Contrario a lo que se cree, los infantes contemporáneos tienen más predisposición a esperar las recompensas -cuando existe un objetivo más importante- en comparación con otras generaciones anteriores.
Por Luz Saint-Phat – [email protected]
En tiempos de predominancia de la tecnología y en los que el mercado impulsa a que los individuos puedan satisfacer de manera inmediata sus necesidades, muchos consideran que los niños actualmente poseen poca tolerancia a la espera y necesitan que las gratificaciones lleguen lo antes posible. No obstante, un trabajo comparativo desarrollado en Estados Unidos por especialistas de las universidades de Minnesota, Washington y Columbia demuestra exactamente los contrario.
Según los resultados de una investigación que fue publicada en el sitio de la American Psychological Association (APA), los alumnos preescolares del nuevo milenio tienen mayor tolerancia a la espera de las recompensas que quienes tenían esa misma edad en las décadas de 1960 y 1980, siempre y cuando posean un objetivo de mayor importancia.
La investigación en cuestión es un reconocido estudio que tiene tradición en Estados Unidos y se denomina “la prueba del malvavisco”. La indagación original fue dirigida por Walter Mischel a finales de la década de 1960 y principios de 1970 en la Universidad de Standford.
Se trata de un test que estudia la denominada “gratificación retrasada” (también denominada gratificación “retardada” o “aplazada”) en los niños. Implica una serie de experimentos en los que se les ofrece a infantes de entre tres y cinco años que se encuentran en una habitación una golosina que pueden comer inmediatamente (un malvavisco, galleta o pretzel) o que pueden ingerir después de un tiempo, teniendo en cuenta que -si esperan- también obtendrán otra golosina más. Luego de presentarles las alternativas, los investigadores se retiran de la sala y observan detrás de un espejo el comportamiento de los pequeños.
Este mismo estudio fue replicado en 1980 y, luego, en la década de 2000. Lo sorprendente es que la comparativa de los resultados -liderada por la psicóloga Stephanie Carlson de la Universidad de Minnesota- indica que los niños de la última muestra tienden a retrasar más tiempo la gratificación, si se les ofrece otra perspectiva más interesante a futuro.
“Desafiando las expectativas, los niños que participaron en sus estudios en la década de 2000 esperaron un promedio de dos minutos más (durante un período de 10 minutos) que los de la década de 1960, y un minuto más que los evaluados en la década de 1980”, dice el artículo de APA recientemente publicado.
“Curiosamente, los adultos pensaron que los niños de hoy serían más impulsivos y menos capaces de esperar. Carlson y sus colegas realizaron una encuesta en línea a 358 adultos estadounidenses a los que se les preguntó cuánto tiempo pensaban que los niños de hoy en día esperarían la recompensa más grande, en comparación con los niños en la década de 1960. Aproximadamente 72 por ciento señaló que los niños de hoy esperarían menos tiempo, mientras 75 por ciento creía que tendrían menos autocontrol”, indicó la publicación consultada.
“Esa capacidad de esperar no se debió a ningún cambio en la metodología, entorno o geografía, ni a la edad, el sexo o el estado socioeconómico de los niños”, advirtió Carlson en el artículo de APA. “También tomamos medidas para asegurarnos de que ninguno de los niños del grupo de 2000 recibiera medicamentos para tratar el trastorno por déficit de atención con hiperactividad en el momento de realización del estudio”, aseguró.
Factores
Respecto de estos resultados, las investigaciones mostraron distintos factores que pueden contribuir a una mayor tendencia al retraso de la gratificación por parte de los niños de este milenio. Los cambios sociales y educativos, además incluso del uso de las nuevas tecnologías, tienden a mejorar el desempeño de los infantes respecto del logro de metas previamente fijadas.
Así, los investigadores que realizaron la comparativa entre los niños que participaron del estudio en los distintos momentos históricos “observaron un aumento estadísticamente significativo en los puntajes de coeficiente de inteligencia en las últimas décadas, que se ha relacionado con tecnologías que cambian rápidamente, una mayor globalización y las correspondientes transformaciones en la economía. En un nivel más psicológico, los incrementos en el pensamiento abstracto, que están asociados con la tecnología digital, pueden contribuir a las habilidades de la función ejecutiva, como el retraso en la gratificación”, indicó APA.
Otra explicación puede ser el mayor enfoque de la sociedad en la importancia de la educación temprana, indicó Carlson. “En 1968, sólo 15,7 por ciento de todos los niños de tres y cuatro años en Estados Unidos asistieron al nivel preescolar. Ese número aumentó a más de 50 por ciento para el año 2000”, dice la publicación. Además, el objetivo principal de la educación preescolar también cambió. Mientras, antes, este nivel educativo se enfocaba principalmente en el cuidado y la custodia de los niños, a partir de la década de 1980 la iniciación escolar tiene otras currículas que enfatizan en el desarrollo del autocontrol de los niños, como base del “éxito educativo”, dice APA. En tanto, la crianza de los hijos también se ha modificado y, en general, ayuda a promover el desarrollo de la función ejecutiva, como por ejemplo cuando los padres apoyan la autonomía de los niños, indicaron los especialistas.
“Creemos que la mejora en el pensamiento abstracto, junto con la creciente inscripción al nivel preescolar, los cambios en la crianza y, paradójicamente, las tecnologías de pantalla, pueden estar contribuyendo a habilidades cognitivas asociadas con las mejoras generacionales en la capacidad de retrasar la gratificación”, dijo Carlson.
COMPORTAMIENTO
La importancia de “saber esperar”Según los hallazgos de investigadores de distintas universidades de Estados Unidos, la capacidad de retrasar la gratificación en la primera infancia está asociada con una serie de resultados positivos en la adolescencia y en la adultez. Entre éstos, se incluye una mayor competencia académica con puntajes más altos, un peso más saludable, un manejo efectivo del estrés y la frustración, una mayor responsabilidad social y el establecimiento de vínculos positivos.