martes 26, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Reinventar a Latinoamérica -y no otra cosa- es la consigna

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 Por Silverio E. Escudero

“Ya no (hay en Latinoamérica lugar para) relaciones salvacionistas ni redentoristas de unos hombres que deciden la salvación de otros (…)
Menos aún la relación amo-esclavo, señor-siervo, colonizador-colonizado, civilizado-bárbaro, en la que un individuo es el manipulador y el otro el manipulado, en la que un grupo de hombres o pueblos se sirven de otros hombres o pueblos para realizar su propia y exclusiva humanidad”.
Leopoldo Ze

En una pequeña montaña de papeles que esperaban, cubiertos de polvo, su turno para ser ordenados desde hacía mucho tiempo reencontré un folleto de alrededor de cincuenta páginas editado en Tegucigalpa, la ciudad capital de Honduras. Allí, su editor -el siempre voluntarioso Marco Aurelio Rodríguez Alcántara- recogió una conferencia de Leopoldo Zea, el querido maestro mexicano, desde la que desafía a debatir sobre el futuro de Latinoamérica. Debate que debe intentar develar lo falso de lo verdadero en la realidad  política de este enorme continente que se despliega al sur del Río Bravo, abrigado “por el Mar de las Antillas (que también Caribe llaman)”.
Hacerlo significa reaccionar contra la intemperancia, en contra de aquellos que pretenden atar el pensamiento a dogmatismos anacrónicos que se desgranan al primer paso, porque no pueden ocultar por siempre la realidad, porque no pueden mentir todo el tiempo. Condición esencial para intentar la construcción de una Latinoamérica unida, poderosa, capaz de enfrentar con éxito los desafíos que plantean los regionalismos, las uniones o conglomerados de naciones que se asocian para enfrentar con mayor éxito una cada vez más feroz guerra comercial.
Por eso el desafío. Porque ese es el camino que marca la filosofía, que también tiene incumbencia en los asuntos económicos y políticos. Porque, como dice Zea, aun estamos atados a un modelo colonial que subsiste con fuerza a pesar de que han transcurrido dos siglos desde las guerras por la independencia.

Es que somos un pueblo errante que debe encontrar un –su- modelo político y económico que surja de la propia realidad latinoamericana. “Porque, no es en la utopía, ni en el modelo extraño en donde los latinoamericanos encontraremos nuestro mundo. Es en nuestra propia realidad, que exige una filosofía propia, una cultura latinoamericana y una acción decidida para construir la Patria grande latinoamericana que todos anhelamos”, dice nuestro prestigioso invitado.
Patria Grande que en tiempos recientes –como en muchas otras horas de su historia- ha sido estafada por una casta de dirigentes que han pretendido inventar, en beneficio propio, modelos autoritarios en nombre de una revolución ficticia que hizo retroceder en cincuenta o cien años el proceso de liberación de los pueblos.
O, esquemas políticos dependientes de las potencias centrales. Una de las cuales ha ensangrentado el continente habida cuenta que financió todo tipo de atentados y sabotajes, armó grupos irregulares para derrocar gobiernos, asesinó presidentes y destruyó la economía de la totalidad de naciones de América Central y el Caribe y puso en jaque a México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil, Perú, Bolivia, Chile, Argentina y Uruguay, en una supuesta “defensa de la democracia” que, en los hechos, se tradujo en sometimiento y esclavitud.
Porque Washington descree -descreyó siempre- de los principios de autodeterminación de los pueblos y de no intervención en los asuntos internos de terceros países, bases fundacionales del Derecho Internacional Americano.
El Tío Sam, más allá de las declamaciones de ocasión, también descree de la igualdad del hombre por el hecho de ser hombre y es incapaz como pueblo de reconocer la libertad de ser, a otros pueblos, a los que considera bárbaros e inferiores.
Leopoldo Zea, este mexicano universal que tanto apasiona, pese a la desolación del cuadro americano, llama al combate.
No propende –como es moda en algunos cenáculos- descartar al occidentalismo. Todo lo contrario, la cultura occidental es parte integral del ser latinoamericano, de nuestra americanidad: “Muchos piensan –les reiterara a los hondureños- que es este el momento para librarnos de la `corrompida cultura occidental´ y de hacer una cultura que nos sea propia. Ahora bien, cabe preguntarnos si es posible romper así, sin más, con una cultura a la cual hemos estado ligados durante varios siglos (…) Habrá que preguntarnos si la cultura europea es respecto a América una cultura superpuesta, superpuesta como lo es respecto a la cultura oriental. O bien, preguntarnos si no será esta nuestra relación con la cultura europea del tipo de la relación que tiene el hijo con el padre, con lo cual esta que nos parece una cultura ajena, nos sería tan propia como lo es la sangre que el hijo ha recibido de sus padres.” (También en “En torno a una filosofía Americana”, El Colegio de México, México, Colección Jornada, 1945, pag, 41 y 52).

