Su desarrollo, a lo largo de varios siglos, es uno de los frutos más sui generis de la idiosincrasia jurídica de los romanos
Por Luis R. Carranza Torres
La antigua Roma ha sido pródiga con el derecho, tanto para sí como el que trasciende hasta nuestros días. Como ninguna otra civilización, lo jurídico ha tenido un desarrollo sin parangón en la historia de la humanidad.
Y eso no porque fueran especialmente afectos al derecho. Se trataba de mentes prácticas, de soluciones aplicables, que en no pocas ocasiones persisten en su vigencia hasta nuestros días.
Ese pragmatismo romano no sólo se evidencia en las normas en sí sino también en las organizaciones y cargos jurídicos que crearon a lo largo de los once siglos de su existencia.
Quizás el cargo relacionado con el derecho de más curiosa evolución resulte, por su importancia, el del “prefecto del pretorio”, que a lo largo de cuatro siglos mutó de ser de naturaleza castrense a constituirse en la más alta magistratura jurídica del imperio.
Fue un cargo típico de la época imperial, creado por Augusto y terminado de moldear por Constantino I.
Originalmente suponía, en términos estrictamente militares, ser el comandante de la Guardia Pretoriana, unidad creada por Augusto a usanza de las fuerzas militares que constituían en campaña la escolta de los generales romanos.
El prefecto era uno de los hombres de plena confianza del emperador, ajeno a cualquier otro tipo de subordinación militar que al mismo César. En todo su tránsito y cambios, dichos rasgos se mantendrían incólumes.
Debía instalarse en Roma cuando el emperador se hallaba en la ciudad y seguirlo cuando se desplazaba a otra parte, en tal caso acompañado de seis cohortes, cada una de unos 600 hombres, como sus fuerzas de protección. Se trataba de una unidad que hoy diríamos “de elite” que, por su cercanía al césar y la creciente inestabilidad política en Roma, acrecentó en el tiempo su poder, pasando de resguardar al emperador a, directamente, instituirlo en no pocas ocasiones.
El praefectus praetorio era, además, uno de los cuatro con jurisdicción sobre la ciudad de Roma, junto al praefectus urbi, una suerte de intendente municipal, el prafectus annonae, encargado de supervisar el abastecimiento de la ciudad, de alimentos en particular, y el praefectus vigilum, una suerte de jefe de policía y de bomberos.
Durante el imperio, la Guardia pretoriana llegó a estar comandada por hasta tres prefectos. El cargo se discernía de entre los miembros del orden ecuestre y desde Alejandro Severo confería el carácter de senador si no lo era. Su mando militar se extendió luego a todas las tropas que hubiera estacionadas en Italia, a excepción de las cohortes urbanae -lo que hoy sería la policía de Roma-.
A tales funciones de naturaleza castrense, adquirió jurisdicción sobre causas criminales, que ejerció, no como delegado, sino como representante del emperador. Este carácter luego se transmitiría a los reyes romano-germánicos a la caída del imperio y de allí a los reyes medievales: el ser, además de jefes supremos del reino, su máximo magistrado.
Tales funciones judiciales fueron in crescendo en el tiempo. En el año 331, Constantino decretó que las sentencias del prefecto del pretorio no podrían ser apeladas. Era lógico, si hablaba en nombre del propio emperador. Con Septimio Severo su jurisdicción se amplió para comprender también los casos civiles. El conocimiento de la ley se convirtió en una cualificación para el cargo, desplazando incluso los requisitos militares y, bajo los gobiernos de Marco Aurelio, Cómodo y Severo, tal posición fue ocupada por los principales juristas de la época. Jurisconsultos y hombres de referencia en el derecho tales como Papiniano, Ulpiano y Paulo, entre otros, ocuparon el puesto, que se convirtió en el que sabios del derecho tuvo, incluso sobre el puesto de pretor.
Dicho traspaso de la órbita militar a la civil y jurídica culminó con Constantino I, quien quitó las funciones militares, y lo mantuvo como el funcionario de más alto nivel civil del imperio.
Luego de la caída de éste, el rey ostrogodo Teodorico el Grande lo mantuvo, al igual que gran parte de la organización administrativa romana.
Como puede verse, al observar ese largo periplo de mutaciones en un amplio periodo histórico, no se trató de cambiar por cambiar sino de adaptarse a las cambiantes circunstancias que los tiempos, cada vez más críticos para el imperio, demandaban. Por eso, más allá de maravillarnos con la capacidad de transformar instituciones propia de los romanos, el caso del Prefecto del Pretorio bien representa una muestra cabal de ese pragmatismo y capacidad de adecuación que ha hecho que mucho del derecho de los romanos aún siga vigente en nuestras actuales leyes.