Mucho es lo que se dice del presidente de Rusia pero mucho más es lo que no resulta de
conocimiento público
Por Luis R. Carranza Torres
Los rusos gustan, como pocas cosas, del misterio. Y su actual líder, Vladimir Vladímirovich Putin, ha lidiado con ellos durante gran parte de su vida. Al punto de convertirse a sí mismo en uno.
Discutido en no pocos de sus actos, es inocultable que bajo su liderazgo la tambaleante y convulsa Federación Rusa posterior a la implosión de la Unión Soviética, ha recobrado bastante de la influencia global de su predecesora.
Al reemplazar al declinante Boris Yeltsin en 1999 y entregarle éste el llamado “maletín atómico”, el presidente saliente le dijo “cuide de Rusia”. Es un buen resumen de lo que ha hecho desde entonces, por las buenas o por las malas -depende de quien lo mire-.
Vladimir Putin dista mucho de ser un gobernante común. A medio camino entre el autócrata ruso tradicional y un gobernante de corte occidental, es una personalidad difícil de encasillar.
Para empezar, es abogado por la entonces Universidad Estatal de Leningrado, hoy San Petersburgo, de donde egresó con honores. Se graduó en tiempo y forma, en cinco años, culminando sus estudios con la tesis de grado “Política de Estados Unidos en África”.
En esa misma casa de estudios se doctoró en 1997 con una tesis en que mezclaba derecho y economía: “La planificación estratégica de los recursos regionales bajo la formación de relaciones de mercado”.
También allí fue donde inició su carrera política, en la Secretaría de Asuntos Internacionales, de la mano de su antiguo profesor de derecho internacional, devenido en rector. En todos los conflictos que ha enfrentado se ha caracterizado por un aprovechamiento de ese sector del derecho, en beneficio de los intereses rusos, desde Crimea a Siria.
No fue lo único en que se mostró diferente a todos, desde el derecho. En 1979, con 27 años, Putin era teniente de Justicia en la KGB y recibía en Moscú un curso de capacitación de seis meses para regresar a Leningrado a su término. El abogado se convertía en agente de campo, pasando del Cuarto Directorio al Primero. Luego de renunciar a la KGB con el grado de coronel por la participación de ésta en el golpe de Estado de 1991, volvería a los círculos del espionaje para dirigir uno de los organismos que la sucedieron, el Servicio Federal de Seguridad, en 1998.
Una suerte de Manuel Belgrano, pero ruso y en el mundo de los espías.
Criado en las formas del comunismo más férreo, tuvo una formación religiosa muy particular. En una plática con el patriarca ruso Kiril, cabeza de la iglesia Ortodoxa, Putin le reveló que había sido bautizado en secreto por su madre a finales de 1952 en la Catedral de la Transfiguración, sin que su padre, miembro del Partido Comunista, lo supiese. A él se lo dijo “sólo cuando ya era un poco mayor”, contó sin aclarar a qué edad.
Es en tal materia de la idea de que “las creencias sagradas de un hombre no deben mostrarse, sólo ser llevadas dentro de su corazón”, por lo que normalmente es parco respecto de sus aspectos religiosos.
Pero en una entrevista a la CNN contó la historia respecto de la cruz que siempre lleva consigo: “Con respecto al uso de la cruz, antes nunca la tuve, una vez que mi madre me la dio cuando visité Israel. Estuve allí dos veces. Primero por invitación oficial del ministro de Relaciones Exteriores de ese país. La segunda vez, me gustó el país, y viajé allí con mi familia como turista. Por lo tanto, mi madre me dio su cruz para tener una bendición allí en la Tumba del Señor. Lo hice y ahora está conmigo siempre”.
Un hecho lo llevó a tomar la decisión de tenerla siempre consigo. En el sauna de su ducha, una casa de campo, cerca de San Petesburgo, hubo una vez un incendio por un mal funcionamiento. Putin se había quitado la cruz antes de entrar y debió salir de allí rápidamente por la velocidad del fuego, que redujo todo prontamente a cenizas. La cruz de su madre quedó allí dentro. Contó: “Pensé que podría dar con algún resto de ella, era una cruz hecha de aluminio, algo muy simple. Me sorprendió por completo cuando uno de los trabajadores, que acababa de enturbiar esas cenizas de los restos, descubrió que la cruz estaba intacta y que fue una sorpresa, un milagro, y por eso siempre guardo la cruz conmigo”.
Ya presidente de Rusia, una de sus políticas ha sido alentar a la rusa para fortalecer una nueva identidad nacional basada en el conservadurismo y valores tradicionales, como los que posee la iglesia Ortodoxa, entendiendo la “crisis moral” como una de las peores amenazas al país. A diferencia del ateísmo previo de sus predecesores soviéticos.
Ha rendido homenaje por igual a los restos del zar Nicolás II como a los de Lenin. Habla fluidamente el inglés y el alemán y es un pianista bastante bueno. Cultor de las artes marciales, es yudoca con cinta negra de seis niveles y tiene un segundo cinturón negro en karate kyokushin kaika.
Tal como las mamushkas, esas muñecas rusas que vienen una adentro de otra, es la personalidad de Putin. Un enigma que, pese a su larga permanencia en el poder, se resiste a ser revelado.