Zea es explícito en su posición de que la americanidad del latinoamericano encuentra más resonancia con el Occidente que con lo que para él son culturas precolombinas: “La verdad es que este tipo de concepciones nos son tan ajenas como las asiáticas (…) Para nosotros, americanos, la cultura precolombina carece del sentido vital que tenía para el indígena” (Ibid.: 43-44). Es aquí donde se encuentra el nudo de nuestro problema por lo que se refiere a nuestras relaciones con la cultura europea”.
Continúa Zea: “Nuestra manera de pensar, nuestras creencias, nuestra concepción del mundo, son hijas de la cultura occidental. Sin embargo, a pesar de que son “nuestras”, las sentimos ajenas, demasiado grandes para nosotros. Creemos en ellas, las consideramos eficaces para resolver nuestros problemas; pero no podemos adaptarnos a ellas. “¿Por qué?” (Ibid.: 45).
Zea, uno de los grandes maestros olvidados –desconocido como tantos otros por los políticos profesionales que nos llenan de vergüenza cuando hacen gala de su cultura de lectores de solapas- es el gran ideólogo de la nación latinoamericana, de la nación mestiza en marcha.

Tesis defendida por los libertadores en plena guerra por la independencia y fue bandera y prédica de una riada de grandes pensadores –con sus contradicciones- de la talla de Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Montalvo, José Martí, Alejandro Korn, Carlos Arturo Torres, José Enrique Rodó, José Carlos Mariátegui, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Jorge Basadre Grohmann, Francisco y José Luis Romero, Juan José Arévalo, Pedro Henríquez Ureña, Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, Juan Bosch, Germán Arciniegas, Otto Morales Benítez, Jaime Jaramillo Uribe, Orlando Fals Borda, Antonio García, Víctor Raúl Haya de la Torre, Gilberto Freire, Darcy Ribeiro, Arturo Ardao, Arturo Andrés Roig, Risieri Frondizi, Roberto Fernández Retamar, Pablo Guadarrama, Saúl Alejandro Taborda. Antonio Caso, Daniel Cosío Villegas, Raúl Orgaz, José Aricó y tantos otros.
El desafío es uno y único: la reinvención de Latinoamérica frente a las imposiciones del Imperio que –según amenaza el presidente Trump- pretende arrasar con nuestra historia común y nuestras tradiciones. Tarea que, por cierto, no le será fácil.

Necesitaremos del esfuerzo de santos y pecadores. Incluídos los fabuladores, magos, brujos, hechiceros y nigromantes que serán los encargados –con sus trucos, sortilegios y encantamientos- de mantener en alto el espíritu de la tripulación cuando los grandes huracanes de la historia impidan continuar la derrota.
Tenemos por delante un dilema. Un dilema americano que exige universalizar las miradas para, como parte de las enseñanzas del pasado, no repetirnos en los errores y calmar ansiedades.
Mientras estalla un coro de protesta de conservadores y pseudo progresistas que han hecho de la teoría del conflicto su arma preferida en defensa de sus posiciones de privilegio y de subordinación a los centros del poder mundial. Y, que, en lo discursivo, como en la gestión del Estado, coinciden en ser agentes de un colonialismo retrogrado, atado a los prejuicios que tanto daño han causado a nuestro enorme continente multicolor, descripto con arrojada pluma por nuestros talentosos novelistas, los novelistas del realismo mágico latinoamericano.

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