Por Silverio E. Escudero
Washington ha tomado una decisión ruin, perversa. Completar la tarea inconclusa de María, el brutal huracán que ha destruido a la bellísima Borinquén y dejado a cuatro millones de personas a la intemperie y en la más extrema pobreza. Penurias que poco le importan al gobierno central y a la población norteamericana que, en 85%, ignora la existencia de Puerto Rico (PR) y en 90% no sabe que es un Estado Asociado a la Unión Americana.
El comportamiento solidario para quienes son la primera sangre derramada en todas las guerras imperiales ha sido deliberadamente cruel. Nadie, absolutamente nadie, dio cinco centavos por la suerte que corría Puerto Rico.
La gente y el gobierno en EEUU estaban entretenidos en otras cosas. El señor presidente, en el diseño arquitectónico del nuevo muro que separará a Estados Unidos de la república mexicana que “deberá ser el más coqueto y elegante” entre los de su género. La población, sentada cómodamente frente a las pantallas de la televisión, eso sí, azorada, cuajada en lágrimas, observaba las tropelías que cometieron los huracanes Harvey e Irma en Texas, Luisiana y Florida, mientras las grandes cadenas ignoraron la tragedia que asolaba a las Antillas menores.
El por siempre “consecuente” presidente Trump suspendió de inmediato su atiborrada agenda y viajó personalmente a visitar las áreas golpeadas por los huracanes. Eligió el área continental.
La Perla del Caribe no figuraba en su cuadernillo de viaje ni tampoco las también norteamericanas Islas Vírgenes. Tuvieron que esperar hasta ayer -martes 3 de octubre- para recibir el abrazo solidario del inquilino de la Sala Oval. Sintieron, una vez más, como ocurre desde los tiempos de la anexión, un trato diferencial. El trato que les corresponde por ser posesiones de segundo orden.
La ayuda, es cierto, no tardó en llegar. Desde La Florida arribaron decenas de contenedores que, según su carta de porte, desbordaban de ayuda humanitaria. La ilusión, a tenor de los testimonios de testigos presenciales, se habría diluido con rapidez. Los alimentos estaban vencidos, podridos, con gorgojos y la leche en polvo en mal estado. En tanto, las autoridades portuarias, sin dar razón, prohibieron que atracaran tres navíos con ayuda humanitaria, dos cubanos (¿explicable por la vigencia del bloqueo a Cuba reimpuesto por Donald Trump?) y, el tercero, un carguero costarricense.
La Casa Blanca, al cierre de esta columna, a pesar del arribo de Trump y su mujer a la base aérea Muñiz, continuaba reticente. El Congreso americano tampoco ha demostrado demasiado interés por Puerto Rico. Marco Rubio, el senador republicano de Florida, fue el único que decidió meterse en el barro para saber que se necesita. De hecho, se ha transformado en el gestor, en el interlocutor oficioso de los damnificados en el diálogo con las oficinas presidenciales y, de paso, con los líderes republicanos y demócratas de ambas cámaras del Congreso.
Diálogo que bombardeó el propio Trump al lanzar sin ton ni son una catarata de tuits acerca de la terrible situación que vive Puerto Rico después de la devastación, para intentar desacreditar el trabajo de la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, quien fue el rostro de la crisis humanitaria, en buena parte gracias a su aparición en los medios de comunicación. Entrevistas en la que denunciaba con enojo los intentos de la Casa Blanca de presentar la situación puertorriqueña como una “historia de buenas noticias”.
La reacción presidencial fue feroz, despiadadamente feroz, ante la crítica. “A la alcaldesa de San Juan –escribió-, quien fue bastante aduladora hace solo unos días, los demócratas le han dicho ahora que debe ser grosera con Trump (…) Qué pobre capacidad de liderazgo de la alcaldesa de San Juan, y otros en Puerto Rico, que no son capaces de hacer que sus trabajadores ayuden (…) Quieren todo hecho cuando debería ser un esfuerzo comunal. 10.000 trabajadores federales ahora están en la isla haciendo una labor fantástica”, afirmó Trump.
Las palabras que usó lo dicen todo: “Lo quieren todo hecho”, tuiteó. ¿”Ellos”? ¿Se refiere a los millones de ciudadanos estadounidenses radicados en la más bella de las islas del Caribe? Una sutil referencia a la holgazanería en los tuits de Trump que no es más que otra muestra del lenguaje en clave racista del que el presidente ha hecho gala desde el día en que anunció el comienzo de su campaña electoral.
La llegada de Trump ha revolucionado la isla. Pero antes lo hicieron miles de soldados que se comportan con brutalidad creando a los ya castigados habitantes la sensación de vivir en un campo de concentración. Operativo supervisado personalmente por el general de cuatro estrellas Joseph Lenngyel, jefe de la Guardia Nacional de Estados Unidos.
El huracán María, la morosidad del gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló, en decretar la alerta temprana, la tragedia posterior y el abandono de los damnificados abrieron una discusión que crece a cada instante. Edwin Meléndez, director del Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), ha sido uno de los primeros en alzar la voz: “La visita presidencial debió haber ocurrido antes (…)”. Para Meléndez, el hecho de que Trump pueda examinar la devastación y “corroborar de primera mano el trabajo que están haciendo los puertorriqueños por ayudarse mutuamente” hace posible esperar que anuncie un paquete legislativo significativo que atienda la urgencia, y que las agencias federales le den prioridad.
En tanto, Silvia Álvarez Curbelo, profesora de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico (UPR), duda del impacto real de la visita aunque coincide en señalar que la oportunidad debe ser usada para “traer al proscenio” los reclamos de los puertorriqueños, las limitaciones, la falta de organización y de “respuesta eficiente del poder metropolitano”.
Frente a los comentarios que ha hecho en los últimos días el primer mandatario estadounidense, el ex senador del Partido Nuevo Progresista de Puerto Rico, Kenneth McClintock, invitó a tratar a Trump exclusivamente en calidad de presidente y evitar responder a sus posturas “un tanto infantiles y ciertamente discriminatorias”. Es necesario impregnar en la conciencia de la población estadounidense –sostiene- el hecho de que comparte ciudadanía con PR, acción que reducirá objeciones para recibir la ayuda que necesita un territorio que adolece “de nunca estar en el mapa de la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos”.
Trump encontrará -según el historiador Ángel Collado Schwarz- un paisaje por demás parecido a la Alemania de la Segunda Guerra Mundial, que a la devastada New Orleans tras el huracán Katrina. Por tanto reclama para su país un Plan Marshall: un proyecto de inyección económica.
“La ciudad ha colapsado. No hay electricidad, no hay agua, no hay comida. Las instituciones colapsaron; todo está paralizado”, repite tantas veces que puede.
Los diarios internacionales cuentan con detalle la inspección presidencial y las promesas de Donald Trump. Son las mismas que, a su tiempo, hicieron otros presidentes.
El futuro asoma oscuro, trágico.
Las visitas presidenciales –cualquiera que sea su escenario- son apenas una puesta en escena que no muestra las verdaderas huellas del cataclismo. No sea que el funcionario se impresione y refleje en su rostro la impresión que le causó la hecatombe y se “arruinen” las fotografías de reglamento.
Por ello, en esta hora trágica, más que nunca, vale la pena recordar que PR es una materia pendiente para todos los latinoamericanos. Le hemos dejado sólo frente al gendarme del mundo. Su tragedia preanuncia nuestro propio futuro. ¡Viva Puerto Rico libre!