Por Andrea Queruz Chemes *
El acoso sexual, tal como se denomina, se refiere a toda conducta no deseada de naturaleza sexual que tiene como objetivo obtener un beneficio de igual naturaleza por parte de quien la ejerce. Su manifestación atraviesa distintos espacios sociales y, aunque tiene una significancia mayor en el presente, ello es debido a la visibilización del fenómeno y no por tratarse de un comportamiento novedoso.
A diferencia de otras expresiones de violencia, el acoso sexual está más cerca de las relaciones cotidianas, y suele pasar desapercibido entre las conductas habituales de galanteo y coqueteo entre los géneros. De esta manera puede tornarse borroso el límite entre lo aceptable -dentro de la normalidad- y lo legalmente transgredido.
El acoso sexual tiene incidencia en cualquier persona independientemente de la orientación sexual que tenga y, si bien es un comportamiento que tiene mayor frecuencia en las mujeres como destinatarias y a los varones como acosadores, no lo es con exclusividad.
Esta conducta reiterada, insistente, continua -no aislada- busca provocar satisfacción de quien la practica y es expresamente no deseada ni incitada por quien la recibe. La consecuencia es una relación que produce sentimientos hostiles, intimidatorios, humillantes en la víctima, como también frustración, enojo, impotencia -entre otros- en el acosador.
Las variables a considerar
La forma en la que las personas ejercen su sexualidad está determinada por el género al que pertenecen, que va mas allá del sexo biológico con el que venimos al mundo y las características físico-sexuales.
Es decir, a diferencia del sexo -que se asocia a una condición natural- el género es construido social y culturalmente. El género, por tanto, influye en el modo en que las personas actúan, interactúan y en cómo se sienten sobre sí mismas (American Psychological Association, 2011).
¿Qué se espera acerca del ser hombre (masculinidad) o del ser mujer (femineidad)?¿Cuál es la implicancia del género en el acoso sexual?
La sexualidad es un espacio que surge de la conjunción entre lo biológico y lo cultural. Es una construcción social que como tal, puede cambiar a través del tiempo y de la cultura.
Así, cabe considerar que hombres y mujeres significan de manera diferente al acoso, debido al género, al vínculo con el acosador y al conocimiento sobre esta temática, entre otras variables. Consecuentemente, su impacto y actitud de afrontamiento también difiere.
Las percepciones, las creencias, las interpretaciones y las características de personalidad interfieren en la valoración del acoso sexual.
Así, por ejemplo, un hombre puede percibir una conducta de acoso por parte de una mujer, no como tal sino como “coqueteo” y hasta sentirse alagado y acentuada su masculinidad por haber sido elegido -claro, siempre y cuando, la orientación sexual de este hombre, además, sea heterosexual, de lo contrario puede ser percibido como ofensivo-.
A su vez, la falta de conocimiento en la temática y algunas características de personalidad particulares también pueden interferir e interpretar una conducta de acercamiento en una relación interpersonal aceptable, como abusiva, transformando una relación humana en un conflicto personal.
En el plano laboral
Si bien responde a las características propias de este tipo de conducta, está enmarcada dentro de las relaciones laborales y tiene el componente del uso abusivo de poder de quien lo ejerce.
Aunque puede estar superpuesto con la relación jerárquica -en sentido descendente o ascendente- dentro de la organización productiva, también transcurre en las relaciones horizontales.
Conlleva la amenaza expresa o tácita de causarle un perjuicio relacionado con las legítimas expectativas que la víctima pueda tener en el ámbito de dicha relación, provocando la degradación del trabajador y la generación del ambiente de trabajo hostil; en tal sentido constituye otra expresión de violencia laboral, que, a su vez, repercute negativamente en la productividad.
* Psicóloga, especalista en Psicología Jurídica y Empresarial