comicios del 7 de octubre.
La prisión de Lula, determinada tras derivaciones de una causa muy conocida en Argentina (Lava Jato), en la que la principal prueba contra el ex presidente es el testimonio de un arrepentido, sin que el juez Moro haya logrado probar por otras vías el cohecho y el ocultamiento de activos que se le imputa al encartado (recomendamos “Comentarios a una sentencia anunciada”, AA.VV., Clacso, 2018), resume la máxima aspiración del liberalismo brasileño. Es cierto -como sugirió Mario Vargas Llosa desde las páginas de El País- que Lula no está preso por sus reformas sociales o por promover el BRIC sino por posibles hechos de corrupción. Pero es imposible sustraer esa detención que no encuentra precedentes, en fallos de inteligencia muy controvertida, de la real posibilidad que el nordestino mantiene de ganar la elección presidencial una vez más. El periódico New York Times da cuenta de una encuesta en la que 42% del electorado brasileño considera que se está persiguiendo a Lula.
El pasado 8 de este mes, los abogados del PT intentaron una carambola judicial, conjurada por el aparato que respalda la decisión institucional de mantener confinado a Lula. En tanto, candidatos más o menos ignotos,pugnan por hacerse visibles, para trascender aun desde el desagrado, como el impresentable Jair Bolsonaro, a quien cuesta imaginarse portando la banda presidencial de la sexta potencia del mundo. La dirigencia tradicional no logró adhesión, a partir de errores no forzados y una escasa capacidad de transmisión de algún tipo de motivación por seguir sus propuestas. No se descarta algún esfuerzo del establishment, incluso, por respaldar más o menos discretamente al que mejor mida entre los de perfil más progresista.
Es posible que este estrangulamiento haya permitido al PT una fuga hacia adelante, eludiendo por ahora un análisis profundo de las agudas contradicciones que experimentó en su paso por el gobierno (tanto a nivel del partido como en las diversas alianzas estratégicas y tácticas asumidas), señaladas en el primer número de 2018 de la revista mexicana “Latinoamérica” por el profesor Gabriel Merino. Las características del PT (multicelular, ascendiente, heterogéneo) lo hacen adaptable ante este tipo de circunstancias. Frente a la cuasi proscripción de su líder, resuelve estrechar filas en torno a éste. ¿Podría ser candidato Lula? Le cabría una veda por la aplicación de la ley de “ficha limpia”, pero nada obsta que el PT impulse su candidatura hasta donde sea posible, poniendo al sistema electoral en jaque. ¿Podría participar en la campaña? De hecho, ya lo está haciendo, con apariciones mediáticas directas (como el artículo en Le Monde) o las más comunes por vía indirecta (las acciones políticas y judiciales que lo tienen como destinatario final, las visitas de líderes como el ex presidente uruguayo Mujica). Un medio global como BBC se ha preguntado, fundadamente, si realmente puede prohibírsele ser candidato aún desde la cárcel. Asimismo, la gran prensa nacional (O Globo, Folha, etcétera) advierte por el impacto de mensajes enviados por Lula y replicados en actos.
Quedan pocas semanas hasta el deadline de agosto (presentación de candidatos) y los últimos plazos en los que la justicia electoral debe expedirse (mediados de setiembre). Presa de los males comunes (incapacidad de pensarse en una planificación a largo plazo, autonomía contaminada por la incidencia del poder político, escasa tradición democrática en sus relaciones jerárquicas internas), la Justicia brasileña aún no ha demostrado grandeza para estar a la altura de las circunstancias.
Mientras tanto, Lula está empeñado en mantenerse en carrera, más que en convertirse en mito como alguna vez lo hizo Getulio Vargas: con más de 70 años, sin su compañera, habiendo superado un cáncer. En la prisión habrá reflexionado sobre sus aciertos y desaciertos, la maldición de los entornos y la obsecuencia, la necesidad de pensarse no sólo como concepto (tal como ha expresado, muy motivacionalmente) sino como puente.
* Docentes Cátedra “B” Derecho Público Provincial y Municipal -UNC