miércoles 27, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Una víctima más

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La acusada de homicidio en ese juicio podía ser la más inocente de  todos los involucrados

Por Luis R. Carranza Torres

En 1958, a sus jóvenes 14 años, Cheryl Crane fue juzgada por matar al amante de su madre, no sólo en un juicio público y, por primera vez, televisado.
La víctima era un gángster de la mafia de Los Ángeles, Johnny Stompanato. Por primera (y única) vez estaba de ese lado del mostrador. En toda su vida de pistolero y especialista en aprietes, había jugado siempre el papel contrario, de victimario. Ser apuñalado un Viernes Santo por una adolescente que en la comunidad de Hollywood resultaba el epítome de la inocencia y la bondad, resultaba algo paradójico. La justicia que no proviene de los tribunales, a veces, hace gala de un particular sarcasmo.
La madre de Cheryl no era otra que una de las “diosas” de la pantalla grande en la época: Lana Turner. Pero a la par de su brillo en público, su vida privada contaba con no pocas sombras. Era vox populi en la comunidad cinematográfica que “Lanita” era afecta a tomar más de la cuenta y a los hombres problemáticos. De sus siete maridos y múltiples aventuras, había sido arrojada escaleras abajo por uno de sus conyugues, abofeteada en público por otro y empapada en champagne por un tercero. No pocas veces, las grandes gafas de sol que exhibía en público eran para esconder un ojo morado. Nunca denunció nada y cuando alguna vez le tocaron el tema, afirmó que “los hombres recios son terriblemente excitantes y cualquier muchacha que opine lo contrario es una solterona anémica, una prostituta o una santa”. Sin palabras.
Uno de los aspectos más tristes y delicados de esa situación suya es que su única hija, Cheryl, había padecido también abusos de las parejas de Lana. No se sabría hasta mucho después del juicio que el cuarto marido de su madre, Lex Barker -el hombre anterior en el cambiante corazón del difunto Johnny-, había abusado sexualmente de ella.

El testimonio de Cheryl fue uno de los momentos más fuertes, dentro de la sala y en la televisación del juicio. Declaró que en una de las muchas peleas de la pareja que tenía que presenciar, escuchó “voy a rajarte y después haré otro tanto con tu madre y tu hija… esto es lo que voy a hacer ahora mismo”. Por eso, corrió despavorida a la cocina, se hizo de un cuchillo de 22,86 centímetros, regresó para ayudar a Lana y terminó por apuñalar a Johnny.
Pero el testimonio que decidió la suerte de la acusada fue el de su propia madre. Tanto el defensor de las estrellas “Jerry” Giesler o el fiscal adjunto William E. McGingley esperaban que los dichos inclinaran la balanza a su favor. Bajo juramento, en el estrado de los testigos y ante las cámaras de la televisión, Lana expresó: “Todo sucedió tan rápidamente que ni siquiera vi que mi hija tenía un cuchillo en sus manos. Pensé que le había golpeado en el estómago con sus puños. El Sr. Stompanato se separó y cayó de espaldas. Se llevó las manos a la garganta ¡Se ahogaba! Corrí hasta él y le levanté el jersey. Vi la sangre. De la garganta escapaba un sonido terrible…”.
Lana comenzó a llorar y casi se desmaya. Cuando se repuso, continuó su declaración con “Jerry” Giesler sosteniéndola: “Traté de insuflar aire entre sus labios entreabiertos, mi boca contra la suya…”. Un alguacil le trajo un vaso de agua. “Estaba muriéndose”, volvió a repetir sin dejar de llorar.
La prensa, a la par de compadecerse por la acusada, destacó -no sin doble sentido- que la declaración de la Turner “había sido el mejor papel dramático de su carrera”. La chimentera más famosa de la época en la zona, Hedda Hopper, escribió “Mi corazón sangra por Cheryl”. Lo decía no tanto por su situación judicial sino por la madre que debía padecer. El jurado sólo necesitó 20 minutos para deliberar y llegar a la conclusión de que el homicidio estaba “justificado”.

Lana salió bien parada del juicio. A pesar de haberse hecho públicas sus cartas de amor a Stompanato y de haber sido demandada por la familia de éste por haber dejado que su hija lo apuñalara, cuando al año siguiente apareció en los cines con la película Imitación a la vida, junto a John Gavin, en las salas podía oírse al apagarse las luces: “¡Estamos contigo, Lana!”.
Para Cheryl la vida no fue tan amable. Su madre siempre le reprochó que hubiera matado a su amante. Para peor, en el juicio había quedado en evidencia que Lana no era, ni de lejos, una madre apropiada en ningun sentido. Pasó entonces por una serie de instituciones de menores del Estado, hasta quedar en 1961 bajo la tutela de su abuela.
Muchos años después, en su autobiografía, editada en 1988 bajo el título Detour: a Hollywood Tragedy – My Life With Lana Turner, My Mother, Crane reconoció haber buscado matar a Stompanato por la vida de abusos que les hacía pasar a ella y a su madre.
Nadie lo dijo mejor que el diario The Times en su editorial del día después de culminar el juicio. En el texto, daba su apoyo a Cheryl, entendiéndola como una víctima más de una situación terrible y oscura. En tal sentido, criticó a su madre como una persona hedonista y ególatra que se había ocupado muy poco de ella, no haberle dado nunca el cuidado y afectos debidos y haber tenido en su vida personal “la falta de casi cualquier referencia a la sensibilidad moral en presencia de un niño”. Terminaba el escrito con una frase lapidaria: “Cheryl no es una delincuente juvenil, pero sí Lana lo es”.

 

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