Por Luis R. Carranza Torres
La iniciativa que mostraría luego en los tribunales tuvo modestos orígenes
Eoy en día, Jerry Geisler está en los libros de historia estadounidense como el abogado defensor más renombrado del siglo XX. Su nombre es sinónimo de lograr en juicio aquello que parece, a primera vista, imposible. Sus estrategias de defensa son objeto de estudio en las universidades. Su vinculación con las personalidades del espectáculo más relevantes de los dos primeros tercios del siglo XX concitan la atención de todos los interesados en las historias de los años dorados de Hollywood.
Harold Lee Giesler nació en un pequeño poblado de 1.200 habitantes llamado Wilton Junction, en el estado de Iowa, el 2 de noviembre de 1886. Desde chico, prefirió que le llamaran Jerry a su nombre de bautismo. Creció en una granja, teniendo la infancia típica de la vida en el medio rural de la parte central de Estados Unidos: trabajo duro y férreas responsabilidades. Nada se lograba allí sin tener que esforzarse mucho. Eso lo ayudaría luego sobremanera en su trabajo.
En 1906 se inscribió en el College of Law de la Universidad de Iowa. Por problemas de salud le sugirieron el clima más benigno y cálido del sur de California y allí continuó sus estudios de derecho en la University of Southern California, en Los Ángeles.
Se desempeñó en todo tipo de labores para mantenerse, hasta montar con otros dos amigos una agencia de cobro a morosos. Fue entonces cuando la fortuna comenzó a cruzarse en su camino, casi del mismo modo como se la reflejaba en los guiones de las películas.
Uno de los deudores más habituales de su emprendimiento, también se contaba entre los abogados más célebres de California: Earl Rogers. El letrado había ganado una merecida reputación profesional que su adicción al alcohol no había podido terminar de desmerecer. De 77 defensas penales sólo había perdido en tres ocasiones, destacándose por su estrategia basada en los aspectos técnicos forenses. De hecho, su experiencia en tal campo lo llevó a convertirse en profesor de medicina legal en el Colegio de Médicos y Cirujanos de California.
También era profesor en la University of Southern California Law School, donde Jerry estudiaba pero la relación entre ambos no principió en las aulas como profesor y alumno. Las frecuentes borracheras de Rogers hacían que anduviera siempre corto de efectivo y tuviera que pedir préstamos que luego no podía pagar. En donde otros veían un caso perdido o la triste decadencia de un hombre prestigioso, Jerry halló la oportunidad de su vida.
En uno de sus períodos de sobriedad, Rogers ofreció un trabajo a su persistente cobrador de deudas. Si fue para sacárselo de encima o por apreciar sus cualidades, es algo de lo que no ha quedado registro en la historia.
De tal modo, en su segundo año de estudios, Jerry dejó las aulas para trabajar a tiempo completo en el estudio de Rogers como research assistant, es decir quien se dedica a buscar y preparar la evidencia que luego los abogados presentarán ante los tribunales.
No pasó mucho tiempo antes de que Geisler rindiera su examen para ejercer la abogacía en 1910. Por ese tiempo no era necesario un título universitario en leyes para poder ejercer la profesión y cualquier estudiante de derecho podía llevarlo a cabo tan pronto se sintiera capacitado o con suerte. De hecho, ni siquiera existía el equivalente a nuestro Colegio de Abogados para otorgar la matrícula, estando a cargo de la Corte Suprema del Estado. Recién en 1927 la legislatura estatal creó la State Bar of California como organismo administrativo encargado de tales menesteres.
Jerry estrenó su nueva condición de junior associate a principios de 1912, cuando asistió a Rogers en el caso contra el abogado Clarence Darrow, otro letrado célebre pero de Chicago, acusado de sobornar a miembros del jurado durante el también célebre juicio a los hermanos McNamara, dos sindicalistas a quienes se acusaba de haber puesto una bomba al diario Los Ángeles Times por cuestiones laborales, denominado “el crimen del siglo” en opinión editorial del propio diario agraviado. Giesler había empezado investigando una simple cuestión de derecho para ellos. Al leer ambos el escrito de 40 páginas que había redactado, pasó a ser parte del equipo de la defensa. “Nunca he tenido mayor emoción en mi vida”, escribiría Jerry más tarde.
Cuando Rogers se fue de juerga la noche previa a la presentación de los alegatos finales del juicio y no se presentó en la mañana en el tribunal, a causa de su subsiguiente borrachera, Jerry tomó su lugar y lo llevó a cabo, obteniendo la desestimación de los cargos en contra de Darrow. Su cliente y colega, agradecido, le ofreció unirse a su estudio de abogados en Chicago, pero Giesler, aun pensando que “era el mayor honor posible de lograr para un joven abogado por esos días”, permaneció con Rogers. Tenía, en su entendimiento, una deuda de lealtad para con su empleador. La recta moral del granjero seguía firme en él, en su nueva profesión de abogado.
A la muerte de Rogers, en 1922, abrió su propio estudio, que pronto se convertiría en el sitio donde las estrellas de la época dorada de Hollywood irían a buscar su patrocinio legal en las causas más resonantes de aquel tiempo. Pero ésa es ya otra parte de la historia.