martes 26, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El machismo mentiroso y la equidad de género

Por Alicia Migliore*
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La ley de igualdad de género fue anunciada con absoluta unanimidad y mereció doble celebración. Atada a la discusión de la reforma política, fue herida de muerte y sin voces que lo lamentaran. Podremos interrogarnos acerca de la vida propia de esta iniciativa.
En desencuentros y encuentros, nuestro país necesitó más de medio siglo para organizarse como nación, dictando su Constitución en 1853 sin convencionales mujeres. Tampoco las hubo en 1860. El mundo entero consideraba que la política era un espacio de hombres. Cuando decimos el “mundo entero” nos referimos a varones de todas latitudes que resistían abrir la participación a cada mujer que la demandaba. Fueron tantas que siempre incurriremos en una omisión si hacemos nombres propios, pero tomaremos el riesgo porque nos resulta necesario.
Después de la Segunda Guerra Mundial, distintos países reconocieron el derecho a votar de las mujeres porque el reclamo de género lo tornó impostergable en compromisos internacionales, como las Actas de Chapultepec. Eva Duarte impulsó y obtuvo su sanción legal. Fue tan grande su devoción por el líder y su compromiso militante, que fundó el Partido Peronista Femenino y tomó seriamente la participación femenina, que logró que 29 mujeres se sentaran el Congreso de la Nación.

A los muchachos peronistas no les agradó la actitud de la compañera Evita; a los camaradas socialistas tampoco les gustó; a los correligionarios radicales les molestó que les arrebataran la propuesta que habían llevado 40 años antes; los viejos demócratas, consecuentes con la exclusión sistemática, rechazaron el avance femenino aunque ponderaran las bondades de las mujeres, pilares del hogar.
Y todos, con prisa y sin pausa, desactivaron el protagonismo de las mujeres como representantes del pueblo. Le llevaría casi un cuarto de siglo al radicalismo admitir a una mujer sentada en una banca como diputada nacional: María Teresa Merciadri de Morini, en 1973. El socialismo y los conservadores también tomaron su tiempo en admitir mujeres sentadas en su sector de bancas. El peronismo, sin aquellas mujeres movilizadas por Eva, fue disminuyendo la presencia femenina.
La multipartidaria machista argentina hizo mancomunados esfuerzos para disminuir, sino impedir, la presencia femenina en la “cocina” de las leyes de la República. Sería apenas recuperada la democracia cuando un grupo de pocas mujeres, osadas diputadas, se atrevieron a presentar un proyecto de cupo femenino en la Cámara Baja: Norma Allegrone de Fonte, Florentina Gómez Miranda y Blanca Macedo de Gómez, por la UCR, Inés Botella por el Partido Justicialista, Ruth Monjardin por el Partido Federal y Matilde Fernández de Quarracino por la Democracia Cristiana. Antes, en soledad, en la Cámara Alta, Margarita Malharro de Torres había disparado su proyecto de cupo.

Noviembre de 1989 inauguraba otra etapa trascendente en la lucha por los derechos políticos de las mujeres. Casi todas “ellas” se encolumnaron en este proyecto novedoso y pocos de “ellos” se atrevieron a manifestar públicamente su disenso. La algarabía femenina sacudiría el protocolo del Congreso Nacional cuando se aprobó la ley después de dos años de intenso trabajo, recorridas, entrevistas, actos y demandas en el seno de cada partido. Simultáneamente, en silencio, los más férreos opositores comienzaron a conspirar.
Promulgada en el mismo mes, la ley 24012 posicionaba a la República Argentina como pionera en el mundo al “garantizar” 30% de los cargos electivos para mujeres como representantes del pueblo. Sin embargo, la multipartidaria machista, amparada por una justicia patriarcal y retardataria, lograría eludir la letra de la ley y consumar el abuso de autoridad, presentando y autorizando listas masculinas con algunas mujeres decorando la boleta, sin posibilidad alguna de acceder a una banca.
María Teresa Merciadri de Morini, cansada de alegar razones ante necios recalcitrantes, llevó su lucha fuera de las fronteras nacionales en procura de lógica, raciocinio y justicia. Pertinaz como pocas, siguió el proceso hasta que la Corte Interamericana de Derechos Humanos hizo lugar a su petición, desnudando aquella vieja práctica del virreinato, vigente aún hoy: “acato pero no cumplo”.  Como resultado se dictó un decreto reglamentario que logró la obligatoriedad de 30% de mujeres en las listas -bajo pena de nulidad- con posibilidad de las candidatas ser efectivamente electas.
Año 2000: una década de artilugios, defraudación y burlas barnizadas de cinismo. Han pasado 17 años de esa “Cancha Rayada” para los machistas de la política argentina. María Teresa Merciadri, sola, con argumentos incuestionables, los había acorralado y puesto en evidencia frente al mundo. Ella creyó que aprenderían. No fue así. El machismo político argentino goza de excelente salud y no aprende nada.

Los hombres y las mujeres que lo representan se sacan fotos para publicar en redes y diarios con carteles indicando que creen en la igualdad de género, que es necesario disponer normativas para la equiparación tendientes a superar las desigualdades culturales en procura de una efectiva igualdad… y vuelven a impedir la sanción de la ley de paridad de género. Paridad es igualdad. Eso, en el cartel.
Aquellos representantes por voto popular, varones y mujeres, que dicen creer en la justicia de la medida, que presenten ordenanzas, leyes provinciales y nacionales que garanticen la equidad de género. Si no lo hacen, sabremos lo que no creen. Después de tanto debate en vano necesitamos hechos para creer. No carteles.

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